1 de diciembre de 2013

La Habana, asesinada por una guerra que nunca tuvo



La Habana, asesinada por 
una guerra que nunca tuvo

Juan Antonio Madrazo Luna

LA HABANA, Cuba, noviembre, www.cubanet.org -La Habana es una ciudad atravesada por una guerra que nunca tuvo lugar. Es una ciudad  a la que hoy le falta decencia. Su tristeza es muda, pues todos los días se nos presenta solitaria y bochornosa.

Le sobra la vulgaridad, huele muy mal, huele  a semen disecado, también a azufre. En cada esquina, o bajo una ceiba, la gente no deja de tropezar con bolsitas de santería, gallos, paticas de chivos, flores, girasoles y otras ofrendas que también son  lanzados al mar. La urbe se nos presenta bruja. Rodar el coco es solo una parte del aquelarre que a muchos asusta.

Todos los días muere de una muerte prematura por las numerosas ausencias que sufre. Los solares continúan siendo cementerios de ilusiones, los grandes laureles de la avenida Carlos III, los lumínicos, bares y victrolas desaparecieron tras el movimiento sísmico de 1959.

Según el artista y fotógrafo Nilo Julián González Preval, La Habana es una ciudad desencantada;  ella fue la vanguardia de la arquitectura en los  años 50 en América Latina hoy es una de las más tristes y desoladas del mundo; apestosa que no dispone de baños públicos, pues las autoridades la han convertido en el gran urinario de las Américas. Atravesar el Parque Central es normal encontrarte una persona defecando a las 12 del día o enseñando sus partes más intimas.

Y  añade Nilo Julián:  Es la única ciudad del mundo en la cual he visto que los  parques se han convertido en jaulas, cerrados con llaves y candados, particularmente los que hoy administra la Oficina del Historiador de la Ciudad. Ya no podemos  sentarnos a la sombra del Titán Antonio Maceo. Las calles Monte, Galiano y Muralla eran las vitrinas, pero la revolución  verde olivo desmanteló todo ese glamour.

Es la ciudad travestida e hipócrita en la que se pierde el acento del Caribe, pero el mestizaje resulta ser más sabroso que en República Dominicana. En ella cohabitan, con Marilyn Mason y el Che, ambias cotidianos, turistas, lesbianas, musulmanes, rastafaris, drag queens, chicos punk de cresta inmensa, mendigos, policías-proxenetas, pingueros, freekis interactivos, babalawos y emos.

La Rampa sigue siendo machista, travesti pero también lesbiana. Mientras un tramo huele a fresa, el otro huele a María (marihuana).  La intimidad termina siendo pública; los ritos reservados a lo oscuro son constantemente espiados.
Es la puta ciudad que fácil se entrega al extraño, pues el tropical mercado erótico sugiere una sexualidad cínica y despiadada. Los turistas eventuales trafican con el deseo del otro y no dejan de sobarse los bolsillos al ser arrinconados por mulatas que invitan a tocar  cinturas baratas. Los descendientes del almirante Rodrigo de Triana, con ínfulas aun  de conquistadores, no dejan de gritar ¡Negras a la vista! Para ellos la Habana sigue siendo la Tierra Santa.

La Habana Difunta de Cabrera Infante es solo un espejo reservado a la memoria.  Aquí las orquestas sinfónicas tuvieron su paraíso, pero hoy  también a La Habana le falta el guaguancó, el bolero y el feeling, incluido el espíritu de Loreta la Faraona, Mulengue, la Marquesa y el Caballero de Paris, iconos que hoy son sustituidos por la presencia de la Madre Teresa de Calcuta, Lady Di, Agustín Lara, entre otros personajes allende los mares que comienzan a ocupar espacios en el distrito financiero metropolitano.

Mi ciudad es un espejo cruel cuyas caras no me agradan. Los bicitaxis humillan la ciudad, la gente mal vestida permite que se le vean más las arrugas; las diferencias entre la Habana Norte y la Habana Sur se agudizan: En los barrios con sabor a rumba, el precio de la desigualdad se impone.


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