La Habana, asesinada
por
una guerra que nunca tuvo
Juan Antonio Madrazo Luna
LA HABANA, Cuba, noviembre, www.cubanet.org -La Habana es una ciudad
atravesada por una guerra que nunca tuvo lugar. Es una ciudad a la que
hoy le falta decencia. Su tristeza es muda, pues todos los días se nos presenta
solitaria y bochornosa.
Le sobra la vulgaridad, huele
muy mal, huele a semen disecado, también a azufre. En cada esquina, o
bajo una ceiba, la gente no deja de tropezar con bolsitas de santería, gallos,
paticas de chivos, flores, girasoles y otras ofrendas que también son
lanzados al mar. La urbe se nos presenta bruja. Rodar el coco es solo una parte
del aquelarre que a muchos asusta.
Todos los días muere de una
muerte prematura por las numerosas ausencias que sufre. Los solares continúan
siendo cementerios de ilusiones, los grandes laureles de la avenida Carlos III,
los lumínicos, bares y victrolas desaparecieron tras el movimiento sísmico de
1959.
Según el artista y fotógrafo
Nilo Julián González Preval, La Habana es una ciudad desencantada; ella
fue la vanguardia de la arquitectura en los años 50 en América Latina hoy
es una de las más tristes y desoladas del mundo; apestosa que no dispone de
baños públicos, pues las autoridades la han convertido en el gran urinario de
las Américas. Atravesar el Parque Central es normal encontrarte una persona
defecando a las 12 del día o enseñando sus partes más intimas.
Y añade Nilo
Julián: Es la única ciudad del mundo en la cual he visto que los
parques se han convertido en jaulas, cerrados con llaves y candados,
particularmente los que hoy administra la Oficina del Historiador de la Ciudad.
Ya no podemos sentarnos a la sombra del Titán Antonio Maceo. Las calles
Monte, Galiano y Muralla eran las vitrinas, pero la revolución verde
olivo desmanteló todo ese glamour.
Es la ciudad travestida e
hipócrita en la que se pierde el acento del Caribe, pero el mestizaje resulta
ser más sabroso que en República Dominicana. En ella cohabitan, con Marilyn
Mason y el Che, ambias cotidianos,
turistas, lesbianas, musulmanes, rastafaris,
drag queens, chicos punk de cresta
inmensa, mendigos, policías-proxenetas,
pingueros, freekis interactivos, babalawos
y emos.
La Rampa sigue siendo machista,
travesti pero también lesbiana. Mientras un tramo huele a fresa, el otro huele
a María (marihuana). La intimidad termina siendo pública; los ritos
reservados a lo oscuro son constantemente espiados.
Es la puta ciudad que fácil se
entrega al extraño, pues el tropical mercado erótico sugiere una sexualidad
cínica y despiadada. Los turistas eventuales trafican con el deseo del otro y
no dejan de sobarse los bolsillos al ser arrinconados por mulatas que invitan a
tocar cinturas baratas. Los descendientes del almirante Rodrigo de
Triana, con ínfulas aun de conquistadores, no dejan de gritar ¡Negras a la vista!
Para ellos la Habana sigue siendo la Tierra Santa.
La
Habana Difunta
de Cabrera Infante es solo un espejo reservado a la memoria. Aquí las
orquestas sinfónicas tuvieron su paraíso, pero hoy también a La Habana le
falta el guaguancó, el bolero y el feeling,
incluido el espíritu de Loreta la Faraona, Mulengue, la Marquesa y el Caballero
de Paris, iconos que hoy son sustituidos por la presencia de la Madre Teresa de
Calcuta, Lady Di, Agustín Lara, entre otros personajes allende los mares que
comienzan a ocupar espacios en el distrito financiero metropolitano.
Mi ciudad es un espejo cruel cuyas
caras no me agradan. Los bicitaxis
humillan la ciudad, la gente mal vestida permite que se le vean más las
arrugas; las diferencias entre la Habana Norte y la Habana Sur se agudizan: En
los barrios con sabor a rumba, el precio de la desigualdad se impone.
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