El arte de
hacer ruinas
Por José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, noviembre
2013, www.cubanet.org.- Fue uno de
los mejores y más elegantes complejos habitacionales de La Habana. Hoy es un
montón de ruinas altamente peligrosas. El hotel residencial Rosita de Hornedo,
y su gemelo, el edificio Riomar, ambos construidos en los años cincuenta, del
siglo XX, atraían hacia la esquina de Primera y Cero, en Miramar, el interés de
los arquitectos y la admiración de los transeúntes cubanos y extranjeros. Después,
llegó la revolución y los hermanó con un solo nombre: Sierra Maestra. Lo que
resta es historia con un final que da pena y miedo.
Los especialistas al servicio
del régimen alegan que la causa del deterioro es su ubicación tan cerca del
mar, en una zona clasificada como de agresividad corrosiva entre alta y
extrema, por la influencia directa del aerosol marino. Pero ellos mismos saben
que tal no es sino el pretexto con que se intenta encubrir otro vergonzoso
capítulo de la desidia oficial, y aun el producto de un ensañamiento cuyas
motivaciones no están del todo claras, por presumibles que sean.
El Sierra Maestra nunca llegó a
pertenecer totalmente al Estado. Siempre hubo allí vecinos que se negaron a ser
desalojados a cambio de otras viviendas con características desventajosas y
ubicadas lejos de su lugar de residencia. Lo único que cupo al régimen fue
declarar la zona como “congelada”, para impedirles permutar o traspasar sus
bienes. Mientras, la edificación sufría, a lo largo de varios decenios, una
falta de mantenimiento y de atención especializada que en mucho pareció
obedecer a un alevoso plan para su desgaste.
Con la mayoría de los
apartamentos en manos del gobierno, los pocos vecinos que restaban del Rosita y
Riomar se vieron obligados a convivir con las instancias y los usos oficiales,
asumiendo las limitaciones que ello les impuso. Algunos se dejarían vencer por
cansancio y terminaron marchándose del país, otros murieron de viejos. Pero
siempre quedaron unos pocos dispuestos a echar pie en tierra. Hasta que finalmente
el complejo fue declarado inhabitable, por deterioro.
No obstante, todavía se ven
señales de vida entre sus ruinas. ¿Serán viejos vecinos dispuestos a
derrumbarse junto a las últimas paredes? ¿Serán invasores desesperados que
prefieren arriesgar el pellejo antes que pernoctar a la intemperie?
Este complejo habitacional
había pertenecido al connotado millonario Alfredo Hornedo, quien fuera senador
y alcalde de La Habana, además de propietario principal de los periódicos Excélsior y El País, y socio de
un tercer diario, El
Crisol. Sería demasiado extensa la descripción del dominio
económico de este hombre, que mucho ha dado que hablar, mal y bien. También fue
dueño del teatro Blanquita,
hoy Carlos Marx,
del cual se afirma que, con sus 6 600 lunetas, llegó a ser uno de los mayores
del mundo en el momento de su inauguración. Por cierto, este teatro está
situado tan cerca del mar como el Sierra Maestra, y es incluso más viejo, pero
goza de un excelente estado de conservación. ¿Será inmune al aerosol marino? ¿O
habrá recibido otro tratamiento?
El hotel residencial Rosita,
con 11 pisos y 172 apartamentos; y el edificio Riomar, con 201 apartamentos, en
cinco bloques conectados entre sí mediante pasillos, otorgaron un sello de
distinción sui géneris al trazado urbanístico de nuestra capital. Una de las particularidades
de su belleza eran los balcones frente al mar, los que en la actualidad,
perdidos sin remedio, devinieron fuente suministradora de ladrillos para los
llamados “caníbales”, dedicados a saquear todo lo aprovechable de las
construcciones abandonadas. Por ese mismo conducto, el Sierra Maestra perdió
sus instalaciones sanitarias, la cerámica, la carpintería, etc.
Hasta los especialistas que
insisten en tapar el sol con un dedo, están obligados a reconocer que cuando
todavía eran salvables, fueron realizados varios estudios con sus
correspondientes proyectos metodológicos para el rescate de estos edificios,
pero todos terminaron sepultados en las gavetas de la indolencia.
Hoy el Sierra Maestra parece
estar pidiendo pista para derrumbarse, tal vez sobre su otrora hermosa piscina,
seca en parte y en parte convertida en criadero de insectos y microbios, o tal
vez sobre los bañistas que en acto punto menos que suicida, se regodean en la
costa, a escasos metros de sus podridos cimientos.
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