4 de noviembre de 2013

Semblanza de Fidel Castro (8º Entrega)


SEMBLANZA
DE FIDEL CASTRO

(8ª Entrega)

Por José Ignacio Rasco

PASO A PASO…


Carlos Rafael Rodríguez jugó un papel clave en el proceso de afirmación marxista de Castro y en el casamiento de lo que fue en un principio un mero amancebamiento del Comandante en Jefe con los viejos y nuevos comunistas. Así primero se armó aquella ORI (Organizaciones Revolucionarias Integradas) que amparaba a las siglas más involucradas en el proceso. Luego se llamó el PURS (Partido Unido de la Revolución Socialista) y finalmente, sin máscaras, el PCC (Partido Comunista Cubano) en 1965.

Castro, desde luego, no es un aliado seguro de nadie. Sus relaciones con la Unión Soviética y la China comunista han sido siempre variables y temperamentales, como todo lo suyo, y van desde la sumisión abyecta hasta la hepática rebeldía. Sus conversaciones con los rusos -de modo abierto- comienzan en Cuba desde el propio año 59, casi siempre se celebraban en el INRA (Instituto de Reforma Agraria). Su director -Núñez Jiménez- jugó un importante papel en el interregno paralelo.

Según Fabio Grobart, la fusión incipiente de todos los elementos de la vieja y la nueva guardia comenzó en 1959. Pero los asistentes a aquellas reuniones eran tamizados siempre por el filtro de Fidel. Los más asiduos al conciliábulo: el Che, Camilo, Raúl, Blas Roca, Ramiro Valdés y Alfredo Guevara. Alguien dijo: «Mierda, ahora que somos gobierno tenemos que seguir reuniéndonos ilegalmente».

PERO ACELERACIÓN HISTÓRICA

La velocidad de la comunización ya en el propio año de la victoria es increíble. Castro había dicho que si en el Turquino hubiera proclamado su socialismo no hubiera podido bajar de la loma. Pero ahora impulsaba -aunque sin aparecer directamente- medidas de indoctrinación y de propaganda marxista. El lro. de enero ya salió la primera edición del periódico oficial del PSP, «Hoy», que había sido clausurado durante mucho tiempo. Enseguida surgieron las EIR (Escuelas de Instrucción Revolucionaria). Otro gran centro de adoctrinamiento se instauró en la Primera Avenida de la Playa en el que colaboraron, entre otros, Leonel Soto, Valdés Vivó, Lázaro Peña, y Blas Roca.

Un «Manual de Preparación Cívica» cargado de doctrina marxista se hizo pronto texto para escolares. La entrega a los comunistas de la CTC (véase el capítulo VI) fue una de las «bravas» más indecentes que se han dado para usurpar el control a los no comunistas. Cuando Castro se declara socialista ya se habían tomado muchas avenidas. Raúl en pocos meses desbarató el aparato militar y formó un nuevo ejército policíaco-militar y de seguridad, al estilo de los países comunistas. El fin siempre fue el mismo, los medios variaban.

Amigos de Fidel suelen comentarme con frecuencia el impacto que recibió ya estudiante cuando leyó -y se aprendió- el Manifiesto Comunista de 1848. Cuando lo de Bogotá (1948) Fidel dijo que «ya era casi comunista». En aquel evento Castro se mezcló con los peores elementos de izquierda y con gente de armas tomar. Sus arengas allá, en país extranjero, fueron bien extremistas. Como se sabe aquello fue un brote de terrorismo que se destapó con motivo del asesinato de Gaitán, el popular líder colombiano, durante la Conferencia de Cancilleres que dio origen a la nueva OEA. Castro fue salvado gracias a las gestiones del Embajador Guillermo Belt que lo llevó para Cuba en avión especial.

Hubo un tiempo en que Raúl Castro se jactaba de haber sido quien inició a su hermano en la secta comunista. Sin embargo, Alfredo Guevara, más discretamente, decía que él era «el culpable, pero los jesuitas le habían hecho mucho daño».

LA TOCATA EN FUGA

Pronto empezaron las renuncias de personajes del gobierno donde la denuncia de infiltración comunista era la razón fundamental del abandono de los cargos. Notorio fue el caso de Pedro Luis Díaz Lanz, jefe de la aviación revolucionaria, testigo de las conversaciones pro-comunistas que le escuchó al propio Fidel. El presidente Manuel Urrutia también alegó la penetración comunista en su salida. Y Manolo Artime. Y Hubert Matos y Rogelio Cisneros. Pero el traidor seguía diciendo que su revolución «no era roja sino verde como las palmas». Sólo los muy cegatos no veían la creciente infiltración comunista en casi todos los sectores nacionales y en las llamadas «leyes revolucionarias».

La lluvia de renuncias de reconocidos dirigentes era impresionante por la jerarquía que tenían en el nuevo régimen: Humberto Sorí Marín (luego fusilado), Elena Mederos, Justo Carrillo, Rufo López Fresquet, Manuel Ray, Roberto Agramonte, Felipe Pazos, José Miró Cardona. Hubert Matos fue condenado a 20 años de prisión. Viene después la fuga en masa. Recuérdese simplemente lo de Camarioca y el Mariel, lo de los balseros… más de un millón escapados de un país donde la gente casi nunca emigraba. Si Cuba no fuera una isla hoy sería un desierto.

PREDICCIONES CONFIRMADAS

Las pruebas del proceso de comunización eran cada vez más evidentes. Algunos políticos y sacerdotes que habían vivido etapas semejantes en China y en Europa veían claramente la tipicidad del fenómeno. Pero nadie parecía creerlo. En todo caso querían salvar la buena fe de Castro al que tanto habían endiosado. No querían confesar su gran equivocación de haber colaborado tanto para establecer el nuevo régimen. Entre los pocos políticos que profetizaron el desastre hay que mencionar a Juan Antonio Rubio Padilla, gran figura de la generación de 1930, que no se cansó de denunciar, con mucha anticipación, la maniobra comunista. Por otra parte, los batistianos acusaban de comunista a Castro y su revolución, pero la falta de moral de aquel gobierno espurio restaba credibilidad a sus denuncias. El temor a ser fusilado -física o moralmente- inhibía a muchos de manifestarse con claridad. 

Se impuso un terrorismo verbal que constituyó una verdadera pesadilla. Una ola de calumnias arrollaba a los disidentes y opositores. La censura y las «coletillas» en los periódicos frenaban conductas. Pronto se confiscó toda la prensa independiente.

UNA PESADILLA INCONCLUSA

A los pocos meses aquello parecía una pesadilla. Deserciones, traiciones, falsas acusaciones, censuras, irrespeto a la persona, a las instituciones revolucionarias, periodísticas, económicas, religiosas y de todo tipo. Jóvenes y viejos, hombres y mujeres que mostraban su anticomunismo eran perseguidos, presos o fusilados; aquello no parecía real. Los hijos denunciaban a sus padres. Los casados a su pareja, los hermanos a sus hermanos. El paredón aumentaba. La cárcel y el exilio eran las únicas salidas para sobrevivir.

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