3 de noviembre de 2013

Semblanza de Fidel Castro (7ª Entrega)


SEMBLANZA
DE FIDEL CASTRO

(7ª Entrega)
 
Por José Ignacio Rasco


LA ESTRATEGIA CASTRO-COMUNISTA,
¿ES CASTRO COMUNISTA?

Esta es una eterna discusión entre los adictos al tema de la Revolución castrista. No es fácil dar una respuesta de sí o no. Los que por privilegio -o infortunio de las circunstancias- pudimos penetrar un tanto en el laberíntico proceso mental del “líder máximo”, y de algunos de sus acólitos, podemos concluir nuestra tesis. 

Respeto, pues, las opiniones contrarias, pero para mí ya no cabe la menor duda de que Castro es, fue y será, marxista-leninista como él mismo terminó por decir -y desde entonces nunca se desdijo-. Ahora mismo, cuando se ha quedado prácticamente solo, con un país en ascuas, el testarudo gerifalte del único gobierno comunista en América, sigue izando la bandera roja. 

Hubiera sido muy fácil, por justificaciones económicas, haber dado el viraje, lo que le habría ganado la simpatía y la ayuda de los Estados Unidos y de casi todos los países de Europa y de América Latina. Incluso de la desvencijada Unión Soviética a la que hubiera podido servir hasta de modelo. Acaso así Castro podría recuperar parte de su carisma hoy tan arrugado por sus fracasos e impotencias.

Si por los frutos los conoceréis ahí tenemos a Castro dueño y señor de la revolución marxista, quizás más ortodoxa de todas las que se conocen. Creo que nadie -ni siquiera los rusos- alcanzaron la velocidad y aceleración de los primeros tiempos de la revolución totalitaria en que resultó el trágico ensayo cubano. 

Las drásticas reformas en Cuba, en 1959, 60 y 61 no tienen que envidiar nada de lo que se hizo en Checoslovaquia, Hungría, Polonia o en la misma Unión Soviética en los primeros años de imposición marxista. La comunización de Cuba dejó pequeños otros procesos similares. Si Castro siempre decidía todo y la revolución resultó marxista, fue justamente porque el máximo líder lo quería. De lo contrario la revolución hubiera seguido el curso democrático que el pueblo buscaba.

Desde el principio, siguiendo el patrón comunista, se concentró en montar su sistema de propaganda y su aparato represivo de inteligencia y terrorismo. La efectividad mayor de este régimen ha recaído en su capacidad publicitaria -Castro tiene mucho de Goebbel- y en su poderoso instrumento policiaco-militar de seguridad. -Castro tiene mucho de Stalin-. Esos han sido sus dos grandes éxitos: la propaganda y la represión y siempre en íntima dependencia del culto a la personalidad del “líder máximo”.

FIDELO-COMUNISTA

El argumento esgrimido por algunos de que Fidel es fidelista antes que todo, olvida que Stalin fue stalinista primero que comunista como Kruschev fue kruchevista, Lenin leninista, o Ramiz Alia, ramizista. El comunismo ha sido un medio más que un fin para buscar el poder absoluto de sus líderes y mantenerse en él, ha sido un ropaje para vestir la dictadura del proletariado lo mismo en Cuba que en otros países. Y en ningún caso se ha seguido al pie de la letra el recetario marxista-leninista para alcanzar el poder o mantenerlo. El individualismo de los jefes ha primado sobre el colectivismo socialista, es decir el capitalismo de estado.

FIDELO-OPORTUNISTA

Tampoco el hecho de que Castro sea un oportunista -que lo es- es razón suficiente para conceder que no es comunista. No conozco un solo capitoste del comunismo internacional que no sea oportunista. El terrible Honecker también lo fue como todos sus sucesores, como Jaruzelski o Gomulka en Polonia, como Zhivkovo en Bulgaria. Que Castro pudo haber sido nazista tampoco lo exime de su totalitarismo marxista. 

Cualquiera -o al menos algunos- de los líderes marxistas pudieron haber cambiado la hoz y el martillo por la misma swástica si el nazismo estuviera de moda o se hubiera impuesto. Después de todo el nacional-socialismo y el socialismo marxista son primos hermanos bien llevados. Por ello supieron firmar pactos de no agresión cuando las conveniencias así lo aconsejaron.

Que Castro tiene mucho de nazista es cierto. Lo cual sólo refuerza su condición de comunista manipulador y si hubiera habido vientos favorables a su ascensión por la escalera nazi-fascista lo hubiera hecho. Pero su sentido estratégico le dijo que no era el momento para ser nazista ni siquiera para ser un dictador tropical. Por eso no quiso ser tampoco un mero autócrata al estilo de Batista, Somoza, Strossner, Pérez Jiménez o cualquier otro al uso. 

Le provocaba más la figura de un Tito -que fue también profundamente titoista- o el chino Mao que jugó todo tipo de cartas para mantenerse en el poder. En su oportunismo la carta marxista-leninista fue la escogida. La motivación se aprovechó de la oportunidad.

Creo que si no hubiera habido toda una concepción ideológico-estratégica definida, Castro no se hubiera lanzado en busca de un socialismo marxista, a 90 millas del Tío Sam, que en un principio estuvo feliz y presto para encauzar a Cuba por la vía democrática y capitalista como correspondía a sus mejores intereses. Pero Castro aspiraba a ser algo más que un dictador títere de los Estados Unidos. 

Y prefirió escoger su carta marxista, en una etapa de guerra fría, a pesar de que su triunfo se debió, en gran parte, a la actitud final de los Estados Unidos contra Batista, al cual abandonaron y le decretaron un embargo de armas que sirvió de jaque mate para acorralar al entreguista ejército batistiano. Así se dio luego la paradoja de que los dos grandes poderes del mundo, a partir de Kennedy y Kruschev, se convirtieron en los mejores guardaespaldas de la tiranía castrista o castro-comunista.

DE LA NEGACIÓN A LA AFIRMACIÓN

Que Castro negara reiteradamente su condición de comunista en una Cuba, donde la simpatía hacia esa ideología era realmente muy pobre, es explicable. Castro, que, de tonto no tiene un pelo, lo sabía perfectamente y, por eso, reiteradamente, en público y en privado, negaba su posición y su mentalidad comunista. El uso de la mentira, así como cualquier medio que sirva en un momento dado a la revolución, es un principio muy leninista, tal vez aprendido de Maquiavelo.

La dialéctica marxista, por otra parte, hace de las contradicciones toda una teoría para su desarrollo. Sólo cuando las condiciones objetivas y subjetivas son propicias para la definición se reconoce el hecho. Mao-Tse-Tung, en la China, al principio se presentaba como un mero reformador agrario.

El Partido Comunista de Cuba, dominado por la vieja guardia, no quiso apostar inicialmente por este joven revolucionario que surgía. Castro pretendía dominar y por eso prefirió no pertenecer a sus huestes, como sí lo hizo Raúl en 1953. Prefirió prepararse para manipular el viejo esquema cuando lo creyera oportuno. Para ello, desde la Universidad, ya empezó, como hemos visto, a codearse con todos los elementos filo-comunistas y comunistas, buscando aliados para acaparar el control.

Lo mismo trató de hacer en el Partido Ortodoxo que, paradójicamente, tenía como dirigente a Chibás, bien anticomunista, pero la organización estaba minada por comunistas más o menos confesos en aquella época. Hay que recordar que aunque el comunismo cubano no tenía fuerza electoral de primera potencia sí poseía disciplina, organización y afanes de infiltración y de conquista del poder, desde que Fabio Grobart comenzó su diligente labor de zapa. Antes de salir el Granma de Méjico, el caldo comunista ya hervía. El Che no se incorporó de ingenuo en la partida. Pero la CIA dormía mientras la KGB actuaba. Las guerrillas calientes entibiaban la guerra fría.

CONTRADICCIONES DIALÉCTICAS

En el Moncada combatieron sólo dos comunistas reconocidos. Según Melba Hernández, entre los moncadistas estaba prohibido mencionar las tesis marxistas. Pero tampoco hubo críticas al comunismo por parte de Fidel en su etapa insurreccional. Sin embargo, la propia Melba Hernández sostuvo que Abel Santamaría -muerto en el Moncada- siempre insistió en la necesidad de que Fidel se hiciera comunista. En el famoso discurso «La Historia me Absolverá» -que tiene un buen tramo de plagio a Hitler- entre líneas, en interpretación de Gastón Baquero, se podía sospechar un espíritu marxista larvado.

Debray ha insistido, que en la técnica cubana, Castro sustituyó el Partido por el Ejército. Acaso por eso el Che decía que el ejército de las sierras ya podía contar con un programa mínimo de acción, puesto que en sus tropas el adoctrinamiento no era escaso. Nunca se olvide que para Castro todos los métodos y medios son buenos siempre y cuando sean útiles para sus planes, independientemente de que resulten ortodoxos o heterodoxos desde el punto de vista marxista-leninista.

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