30 de octubre de 2013

Semblanza de Fidel Castro (6ª Entrega)


SEMBLANZA
DE FIDEL CASTRO

(6ª Entrega)

 Por José Ignacio Rasco
  
LA REVOLUCIÓN AMBIDIESTRA: TRAICIONADA Y TRAIDORA

La revolución que surgió de la Sierra Maestra logró aunar a casi toda la gama política y social del pueblo cubano. La propaganda psicológica logró el milagro de unificar todos los grandes sectores y estamentos sociales en la lucha contra el dictador Batista repudiado por las grandes mayorías.

La trampa fidelista -con su genial sentido publicitario- ganó la guerra más que con las pocas batallas guerrilleras con la atmósfera psicológica que logró crear en la Sierra y en el Llano, en la clandestinidad y en el exilio. La derecha cubana apoyó al «Robin Hood» de las cercanías del Turquino casi con el mismo entusiasmo que la misma clase obrera y el campesinado. 

La gran prensa norteamericana convirtió lo que era un juego de escondite en las montañas en una fuerza hercúlea dirigida por un Paul Bunyan cubano.

En realidad, toda la tónica propagandística giraba en torno a un proyecto bien burgués y conservador: Restauración de la Constitución del 40, elecciones generales en un plazo relativamente corto, honradez administrativa y restablecimiento de todas las libertades democráticas. El viraje social y radical surgió después que el castrismo se impuso.

En ese sentido el pueblo vio que su revolución fue traicionada porque sus verdaderas inquietudes se anclaban en el mundo político de la democracia representativa. Así cabe hablar de una revolución traicionada. Pero claro que cuando hay traición es porque hay un traidor, que hoy todos reconocen en el personaje central. 

No hay que ser muy zahorí cuando se estudia el proceso que se inició con el desembarco del Granma para ver cómo el cálculo y la previsión socialista dirigían el pensamiento y la acción de los principales aliados del caudillo. En honor de la verdad, las iniciativas de la Sierra eran totalmente independientes de lo que otros grupos de acción hacían en el Escambray, en Miami, Washington, New York o Caracas.

Los clamores de unidad y de fusión eran siempre rechazados con insistencia por el caudillo de la Sierra. Por ello Gastón Baquero ha señalado que muchos se quisieron engañar o no pudieron contrarrestar los úcases monopolizadores que venían de las lomas. Así, pues, la violencia, la guerra y la venganza ya se habían establecido desde antes de bajar de las alturas y los fusilamientos, desde entonces, eran parte de «la justicia revolucionaria».

La revolución, desde sus inicios, utilizaba ambas manos para indicar sus caminos. La derecha predominaba en la gran propaganda que se lanzaba por Radio Rebelde para Cuba y para la opinión mundial. La izquierda se usaba más sutilmente para firmar compromisos con los camaradas que subían, bajaban o permanecían en las guaridas selváticas.

La mano zurda era la que menos ruido hacía pero apretaba el puño con todo su simbolismo. Ahí estaba la revolución traidora. La del cálculo, la de la estrategia, la agazapada, controlada por ese autócrata manipulador.

INGENUIDAD POPULAR Y COMPLICIDAD DE LAS DIRIGENCIAS

El pueblo cubano es generoso y noble, pero de un espíritu emotivo y sentimental, que lo hace poco amigo del examen crítico, objetivo o veraz. Somos por ello de reacciones muy pendulares e inestables. Lo que indica una lamentable inmadurez política. Vivimos del «wishfull thinking», del «ojalá suceda». «Ojalateros», decía Pastor González, aquel gran cubano que luego de mucho ajetreo público cambió la tribuna política por el púlpito sagrado.

En verdad, creo, que todos los países tienen siempre una masa crédula e ignorante que suele pesar más de lo recomendable en cualquier balanza política. Un pueblo tan culto y filosófico como el alemán fue víctima de los cantos de sirena de Adolfo Hitler. Y los italianos y los argentinos -perdónese si puede haber redundancia- se emborracharon con los piropos de Mussolini, de Perón y de Evita.

De todos modos, nuestra idiosincrasia optimista, románticona y jacarandosa, nos cantaba siempre que en Cuba «no hay problema» y la “toalla” era una pieza de uso político para secar muchas lágrimas. En el “totí” recaían siempre todas las culpabilidades. Y en todo caso la geografía, “las noventa millas”, “los gringos”, no permitirían que en Cuba ocurrieran ciertas cosas…

Pero la responsabilidad de las clases «vivas» y de todas las dirigencias, desde la política hasta la religiosa, dejaba bastante que desear.

Castro, con su dialéctica morbosa, ha sabido condenar cualquier tipo de intervencionismo sobre Cuba mientras él, sin el menor recato, ha mendigado al mundo entero, especialmente a la ex-Unión Soviética, todo tipo de ayuda al tiempo que sus propias tropas y sus infiltraciones invasoras, violan todas las soberanías posibles a su alcance. Un caso bien ejemplar de su maquiavélico proceder ocurre con el problema del embargo norteamericano.

 Independientemente de la razón o sin razón del mismo, él es quien tiene impuesto sobre Cuba un embargo interno, negándole a los propios ciudadanos lo que les da a los turistas, y a la “la nueva clase”. Y, al mismo tiempo, subestima al peso cubano y beneficia a los pudientes que consiguen dólares. Todo lo cual, además de la ineficiencia del sistema, tiene una intención política de hacer al pueblo dependiente de las arbitrariedades del gobierno.

El internacionalismo castrista ha originado, paradójicamente, un aislacionismo mayor de la Isla. Y su geopolítica intervencionista ha provocado una peligrosa penetración cubana en casi todas las latitudes tercermundistas con resultados nefastos para esos pobres países y violando, sin escrúpulo, la soberanía de esas naciones.

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