SEMBLANZA
DE FIDEL CASTRO
(6ª Entrega)
Por José Ignacio Rasco
LA REVOLUCIÓN AMBIDIESTRA: TRAICIONADA
Y TRAIDORA
La revolución que surgió de la Sierra
Maestra logró aunar a casi toda la gama política y social del pueblo cubano. La
propaganda psicológica logró el milagro de unificar todos los grandes sectores
y estamentos sociales en la lucha contra el dictador Batista repudiado por las
grandes mayorías.
La trampa fidelista -con su genial
sentido publicitario- ganó la guerra más que con las pocas batallas
guerrilleras con la atmósfera psicológica que logró crear en la Sierra y en el
Llano, en la clandestinidad y en el exilio. La derecha cubana apoyó al «Robin
Hood» de las cercanías del Turquino casi con el mismo entusiasmo que la misma
clase obrera y el campesinado.
La gran prensa norteamericana convirtió lo que
era un juego de escondite en las montañas en una fuerza hercúlea dirigida por
un Paul Bunyan cubano.
En realidad, toda la tónica
propagandística giraba en torno a un proyecto bien burgués y conservador:
Restauración de la Constitución del 40, elecciones generales en un plazo
relativamente corto, honradez administrativa y restablecimiento de todas las
libertades democráticas. El viraje social y radical surgió después que el
castrismo se impuso.
En ese sentido el pueblo vio que su
revolución fue traicionada porque sus verdaderas inquietudes se anclaban en el
mundo político de la democracia representativa. Así cabe hablar de una
revolución traicionada.
Pero claro que cuando hay traición es porque hay un traidor, que hoy todos
reconocen en el personaje central.
No hay que ser muy zahorí cuando se estudia
el proceso que se inició con el desembarco del Granma para ver cómo el cálculo
y la previsión socialista dirigían el pensamiento y la acción de los
principales aliados del caudillo. En honor de la verdad, las iniciativas de la
Sierra eran totalmente independientes de lo que otros grupos de acción hacían
en el Escambray, en Miami, Washington, New York o Caracas.
Los clamores de unidad y de fusión
eran siempre rechazados con insistencia por el caudillo de la Sierra. Por ello
Gastón Baquero ha señalado que muchos se quisieron engañar o no pudieron
contrarrestar los úcases
monopolizadores que venían de las lomas. Así, pues, la violencia, la guerra y la
venganza ya se habían establecido desde antes de bajar de las alturas y los
fusilamientos, desde entonces, eran parte de «la justicia revolucionaria».
La revolución, desde sus inicios,
utilizaba ambas manos para indicar sus caminos. La derecha predominaba en la
gran propaganda que se lanzaba por Radio Rebelde para Cuba y para la opinión
mundial. La izquierda se usaba más sutilmente para firmar compromisos con los
camaradas que subían, bajaban o permanecían en las guaridas selváticas.
La mano zurda era la que menos ruido
hacía pero apretaba el puño con todo su simbolismo. Ahí estaba la revolución traidora.
La del cálculo, la de la estrategia, la agazapada, controlada por ese autócrata
manipulador.
INGENUIDAD POPULAR Y COMPLICIDAD DE
LAS DIRIGENCIAS
El pueblo cubano es generoso y noble,
pero de un espíritu emotivo y sentimental, que lo hace poco amigo del examen
crítico, objetivo o veraz. Somos por ello de reacciones muy pendulares e
inestables. Lo que indica una lamentable inmadurez política. Vivimos del «wishfull thinking», del «ojalá suceda».
«Ojalateros», decía Pastor González, aquel gran cubano que luego de mucho
ajetreo público cambió la tribuna política por el púlpito sagrado.
En verdad, creo, que todos los países
tienen siempre una masa crédula e ignorante que suele pesar más de lo
recomendable en cualquier balanza política. Un pueblo tan culto y filosófico
como el alemán fue víctima de los cantos de sirena de Adolfo Hitler. Y los
italianos y los argentinos -perdónese si puede haber redundancia- se
emborracharon con los piropos de Mussolini, de Perón y de Evita.
De todos modos, nuestra idiosincrasia
optimista, románticona y jacarandosa,
nos cantaba siempre que en Cuba «no hay problema» y la “toalla” era una pieza
de uso político para secar muchas lágrimas. En el “totí” recaían siempre todas
las culpabilidades. Y en todo caso la geografía, “las noventa millas”, “los
gringos”, no permitirían que en Cuba ocurrieran ciertas cosas…
Pero la responsabilidad de las clases
«vivas» y de todas las dirigencias, desde la política hasta la religiosa,
dejaba bastante que desear.
Castro, con su dialéctica morbosa, ha
sabido condenar cualquier tipo de intervencionismo sobre Cuba mientras él, sin
el menor recato, ha mendigado al mundo entero, especialmente a la ex-Unión
Soviética, todo tipo de ayuda al tiempo que sus propias tropas y sus
infiltraciones invasoras, violan todas las soberanías posibles a su alcance. Un
caso bien ejemplar de su maquiavélico proceder ocurre con el problema del
embargo norteamericano.
Independientemente de la razón o sin razón del mismo,
él es quien tiene impuesto sobre Cuba un embargo interno, negándole a los
propios ciudadanos lo que les da a los turistas, y a la “la nueva clase”. Y, al
mismo tiempo, subestima al peso cubano y beneficia a los pudientes que
consiguen dólares. Todo lo cual, además de la ineficiencia del sistema, tiene
una intención política de hacer al pueblo dependiente de las arbitrariedades
del gobierno.
El internacionalismo castrista ha
originado, paradójicamente, un aislacionismo mayor de la Isla. Y su geopolítica
intervencionista ha provocado una peligrosa penetración cubana en casi todas
las latitudes tercermundistas con resultados nefastos para esos pobres países y
violando, sin escrúpulo, la soberanía de esas naciones.
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