Semblanza
de Fidel Castro
(3ª entrega)
Por el Dr. José Ignacio Rasco
EN LA COLINA UNIVERSITARIA
El contacto con la Colina
Universitaria cambió radicalmente la actitud de Castro. Sin los contrapesos
morales y religiosos que moderaban su conducta colegial, se sintió libre de
toda atadura o compromiso. Inicia una etapa anárquica en su vida en la que
pierde la poca o mucha fe que había adquirido en los claustros belemitas. Le entra una fiebre de
publicidad, de darse a conocer por sus extravagancias, rarezas y aventuras. Suelta
toda timidez o sentido de la moderación; el narcisismo y la megalomanía se
apoderan de su persona.
Su primer discurso en plan de líder
universitario, fue el 27 de noviembre de 1947, aniversario del fusilamiento de
los estudiantes de medicina durante la colonia. Para preparar el discurso se
pasó tres días en mi casa. Quería que lo ayudase a redactarlo. Así fue. Le di
un contenido que, según Pardo Llada, resultaba demasiado martiano. Se aprendió
el discurso de memoria y lo ensayó varias veces.
En esta etapa su afición por las
pistolas se desató. Se afilió al grupo gangsteril
de la UIR (Unión Insurreccional Revolucionaria), que dirigía Emilio Tro, rival
de otro grupo pandillero, el MSR (Movimiento Socialista Revolucionario) que
comandaba Rolando Masferrer. En verdad Castro procuraba evitar roces peligrosos
entre ambos grupos contendientes, y a veces coqueteaba con ellos y sus líderes.
Tan pronto era perseguidor como perseguido. Todos estos afanes peligrosos le
daban cierta jerarquía machista entre algunos dirigentes estudiantiles. Se le
consideró autor o cómplice del asesinato, o tentativa de asesinato, de algunos
líderes universitarios, entre otros, de Manolo Castro, Justo Fuentes y Leonel
Gómez, pero, en verdad, las pruebas no aparecieron nunca. El propio sospechoso
con frecuencia dejaba correr el rumor y la intriga.
Tuvo un fuerte altercado
con Francisco Venero, policía universitario, cuando éste trató de desarmarlo.
Según algunos, lo fusiló más tarde en la Sierra Maestra. También se le acusó
del atentado a Óscar Fernández Cabral, sargento de la policía universitaria, el
6 de junio de 1948.
En cierta ocasión viajábamos en un
auto con varios amigos y Fidel nos pidió que lo lleváramos. Y al cruzarnos con
otro vehículo, el propio Fidel de pronto se agachó y dijo: «creía que esa gente
me iba a matar pues son muy vengativos». A la sorpresa siguió el silencio y el
agachado estudiante se bajó pocas cuadras después. Nunca pudimos lograr que nos
explicara aquella actitud.
Cuando fundamos, en 1948, el
Movimiento Pro-Dignidad Estudiantil, con Valentín Arenas, Pedro Romañach, Pedro
Guerra y otros compañeros, en un afán de adecentamiento y reformas
universitarias, Fidel mostró algún interés en él, aunque dijo estar
comprometido con otros grupos. Me cuenta un amigo común que en cierta reunión
de la FEU alguien sugirió liquidar a varios líderes para abortar el Movimiento,
pero Fidel adujo que esos dirigentes amigos y condiscípulos de él éramos
«intocables», no obstante andar en bandos opuestos. Sin embargo, las amenazas
de muerte contra varios de nosotros, y de nuestros familiares, nunca cesaron.
Castro nunca pudo ganar la presidencia
estudiantil de la Escuela de Derecho ni de la FEU (Federación Estudiantil
Universitaria). Su amor por la urna apenas se probó en alguna delegatura de curso. Su actuación básica
operaba más detrás de las bambalinas que en las candidaturas electorales.
Siempre andaba muy vinculado a elementos marxistas.
Sin duda la mayor
influencia que pesó sobre él fue la de Alfredo Guevara, comunista de partido,
con gran poder de persuasión. Otros que giraban en la órbita fidelista eran
Baudilio Castellanos, Benito Besada, Walterio Carbonell, Álvarez Ríos, Mario
García Incháustegui, Lionel Soto, Luis Más Martín, Núñez Jiménez, Leonel
Alonso, Flavio Bravo y otros simpatizantes del comunismo.
Para cierto público, ajeno a la
universidad, el nombre de Fidel Castro se iba dando a conocer como el de un
joven intrépido que a ratos alborotaba la opinión pública en comparecencias
radiales, en un artículo de prensa, o en alguna de sus aventuras, como cuando
logró traer la histórica campana de la Demajagua a la Universidad de La Habana.
Pero para algunos estudiantes su fama se reducía al tríptico de botellero, gángster y comunista. Se decía que tenía
una botella (empleo del gobierno que se cobraba, pero no se trabajaba) en el
Ministerio de Educación, pero en realidad nunca se supo de prueba suficiente.
Lo del amor por el gatillo era vox populi y lo de
comunista ya era asunto polémico. Recuerdo que en 1958, se me invitó a una
reunión de directores de bancos, para que explicara la personalidad de Fidel.
Para gran escándalo de algunos señores (que vendían bonos del 26 de julio)
desarrollé el tema tríptico: comunista, gángster y botellero. Solamente tres o
cuatro de ellos me dieron la razón. Los demás defendieron al sujeto en
cuestión. Uno fue miembro luego del gobierno, pero todos murieron en el exilio
totalmente desengañados.
Ruly Arango, otro amigo y condiscípulo
del colegio y de la universidad, durante un tiempo fue room mate de Fidel en el Hotel Vedado cerca de la Universidad. Ruly
trataba de catequizar al neo escéptico exalumno de los jesuitas, que antes se
santiguaba en los juegos de baloncesto y hacía promesas y rezos en la capilla
para ganar en toda competencia.
Me acuerdo que una vez Ruly lo invitó a asistir
a un retiro espiritual, de un día, en la Agrupación Católica Universitaria
(ACU). Fidel se apareció muy tarde, pero pudo conversar al final con el grupo y
también con el famoso P. Felipe Rey de Castro, el fundador y director de la
ACU. Su comentario sobre el estudiante revolucionario: «Muchacho de grandes
cualidades de liderazgo, pero muy desorientado.
En algo me recuerda a Manolo
Castro, (otro dirigente estudiantil de muchos años y bien conocido en aquellos
días), pero creo que es más ambicioso y temible que Manolo, el otro Castro»
(sin relación familiar).
En la Plaza Cadenas, junto a la
Facultad de Derecho, un buen día en 1948, me encontré con Fidel. Durante dos
horas estuvimos conversando. Me contó de sus lecturas de Malaparte, Hegel,
Lenin y Marx. En aquellos días pensaba en la necesidad de dar un golpe de
estado. Y me asombró su conocimiento de la dialéctica hegeliana y de la
estrategia leninista. Ya se sabía de memoria el ¿Qué hacer? de Lenin. Y me
dio una clase sobre la plusvalía de Marx.
Entonces me dijo que había tomado
cursillos de esos temas en Carlos III (sede del Partido Comunista) y trató de
convencerme, con celo apostólico, que yo debería asistir y comprar los libros
«que allí se venden tan baratos».
Otras veces se jactaba de saberse
el Mein Kampf
de memoria. A través de sus lecturas aprendió el poder de la mentira repetida
como arma esencial de la propaganda. También recitaba párrafos enteros de
discursos de Primo de Rivera y de Mussolini, así como del libro ¿Qué hacer? ya mencionado,
que lo aplicó en Cuba fielmente desde el propio año 59.
Otra anécdota histórica. En la
antesala del examen oral de la asignatura de Propiedad y Derechos Reales,
Castro pronunció una filípica contra la propiedad privada de una violencia
increíble. Nunca lo había visto tan frenético y ante testigos, compañeros de
clase, disparatar de ese modo, haciéndose eco de la interpretación de Marx
sobre la plusvalía. Señaló que esa asignatura, y todo el Derecho Romano, debía
eliminarse del curriculum, ya que «la
propiedad es un robo» como decía Proudhon.
Luego continuó con un ataque
despiadado al capitalismo, a la industria azucarera cubana “controlada” en su
totalidad por los intereses norteamericanos (lo cual desde luego, no era cierto)
por lo que era necesario una revolución radical para «expulsar al gringo» y
controlar toda la estructura productiva por el Estado. Fidel apelaba a Walterio
Carbonell para que corroborara lo que el decía. Y Walterio asentía más con la
cabeza que con las palabras. Walterio era un comunista de partido, hombre bueno
y sencillo, negro criollo, que se incorporó a la revolución y luego fue
defenestrado como tantos otros por alguna diferencia con el partido.
Estábamos en tercer año de la carrera,
cuando andábamos en los líos de una asamblea para hacer una constitución
universitaria. Me tropecé con Fidel y acordamos una cita para analizar los
problemas de la universidad. Por sugerencia suya nos debíamos reunir fuera de
la universidad, en una casa del centro de La Habana (creo que estaba en la
calle Lealtad).
La entrevista se convirtió en una conversación sin mayor
importancia. Pero lo que me llamó la atención fue la copiosa literatura
marxista de libros, folletos y revistas almacenados. Y el lugar resultó el local
“donde duerme” Alfredo Guevara. Algún material era publicado en Cuba, pero la
mayor parte provenía del extranjero y se repartía para América Latina.
Un grupo
de Pro-Dignidad Estudiantil descubrió en los locales de la FEU parte de la
literatura preparada para enviar a diversos países. Se produjo una reyerta y
tuvo que intervenir la policía universitaria.
La participación de Castro en la
Asamblea Constituyente Universitaria fue más de bambalinas que de actuación
pública; allí estuvo aliado a elementos gangsteriles
y socialistoides que nos combatían en
todas las formas, incluso con amenazas de muerte para nosotros o nuestras
familias. Terminamos la Universidad en 1950. A Castro todavía le quedaron
algunas asignaturas pendientes, pero pronto terminó sin apelar para ello a las
pistolas como se ha dicho erróneamente.
En el año 1952 el golpe de estado del
10 de marzo dio comienzo a la dictadura batistiana, que rompió el orden
constitucional y desencadenó un trágico proceso de violencia y sangre.
Nuestras discrepancias con Fidel
aumentaron. Él entendía que la única forma de lucha era la del alzamiento y el
hostigamiento violento por medio del terror, de la bomba indiscriminada y de
los atentados personales, lo que culminó con el desastroso e irresponsable ataque
al Cuartel Moncada y al de Bayamo. Nosotros creíamos en la posibilidad de la
vía electoral.
Nos enrolamos en el Partido de Liberación Radical que formamos
con Amalio Fiallo, Manuel Artime y algunos veteranos de los asaltos a los
cuarteles de Santiago de Cuba y de Bayamo que, con muy buena fe, habían
participado en esos afanes belicistas. Pero todos aquellos esfuerzos fracasaron
por la intransigencia del gobierno y de la oposición. Las grandes mayorías se
tornaron apáticas y desinteresadas de toda política; Castro aprovechó la
oportunidad para lanzar el movimiento guerrillero y para desarrollar una
increíble propaganda en favor del Ejército Rebelde y de su caudillo máximo.
Fue, para Cuba, el pírrico triunfo de las armas sobre las urnas.
En verdad se impuso una técnica de
guerrilla psicológica, con una publicidad bien orquestada que logró crear un
clima de inseguridad y de desestabilización que el barbudo de la Sierra supo
promover y capitalizar desde el principio. Grupos opositores de magnitudes
superiores fueron ignorados y destruidos por la mítica leyenda heroica de la
Sierra, del Robin Hood.
Muchos elementos civiles fueron rindiéndose a los úcases y deseos del líder que boicoteaba
toda negociación pues quería «todo el poder para los soviets», aunque todavía
aseguraba a la prensa que él no era comunista, mientras ya el Ejército Rebelde
recibía lecciones de adoctrinamiento marxista-leninista. Y el New York Times y
Mr. Mathews le servían a Castro de sonora caja de resonancia.
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