De
epitafios y epitafios
Esta
anécdota se atribuye a Pedro Muñoz Seca, humorista y autor teatral
español. Varios años después de los sucesos que aquí se narran, Pedro
Muñoz Seca murió asesinado en 1936 por las tropas
republicanas durante las matanzas de Paracuellos, al comienzo de la guerra
civil española.
Pero
en sus tiempos de estudiante, don Pedro vivía en una casa de Madrid
donde atendía la portería un encantador matrimonio al que profesaba auténtico
afecto. Falleció la mujer, y a los pocos días murió también el marido, más de pena
que de enfermedad, pues era un matrimonio profundamente enamorado.
El
hijo de los porteros se dirigió a don Pedro, muy afectado tras la muerte de sus
padres, y le pidió que redactara un epitafio para honrar su memoria. Del
corazón de Muñoz Seca surgieron estos versos:
FUE TAN GRANDE SU BONDAD,
TAL SU GENEROSIDAD
Y LA VIRTUD DE LOS DOS
QUE ESTÁN, CON SEGURIDAD,
EN EL CIELO, JUNTO A DIOS.
Corría
mil novecientos veintitantos y, en aquella época, era preceptivo que la Curia
diocesana aprobara el texto de los epitafios que habían de adornar los
enterramientos. Así que don Pedro recibió una carta del Obispado de Madrid
reconviniéndole a modificar el verso, puesto que nadie, ni siquiera el propio
Obispo de la diócesis o el Santo Padre, incluso, podían afirmar de un modo tan
categórico que unos fieles hubieran ascendido al cielo sin más. Don Pedro rehízo
el verso y lo remitió a la Curia, del modo siguiente:
FUERON MUY JUNTOS LOS DOS,
EL UNO DEL OTRO EN POS,
DONDE VA SIEMPRE EL QUE MUERE,
PERO NO ESTÁN JUNTO A DIOS.
PORQUE EL OBISPO NO QUIERE.
Nueva
carta de la Curia. El Obispo, tras recriminar al autor lo que cree -con toda la
razón del mundo- una burla y un choteo de Muñoz-Seca, le exige una
rectificación ya que no es el Obispo el que no quiere, pues ni siquiera es
voluntad de Dios. Él no decide nuestro futuro, sino que es nuestro libre
albedrío el que nos lleva al cielo o no. Así que don Pedro remata la
faena, escribiendo un verso que jamás se colocó en enterramiento alguno porque
la Curia jamás le contestó:
VAGANDO SUS ALMAS VAN,
POR EL ÉTER, DEBILMENTE,
SIN SABER QUE ES LO QUE HARÁN,
PORQUE, DESGRACIADAMENTE,
NI DIOS SABE DÓNDE ESTÁN.
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