2 de noviembre de 2013

Don Juan Tenorio en Italia


Don Juan Tenorio en Italia

Ana Dolores García

Estas fechas con las que un nuevo noviembre se nos estrena, no eran solamente días de tristeza, oración, responsos, cementerios y epitafios. 

Eran, -al menos en tiempos ya idos-, los de la presencia de un personaje universal que hace siglos había aparecido en la literatura española y que desde entonces reaparecía cada año en escenario y pantalla: don Juan Tenorio.   

El porqué de esta presencia precisamente en estos días de muertos resulta fácil de entender, pues la acción de su historia desemboca en un camposanto, final de la trama, desenlace inevitable del justo ajuste de cuentas y del repaso doloso de una vida licenciosa.  


Aunque ya sea parte de un pasado que se difuma, no podemos dejar de evocarlo. El amigo Humberto Estrada lo ha hecho y en un mensaje electrónico ha repetido los versos de Zorrilla que relatan los andares amorosos de este personaje, este don Juan inmortal, a la vez ficticio y encarnado en tantos.

Con esta evocación va también otra al recuerdo de quien mucho y bien lo personificara en los escenarios cubanos: Otto Sirgo.  


...Pues señor, yo desde aquí,
buscando mayor espacio
para mis hazañas di
sobre Italia, porque allí
tiene el placer un palacio.
De la guerra y del amor
antigua y clásica tierra,
y en ella el emperador,
con ella, y con Francia en guerra
díjeme: ¿Dónde mejor?

Donde hay soldados hay juego,
hay pendencias y amoríos.
  Di pues, sobre Italia luego,
buscando a sangre y a fuego
amores y desafíos.
En Roma a mi apuesta fiel,
fijé entre hostil y amatorio,
a mi puerta este cartel:
"Aquí está Don Juan Tenorio
para quien quiera algo de él".

De aquellos días la historia
a relataros renuncio;
remítome a la memoria
que dejé allí, y de mi gloria
podéis juzgar por mi anuncio.
Las romanas caprichosas,
las costumbres licenciosas,
yo, gallardo y calavera.
¿Quién a cuentos redujera
mis empresas amorosas?

Salí de Roma por fin
como os podéis figurar,
con un disfraz harto ruin
y a lomos de un mal rocín,
pues me querían ahorcar.
Fui al ejercito de España;
mas todos paisanos míos,
soldados y en tierra extraña,
dejé pronto su compaña
tras cinco o seis desafíos.

Nápoles, rico vergel
de amor, de placer emporio,
vio en mi segundo cartel:
"Aquí esta Don Juan Tenorio
y no hay hombre para él".

Desde la princesa altiva
a la que pesca en ruin barca,
no hay hembra a quien no suscriba,
y cualquier empresa abarca
si en oro o placer estriba.
Búsquenle los reñidores;
cérquenle los jugadores;
quien se precie, que le ataje,
a ver si hay quien le aventaje
en juego, en lid o en amores.

Esto escribí, y en medio año
que mi presencia gozó
Nápoles, no hay lance extraño,
no hubo escándalo ni engaño
en que no me hallara yo.

Por dondequiera que fui,
la razón atropellé,
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé
y a las mujeres vendí.
Yo a las cabañas bajé,
yo a los palacios subí
y los claustros escalé,
y en todas partes dejé
memoria amarga de mí.

Ni reconocí sagrado
ni hubo razón ni lugar
por mi audacia respetado;
ni en distinguir me he parado
al clérigo del seglar.
A quien quise provoqué,
con quien quiso me batí,
y nunca consideré
que pudo matarme a mí
aquel a quien yo maté.

A esto Don Juan se arrojó,
y escrito en este papel
está cuanto consiguió,
y lo que él aquí escribió,
mantenido está por él.

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