17 DE ABRIL DE 1961
Por Hugo J.
Byrne
A mi amigo el
Capitán René García, héroe de la Brigada 2506
“Pagaremos cualquier precio, soportaremos cualquier carga, encararemos cualquier dificultad, apoyaremos a cualquier amigo y nos opondremos a cualquier enemigo para asegurar la supervivencia y éxito de la libertad”
John F. Kennedy (discurso inaugural)
“Por la primera vez en treinta y siete años me sentí avergonzado de mi país”
Grayston L. Lynch (“Decision for Disaster”)
Hay impresiones
que permanecen vívidas en la mente y ni siquiera el paso del tiempo disminuyen.
Dicen que el dolor físico se olvida y es verdad. En el año 2011 sufrí tres
operaciones, incluyendo una de seis horas en la que perdí siete pintas de
sangre y que dejara la parte izquierda de mi diafragma rígido, impidiendo al
pulmón del mismo lado su función normal. Me repararon con otra cirugía varios
meses después. Estoy seguro que me sentía muy mal durante ese tiempo, pero
ya no recuerdo el dolor.
He sufrido
muchas heridas dolorosas, incluyendo dos por arma de fuego y a menudo necesité
suturas, vendas y sueros durante mi juventud. Recuerdo los incidentes, pero
nó el malestar físico. Dicen los sicólogos que el recuerdo del dolor
desaparece por medio de un mecanismo subconsciente que tiene esa específica
tarea. Pero para mí hay una excepción.
En la mañana
del lunes 17 de Abril de 1961 me alisté para ir al trabajo desde las 5:30 am.
Demasiado temprano para mis hábitos. Aunque no me acuerdo, es probable que
había pasado una mala noche. En mi organismo, madrugar involuntariamente
siempre se relaciona al insomnio.
Aún me
desempeñaba (no quiero usar el verbo “trabajar”) en el mismo edificio de la
calle Fábrica #10 de Luyanó donde se encontrara la Maderera Antonio Pérez hasta
su robo por Castro en octubre del año anterior. Mi “trabajo” no me hacía perder
el sueño: en Castrolandia el trabajo es una ficción.
Sin embargo
tenía otras preocupaciones serias, como el rápido crecimiento de mi familia. Mi
hija mayor había nacido en septiembre del 60 y mi esposa estaba esperando un
nuevo retoño. Además, me sentía muy abatido por el deceso de mi padre tres días
antes y me había involucrado hasta el cuello en actividades subversivas. Sabía
los riesgos que enfrentaba. El Escambray recién había ofrendado su primera
cuota de mártires en combate y en ejecuciones sumarias, mientras yo esperaba en
vano una orden inminente a la insurrección urbana.
Esa mañana
memorable dejé un mensaje en la puerta a unos vecinos a quienes no quería
despertar a deshora. Era algo que olvidé hacer el domingo. Para ello caminé una
cuadra hacia el oeste, en la acera frente al Parque Japonés de Almendares. Al
regreso una avispa se atascó entre mi nuca y el cuello almidonado de la camisa.
La aplasté con la mano pero no pude impedir el aguijonazo. ¿Fue esa ponzoña una
premonición del desastre que ocurría 150 millas al sureste? Nunca he creído en
tales cosas, pero recuerdo aún la ardentía como si la ridícula picada
de hace 52 años hubiera sido ayer.
No es mi propósito
recordar a los lectores las razones políticas del injusto, fatal fracaso
que sufriera Cuba y que se autoinfligiera Estados Unidos en esa fatídica
ocasión. A estas alturas de la historia es muy evidente donde reside la
responsabilidad criminal. Los cubanos del destierro que aún no lo sepan, no
tienen remedio ni perdón.
Sólo haré una
sinopsis histórica de lo ocurrido en el aire, para beneficio de quienes
por juventud u otra razón válida desconozcan los infames detalles. Por eso voy
a referirme exclusivamente a lo sucedido en el espacio aéreo sobre
el teatro de operaciones durante los días 15, 16 y 17 de abril de 1961.
El día 8 de
abril se decidió el destino de la operación, garantizando su fracaso.
Todo combate aeronaval requiere para su éxito el dominio absoluto del aire.
Este es un axioma indisputado. El 17 las remanentes fuerzas aéreas
castristas fueron capaces de derribar 5 de los dieciseis aviones
insurrectos B-26 de apoyo terrestre, negando a la
Brigada la menor posibilidad de consolidar su desembarco. En términos cuantitativos, la
Brigada perdió un tercio de su fuerza aérea ese día, incluídos 8 de sus mejores
pilotos. Todo el plan de la Agencia Central de Inteligencia se basaba en la
premisa de que la Brigada no encontraría oposición en el aire.
El plan
original se iniciaba con un ataque masivo de 22 B-26 para
destruir los aviones castristas en tierra. La Casa Blanca lo vetó desde el 8 de
abril, cuando arbitrariamente cambiara el lugar del desembarco de la zona de
Trinidad a Bahía de Cochinos. Para ese único ataque se usaron solamente 8
B-26. Ese fue el
inicio del desmoronamiento de una operación que, en contradicción a
lo reclamado por sus críticos, sólo pretendía consolidar una cabeza de
playa.
Después del
único ataque aéreo de la Brigada a las bases de la Fuerza Aérea castrista el 15
de abril, la Casa Blanca ordenó la cancelación de otros dos, programados
contra las mismas bases para el domingo 16 y el lunes 17. Este último debía
ocurrir simultáneamente a los desembarcos en Bahía de Cochinos.
Aunque en ese
momento no se dieron explicaciones a los líderes de la Brigada, más tarde la
misma fuente circuló la especie de que el Embajador ante Naciones Unidas, Adlay
Stevenson, había amenazado con su renuncia a menos que se detuvieran los
bombardeos. Stevenson, tan “liberal” como Kennedy, aunque detestado por el
Ejecutivo, negó enfáticamente la versión.
Aunque el
ataque del 15 causó daño considerable, no logró liquidar por entero a las FAR.
A Castro le quedaban dos T33, dos Sea Fury y por lo menos un B-26. El T-33 es la
versión de entrenamiento del F-80, un “jet” usado por Estados Unidos
durante la primera fase de la Guerra de Corea. El Sea Fury era un caza naval
británico de propela, con cañones de 20 mm montados en las alas y capaz también
de montar cohetes. Esos pocos aviones remanentes hicieron toda la diferencia
del mundo para Castro.
Los lentos B-26 de la Brigada,
con apenas el combustible necesario para sobrevolar la zona de operaciones por
breves minutos después de negociar cientos de millas en cada dirección desde su
base en Nicargüa y carentes de cañones de cola, constituían absolutos
“sitting ducks” para esas naves. Todos los pilotos de ambos bandos
irónicamente habían recibido entrenamiento de la Fuerza Aérea de U.S.A.
De los
contendientes sólo los castristas contaron con el equipo adecuado y no describo a los obuses ni a los
tanques “Stalin” del “gallego” José Ramón Fernández, sino a los T-33 y los Sea
Fury que la ciega y cobarde decisión de Washington dejaran intactos. Los
primeros, como se comprobara sin la menor duda en los iniciales encuentros con
la Brigada en Playa Larga, habían fracasado con estrépito. Fueron los
aviones castristas quienes hundieran a los transportes de tropas y decimaran a
la fuerza aérea atacante.
Las acciones
heroicas de los brigadistas en tierra, muchas y extraordinarias, han
sido ya narradas por decenas de testigos presenciales. Washington se
autoderrotó, pero los brigadistas nunca se rindieron.
Honor y gloria
a todos ellos.
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