Ni carismáticos ni fotogénicos
LA HABANA, Cuba, junio, www.cubanet.org -Los disidentes cubanos, ante
la sordera y la indiferencia mundial, vamos a terminar aquejados con el
síndrome del patito feo. Nos falta una belleza como Camila Vallejo. No somos
espectaculares ni carismáticos como Hugo Chávez. Tampoco lo suficientemente
exóticos para llamar la atención.
En Cuba, el carisma lo tiene Fidel Castro y lo
verdaderamente exótico e insólito es su casi macondiana revolución convertida
en dictadura de más de medio siglo, que sigue siendo de él, aunque ahora sólo
escriba reflexiones que firma como Compañero Fidel.
Los disidentes tenemos que admitir que no hemos
sido capaces de despertar el interés mundial como las tribus indígenas de la
Amazonia, el Dalai Lama, las Madres de la Plaza de Mayo o las ballenas que
amenazan a la vuelta de unos años en quedar convertidas “en imágenes de archivo
de un programa vespertino de televisión”, según dijera un cantante.
A propósito de cantantes, no hay uno de fama
internacional que dedique una canción a las Damas de Blanco, como hizo Sting,
un tipo sensible e identificado con las causas nobles, cuando vio bailar solas
a las esposas y las hijas de los asesinados por las dictaduras militares
sudamericanas.
¿Será la insistencia de la prensa internacional en
repetir el estribillo de “la fragmentada oposición, penetrada por Seguridad del
Estado” el motivo por el cual ningún director ha dedicado a la vida de nosotros
una película como “La vida de los otros”? Y con tantas historias como hay, uno
se pregunta si de veras creerán que la Stassi era más aterradora que el G-2.
El día que un disidente cubano se canse de redactar
documentos y para protestar, se dé candela en la vía pública, como los bonzos
de Saigón de los años 60, dirán que sólo un perturbado mental optaría por el
suicidio en medio de tanta maravilla. Adicionalmente, le reprocharán el feo
manchón que dejó en la calle –que es de Fidel- y haber utilizado para su
propósito suicida el petróleo que solidariamente envía Hugo Chávez.
Estropeando la nostalgia revolucionaria y romántica
de los eternos izquierdistas con boinas guerrilleras y camisetas de Che
Guevara, enfrentamos a una dictadura parlanchina, que se precia de desafiar a
los Estados Unidos y que alguna vez encarnó la utopía. No importa si ya no es
para nada fotogénica, sino todo lo contrario. Pero no importa. Quedan aquellas
fotos hermosas de 1959. Con ellas basta para mantener el espejismo.
Así y todo, con lo poco fotogénicos e
inconvenientes que somos los disidentes, cuando la prensa internacional repara
en nosotros, porque algún preso político murió en huelga de hambre o porque
alguien logró retratar a porristas que golpean mujeres en la calle, el régimen
pone cara de víctima y asegura que se trata de “una nueva campaña mediática
contra la revolución”.
Debemos ser comprensivos con los visitantes
extranjeros que acuden a lo que creen el paraíso revolucionario. Si los cubanos
no logramos construirlo, se supone que al menos debemos simularlo. ¿Qué derecho
tenemos los disidentes a estropear las vacaciones en Cuba de tantos camaradas
solidarios, compañeros de viaje, académicos zurdos y viejos verdes? ¿Por qué
arruinar los negocitos en Cuba de Repsol y Meliá? ¿Cómo vamos a privarlos de
las cultas e instruidas jineteras, los esbeltos pingueros y la mano de obra
barata y sin derecho?
Tan mal como anda el mundo, con tanto indignado
como hay -y con razón-, es de pésimo gusto hablar a los visitantes extranjeros
de las Damas de Blanco, los presos políticos, las cárceles dantescas que no
permiten inspeccionar y los opositores asediados por las brigadas de respuesta
rápida y la Seguridad del Estado. Una verdadera impertinencia nuestra majadería
de reclamar democracia en vez de ponernos a bailar salsa.
¡Cuán desconsiderados somos en negarnos a sonreír a
los lentes de sus cámaras, parados ante los pintorescos escombros de La Habana,
y repetir todo lo que ellos esperan escuchar acerca de nuestra felicidad!
luicino2012@gmail.com
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