1 de junio de 2012

LAS CAMPANAS


 
Las campanas

Ana Dolores García


 Las campanas ya eran conocidas y usadas en los tiempos de apogeo de  los pueblos egipcios y asiáticos y por  griegos y romanos. Estos últimos las llamaban “tintinábulas”.

Cuando los cristianos comenzaron a construir sus templos en Roma y luego en todo el imperio, las empezaron a usar algo tardíamente, porque en los primeros siglos del cristianismo los anuncios los realizaban diáconos llamados “cursores” de puerta en puerta,  hasta que comenzaron a usar palillos de madera o metal, y bocinas para provocar ruido y llamar la atención a sus anuncios. Cuando comenzaron a usar campanas, los cristianos les dieron por nombre “signum”, o sea, signo, señal, porque su tañido avisaba las liturgias o reuniones próximas a celebrarse.

En el siglo VII, tal vez incluso antes, habían crecido en número y tamaño y ya se les conocía con el nombre de  “campanas” porque fue precisamente en la región italiana de “Campania” donde se intensificó la fundición de metales para su elaboración.  

Aunque en  sus primeros siglos las campanas fueran de pequeño tamaño, ya en el siglo XIII comenzaron a adquirir grandes dimensiones, hechas siempre de bronce, elemento básico combinado con otros metales. Más elegantes y refinadas, las pequeñas campanillas de uso casero se hacían generalmente de oro,  plata o cerámica.

A medida que fueron cambiando de tamaño, las campanas también lo han ido haciendo en su forma. Las mas antiguas entre los irlandeses eran  cuadradas, algo así como una esquila de gran tamaño. Ya en los primeros siglos de la Edad Media prevaleció la forma de dedal en toda la región del Lacio, forma que evolucionó haciéndose mas alargada a partir del  románico. Definitivamente y desde   el  siglo XVI tomaron la forma que aún hoy mantienen. 

Las grandes campanas de las iglesias dieron lugar a las altas torres. Colocarlas a una buena altura era imprescindible para que su tañido pudiera ser escuchado a grandes distancias. Su uso se amplió y ya no solo servían para anunciar los cultos, el ángelus o los duelos,  sino también de prudente aviso a las poblaciones de peligros tales como fuegos, práctica todavía hoy común en las pequeñas aldeas.

Se ha señalado que las torres de las iglesias cristianas equivalen a los minaretes de las mezquitas y que las campanas remedan a los almuédanos que anuncian la hora de la oración. El caso es que los musulmanes consideran que el fuerte tañido de las campanas “asusta” a los espíritus, por lo que  nunca han sido partidarios de su uso.     

Por ello, cuando a medida que invadían territorios de la Hispania visigoda y convertían las iglesias en mezquitas, bajaban las campanas y las empleaban como objetos de adorno en sus palacios.

Como referencia queda el hecho histórico de lo sucedido a las campanas de la catedral de Santiago de Compostela en el extremo noroccidental, al llegar hasta allí en 997 las huestes sarracenas del temible Almanzor, que ordenó fueran llevadas por esclavos cristianos hasta su feudo en Córdoba, territorio del Al-Ándalus en el sur de la península. Poco mas de doscientos años después, Fernando III logró recuperarlas y regresarlas a Compostela. Naturalmente, esta vez fueron a hombros de musulmanes.

Entre las campanas mas antiguas que aún se conservan en el mundo están algunas irlandesas de hierro (verdaderamente se trata de campanillas), como la de San Patricio, del siglo V, que se halla en el Museo de Dublín. Del siglo VII existe todavía una campana de bronce en Noyón, Francia. Y España cuenta con la del abad Sansón en el Museo de Córdoba, con una inscripción de finales del siglo X.
  
 La campana catedralicia mas antigua en funcionamiento en España es la de la catedral de Oviedo, del año 1219. Lleva por nombre “Wamba” en honor al rey visigodo de igual nombre.

 Le sigue en orden de antigüedad la de la torre del Minarete en la catedral de Valencia, llamada “María Caterina” (1305).  

La catedral de Málaga posee nada menos que 37 campanas, entre ellas la mayor campana de volteo en funcionamiento, con un peso de 4,000 kg.  

Pero la mas grande de todas es “La Gorda”, de la catedral de Toledo, fundida a mediados del siglo XVIII.     De ella se decía que cuando la tocaban hacía abortar a las embarazadas, y que hasta se podía oír en Madrid en algunos días. No en vano de ella se cantaba:

«Para campana grande, la de Toledo,
que caben siete sastres y un zapatero
y tocando los maitines, el campanero»

Aún mayor que esta es “La Zarina”, en el Kremlin de Moscu, aunque nunca llegó a sonar porque se rompió mientras la fundían. (1737).

La Historia nos muestra anécdotas increíbles sobre algunas campanas. “Honorata”, la campana de la catedral de Barcelona, fue sentenciada a muerte por Felipe V en el año 1714. ¿Motivo?  Haber tocado a rebato contra el ejército del rey durante el sitio de la ciudad. En cumplimiento de la sentencia real, la bajaron de la torre, la destrozaron en medio de una plaza y la fundieron para hacer cañones.

Suerte similar -aunque saliera con vida-, corrió la campana de la iglesia de san Demetrio en Uglish, Rusia, por haber llamado a la insurrección ante el asesinato del zarevich Demetrio por Boris Godunov, pretendiente al trono, hecho ocurrido a finales del siglo XVII. El asesino ordenó que la campana fuera azotada públicamente, se le cortara una oreja, (que no era sino una de sus asas), y además la lengua, que por supuesto era el badajo.  Después de todo esto la mandó desterrada a Siberia. De vuelta a Uglish al cabo de los siglos, la campana hoy en día es objeto de veneración por parte del pueblo.

Se ha dicho que las campanas despiertan a los dormidos, convocan a los vivos y lloran a los muertos. Indudablemente hacen más que eso y, aunque rajadas, siguen tañendo simbólicamente en la historia de los pueblos. Tal es la campana que se conserva y venera en Filadelfia, Estados Unidos, que es la misma que convocó a la lectura de la Declaración de Independencia el 4 de julio de 1776.

Y en Japón, en el Parque de la Paz de Nagasaki, se realiza cada 9 de agosto una oración colectiva en memoria de las víctimas del bombardeo atómico de 1945, mientras solo se escucha el toque de las campanas de toda la ciudad.  
Fuentes:
Antxon Aguirre Sorondo, diario Vasco.

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