5 de julio de 2017

EL CAPITOLIO NACIONAL DE CUBA


El Capitolio Nacional de Cuba

El Capitolio, del latín Capitolium, era una de las Siete Colinas de Roma. El Capitolinus Mons (Monte Capitolino) era la ubicación del centro religioso y político establecido durante la antigua república romana. Actualmente se le conoce con el nombre en italiano “Campidoglio” y la plaza que lo forma fue diseñada por Miguel Ángel. Constituye hoy la sede del gobierno de la ciudad.

 El Capitolio Nacional de La Habana es un magnífico edificio construido en 1929 bajo la dirección del arquitecto Eugenio Raynieri Piedra, destinado a albergar y ser sede de las dos cámaras del Congreso o cuerpo legislativo de la República de Cuba. Como muchos otros capitolios, sedes de los gobiernos de diversos países del mundo y con igual nombre, la inspiración de su estructura y su estilo neoclásico se basan mayormente en el capitolio de los Estados Unidos, inaugurado en 1800.

 El origen de esta zona de la ciudad se remonta a finales del siglo XVIII, y está  estrechamente vinculado a la construcción de la nueva Alameda de Extramuros, propiciada por los nuevos espacios obtenidos de la demolición de las murallas a partir de 1863.  Se trataba de un espacio abierto, con una rotonda arbolada en cuyo centro se encontraba colocada la estatua de Isabel II, que constituyó el antecedente del actual Parque Central de La Habana.  

En su entorno se organizaron áreas verdes y parques  y fueron emplazados establecimientos de servicios, hoteles y teatros que hicieron de la zona (engarce entre la antigua ciudad intramuros y el desarrollo que se efectuó en el exterior), el centro recreacional más importante de la Capital.   

La historia particular de los terrenos hoy ocupados por el Capitolio de La Habana comienza cuando el lugar, ocupado por una ciénaga, fue dragado  a principios del siglo XIX para su aprovechamiento urbano. El terreno estaba ocupado por un vertedero de basura ubicado junto a la muralla de tierra, y se instaló allí un jardín botánico, el primero en la historia de la ciudad, fundado el 30 de mayo de 1817.   Bajo el auspicio de la Sociedad Económica de Amigos del País, en 1834 este Jartín Botánico se trasladó a los terrenos de los Molinos del Rey, actual Quinta de los Molinos, situados en las faldas de la loma de Aróstegui, donde está emplazado el Castillo el Príncie.  

En este mismo año comenzó en el mismo emplazamiento la construcción de una estación para el ferrocarril que enlazaría La Habana con Güines.  Se le dio el nombre de Estación de Villanueva, llamada así en memoria de Claudio Martínez de Pinillos, Conde de Villanueva, Intendente General de Haciendas y primer presidente del Consejo Directivo del Ferrocarril. En 1817 se inauguró el primer tramo a Bejucal  y un año después llegó a Güines.  En 1839   se concluyó dicha estación en los terrenos contiguos al Campo de Marte y en 1840 la línea ferroviaria alcanzaba ya la localidad de Cárdenas. 

En 1910 se produjo un cambio de los terrenos ocupados por la Estación de Villanueva, que con los años se quedó insuficiente y desubicada.  Después de innumerables avatares, de inicios y paralizaciones que abarcaron un prolongado periodo de casi quince años, el lugar se había convertido en un gran caos en el que convivían los restos del edificio abandonado, con las estructuras de un parque de diversiones.

En el año 1925 el General Gerardo Machado Morales asumió su primer período presidencial con la idea de celebrar en La Habana en 1928 la Sexta Conferencia Internacional Panamericana en un edificio adecuado.

Carlos Miguel de Céspedes, su secretario de Obras Públicas, encargó a la firma de arquitectos Govantes y Cabarrocas el estudio del nuevo proyecto del Capitolio a partir de unas bases ya sentadas, introduciendo las modificaciones que fueran necesarias.

Se creó una comisión a tal efecto a cuyo frente se encontraba el arquitecto Raúl Otero, en la que participaron también los miembros del equipo francés que se encontraba en La Habana trabajando en un Plan Director para su reordenamiento urbano. Dicho equipo se encontraba dirigido por el urbanista y paisajista Jean-Claude Nicolas Forestier, que participó también en los estudios del proyecto del Capitolio. Forestier aportó un conjunto de nuevas soluciones, en las que se hallan muchos de los elementos exteriores que hoy apreciamos en el edificio, como la gran escalinata y las logias laterales de la fachada principal.

La dirección del proyecto fue llevada a cabo por arquitectos cubanos: Raúl Otero fue designado Director Artístico de la obra, encargado de la documentación de planos y los detalles del proyecto, y Eugenio Raynieri fue nombrado Director técnico a cargo de la ejecución y el presupuesto y asumiría más tarde también la parte artística del trabajo hasta su culminación.

El arquitecto José M. Bens también introdujo modificaciones muy importantes, como la proyección exterior de los cuerpos laterales de los hemiciclos, la segunda línea de fachada de las logias y la silueta general de la cúpula. La compañía norteamericana Pudrí & Henderson Company tuvo a su cargo la construcción del edificio.

Al proyecto del capitolio cubano resulta imposible asignarle una autoría exclusiva porque  fue una obra que ya desde el principio fue recibiendo a través de estudios sucesivos un minucioso trabajo de diseño cuya materialización dio lugar a la expresión y la imagen final del edificio.

Con el propósito de realizar un proyecto de organización urbana de la ciudad de La Habana, Gerardo Machado contrató los servicios del destacado arquitecto, urbanista y paisajista francés Jean-Claude Nicolas Forestier, quien había realizado importantes trabajos anteriores en España, Marruecos y Portugal. Además de sus realizaciones en La Habana, entre 1925 y 1929 intervino en compañía de sus colaboradores más cercanos, Louis Heitzler y Théodore Leveau, para aportar sus experiencias y sugerencias en el enriquecimiento del proyecto del Capitolio y sobre todo en lo referente a los parques y jardines del entorno, que servían de marco paisajístico para el conjunto.

El plan para remodelar La Habana contaba como motivo principal el edificio del Capitolio, que albergaría las sedes del Poder legislativo, la Cámara de Representantes y el Senado de la República. Forestier, en su propuesta, respetó básicamente la estructura existente de la ciudad colonial. La remodelación empezó con los parques de la Plaza de la Fraternidad Americana, situado en los antiguos terrenos del Campo de Marte, los jardines del Capitolio, el Parque Central, la franja del Paseo del Prado, el conjunto de parques de la plaza del Palacio Presidencial y los de la Avenida del Puerto.

El proyecto para los jardines del Capitolio se concibió como un sistema de senderos floridos que se correspondían con los accesos de entradas de las diferentes fachadas del edificio, a la vez que conjugaban con las jerarquías de las vías que conformaban el trazado versallesco de su diseño. Estas sendas de terrazo integral en diferentes colores: blanco, gris y negro, empleaban una composición con motivos decorativos de líneas y elementos geométricos que acentúan las direcciones o destacan puntos o áreas determinadas.


Estatua de Mefistófeles en un jardín interior
El estudio de la vegetación, desarrollado a partir del dominio y el conocimiento del paisajismo y la jardinería que Forestier tenía, se dirigió a enmarcar la monumentalidad del edificio, compaginando la arquitectura del capitolio con especies como lantanas moradas, calas rojas y amarillas, embelesos, y un conjunto de palmas reales situadas en los cuatro ángulos del edificio como culminación del tratamiento, un elemento típico de la vegetación tropical y símbolo de la nacionalidad cubana. La influencia de las aportaciones de Forestier resultó un importante legado que marcó el posterior desarrollo urbanístico de la ciudad de La Habana. Una estatua extraña y poco acostumbrada se erigió a Mefistófeles en uno de los jardines interiores.

La construcción ocupó un área total de 43,418 m², de los cuales 13,484 corresponden al inmueble, con un área circundante de jardines y parques de 26,391 m². El resto, 3,543 m², se dedicaron a la ampliación de las calles y su entorno.

El gran edificio se construyó a partir de una estructura metálica encargada a la compañía norteamericana Pudrí & Henderson, que ya había ejecutado con anterioridad numerosas obras de importantes edificios en la capital. La longitud total de la construcción fue de 207,44 m, y su composición arquitectónica y volumétrica se estructuró a partir de un cuerpo central compuesto por la escalinata monumental, de casi 36 m de ancho por 28 m de largo y un total de 55 peldaños interrumpidos por tres descansos intermedios.

A ambos lados de la gran escalera, se emplazan dos grupos escultóricos hechos en bronce por el artista italiano Angelo Zanelli: La Virtud Tutelar del Pueblo y El Trabajo, de 6.50 m de altura cada uno. En la ejecución final se invirtieron, cinco millones de ladrillos, 38,000 m³ de arena y 65,000 m³ de piedras, 150,000 bolsas de cemento, 3,500 toneladas de acero, 2,000 de cabillas y 3,500,000 pies de madera. Trabajaron más de 8,000 obreros especializados.

El pórtico central, de 36 m de ancho y 16 de alto, es sostenido por doce columnas jónicas de granito. En este espacio se encuentran las tres puertas de los accesos principales al edificio, con 7.70 metros de alto y 2.35 de ancho, así como un conjunto de bajorrelieves de mármol realizados por el mismo artista italiano.
 
La cúpula, de una altura de 92 m, fue en su momento la quinta más alta del mundo con un diámetro de 32 m. Tiene 16 nervios entre los que destacan los paneles recubiertos con láminas de oro de 22 quilates. La cúpula culmina con una linterna con 10 columnas jónicas en cuyo interior había hasta 1959 cinco reflectores giratorios que fueron retirados.
 
En el interior de este espacio se materializa el simbolismo arquitectónico en la imponente escultura de La República, situada bajo el domo, obra también de Zanelli, hecha en bronce, con 15 m de altura y 30 T de peso, que en su momento fue también la segunda más grande del mundo bajo techo.

Este espacio constituye el nudo de articulación del gran Salón de los Pasos Perdidos, el más monumental de los espacios existentes en los edificios públicos del país, con casi 50 m de largo, 14.5 de ancho y casi 20 m de puntal; y que sirve de vínculo con los cuerpos laterales del edificio, de proporciones mucho más bajas, y en los que predomina la horizontalidad con respecto al bloque central.
 
 

La gran escalinata monumental principal, el pórtico central y las escalinatas secundarias están construidas en granito. En el resto del edificio se utilizó piedra de capellanía, tanto para las fachadas como en sus interiores.

Resulta notable la variedad y riqueza de los materiales empleados en esta construcción, como las 58 variedades de mármol nacionales y de otras partes del mundo empleados en los pavimentos y en los paneles escultóricos labrados, los herrajes de bronce de puertas y ventanas, las lámparas, apliqués, candelabros, pinturas murales que decoran los hemiciclos, las decoraciones y molduras de fina ejecución de los falsos techos y paredes realizadas en yeso y estuco. También son destacables las maderas preciosas, particularmente la caoba, empleadas en la ejecución de puertas, ventanas, estrados, estantería y otros trabajos de talla y ebanistería; las rejas y otros elementos de función, los vitrales y lucernarios de vidrio emplomado.

En la parte baja de la escalinata principal del edificio se encuentra la “Tumba del Mambí Desconocido”. Está situada debajo y a ambos lados de ésta es posible apreciar dos arcos que conducen a un pasadizo cubierto donde se encuentran las entradas a este recinto, que contiene un sarcófago rodeado por seis figuras de bronce que representan cada una las seis provincias de la república.

Pero no sólo la arquitectura es importante en el Capitolio. Los elementos decorativos y la ambientación de sus espacios constituyen un complemento destacado de las soluciones arquitectónicas del edificio. La prestigiosa empresa Waring & Gilow Ltd. radicada en Londres y especializada en decoración y ornamentación tanto en interiores como exteriores fue la encargada de ejecutar toda la ambientación general del proyecto, y constituye uno de los aspectos más destacados de su interiorismo.

De modo particular se encargó a diferentes empresas el diseño y elaboración de elementos, como los herrajes de bronce a The Yale & Towne Mfg. Co. de Stanford, Connecticut; la Societe Anonime Bague y la Saunier Frisquet de París tuvieron a su cargo la lamparería; las casas Fratelli Remuzzi de Italia y Grasyma de Alemania todos los trabajos en mármol, basalto, pórfido, granito y ónix, y los trabajos de herrería y fundición, como barandas, rejas, escaleras de caracol y faroles de los jardines fueron ejecutados por los señores Guabeca y Ucelay cuyo taller se localizaba en Luyanó.

Además de esto debe añadirse la incorporación de una gran cantidad de obras artísticas consistentes en tallas de paneles escultóricos y bajorrelieves en piedras y mármol que se encuentran incorporados en las fachadas del edificio y en algunos espacios interiores, realizados por notables artistas nacionales entre los que se encuentran Juan José Sicre, Alberto Sabas y Esteban Betancourt, e internacionales, como Drouker, Remuzzi, Casaubon, Fidele, Lozano y Struyf etc, etc…. Algo similar ocurre con las tallas de las grandes puertas monumentales que incorporan conjuntos y escenas diversas, y con las tribunas, estrados y mesas con elaborados trabajos de ebanistería y tallado.

También es destacable la presencia de pinturas murales y lienzos que decoran muchos ambientes particulares que incluyen obras de maestros como Leopoldo Romañach, Armando Menocal, Enrique García Cabrera y Manuel Vega entre otros. Tapizados, cortinajes, lucernarios y vitrales, esculturas, bustos de mármol y bronce formaban parte de toda esta parafernalia decorativa que correspondía con el gusto y el momento en que fue concebido el edificio.

Paralelamente, se concibió otro ambicioso proyecto que superaba el ámbito de La Habana, que fue la construcción de una red de carreteras nacionales, cuyo kilómetro cero estaría marcado simbólicamente por un refulgente diamante de 25 quilates colocado bajo la cúpula del Capitolio. El diamante perteneció al último zar de
Rusia, Nicolás II, y había llegado a La Habana a manos de un joyero turco llamado Stephano que lo había adquirido en París. Se decía que tenía facultades curativas y poderes mágicos. El joyero había pasado apuros económicos y se desesperó, no sólo porque necesitaba dinero sino porque decía que el diamante atraía la mala suerte: «El Zar que lo poseía había sido derribado del poder y asesinado con toda su familia. La duquesa a quien se lo compró en París murió inesperadamente diez días después; el ruso que le sirvió de intermediario fue herido en un cabaret, quedando ciego; el propio Stéfano, desde que lo tenía en su poder fracasaba en cuanto intentaba»... Por fin Stéfano pudo vender la gema. El Estado cubano lo compró en 12,000 pesos, y a partir de la inauguración del Capitolio, estuvo allí, siempre custodiado.

A pesar de estar protegido por un sólido cristal tallado y considerado irrompible, el diamante fue robado el 25 de marzo de 1946 y recuperado el 2 de junio del año siguiente. Nunca se supo quien lo robó aunque  los  rumores populares señalaban a un teniente de la policía especial del Ministerio de Educación.

Teorías muy fundadas insisten en la autoría por ese policía de sobrenombre “El mosquito” que estando preso por un hecho de sangre le confesó a su compañero de prisión que él había sido el autor del robo del diamante.”El mosquito” pudo realizar el robo porque esa noche había sido clausurada una exposición de arte auspiciada por el Ministerio de Educación, la cual estaba instalada en el Salón de los Pasos Perdidos, y que ese individuo, precisamente por su condición de policía de ese ministerio, participaba del cuidado de la exposición, y seguramente se quedó escondido dentro del Capitolio. Los técnicos del Gabinete Nacional de Investigación encontraron en el lugar un pedazo de papel periódico ensangrentado, pero ni una sola huella dactilar.

Dos cosas pudieron favorecer que ese hombre realizara el robo: Una, que el cristal que protegía al diamante estaba quebrado, ya que otro policía, con el fin de demostrarles a unos turistas que el cristal era irrompible, le dio un fuerte golpe con el tacón del zapato, quebrándolo. La otra es que existía la leyenda de que el fantasma de Clemente Vázquez Bello, muerto en un atentado unos años antes, se paseaba por el Salón de los Pasos Perdidos y los guardias nocturnos del Capitolio evitaban ir por esa zona y vigilarla.

El diamante tenía un precio superior a los 25.000 pesos, una cantidad muy alta para la época, lo que dificultaba encontrar un comprador además del riesgo de venderlo, de forma que el ministro de Educación corrió la voz entre los bajos fondos de que pagaría 5,000 pesos por el diamante y no se tomarían represalias contra el ladrón. De esa forma el ministro recuperó el diamante. Cierta o no la historia, lo que si  resultó noticia bien divulgada por prensa y radio, fue que el 2 de junio del año siguiente el diamante del capitolio apareció en una gaveta del escritorio del Presidente de la República, por entonces el Dr. Ramón Grau San Martín.
 
En 1973 se sustituyó el diamante por una réplica por cuestiones de seguridad y se guardó el original en la caja de seguridad del Banco Central de Cuba. No se ha permitido nunca a ningún periodista desde entonces tener una prueba gráfica de la real situación del famoso diamante.

El Capitolio fue inaugurado el 20 de mayo de 1929, Día de la Independencia, con un costo total de casi diecisiete millones de pesos, lo que equivalía a la misma cantidad de dólares de la época.  

 El Capitolio de La Habana ocupa su lugar en la historia como sede de la Asamblea Constituyente que promulgó la famosa Constitución de 1940. Más tarde, en 1959, el nuevo gobierno revolucionario lo transformó en la sede de la Academia de Ciencias y del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente.

Con el paso de los años los jardines exteriores han sufrido cierto deterioro pero la estructura arquitectónica, debido a su sólida y resistente construcción, se mantiene en un buen estado de conservación, habiendo sido sometida en los últimos años a varios procesos de restauración para preservar su apariencia original.

Una parte fundamental de los datos e información de esta entrada ha sido tomada de la Red especialmente de Wikipedia, Enciclopedia Libre y reproducida por Almejeiras (Vigo) en su blog “La pluma del tocororo”.

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