25 de febrero de 2011


The Fighter, golpe de realismo bajo

- Por Néstor Díaz de Villegas

La familia Eklund-Ward, de Lowell, Massachusetts, consta de una madre, por lo menos dos padres, y nueve medios hermanos. Las hermanastras son princesas de tráiler, es decir, basura blanca, la prole de irlandeses pobres estancados en los suburbios de Boston. Los hermanastros, por ser quienes son, están condenados al ring de boxeo.

Dicky Eklund (Christian Bale), tuvo su momento de gloria, cuando (no se sabe bien si) tumbó de un gancho o hizo resbalar en la lona a Sugar Ray Leonard. Sea como fuese, es ahora crackero, y las cámaras de HBO lo siguen a todas partes documentando el descenso de un púgil a los abismos de la piedra. Idéntica mala suerte le tocó al mismo Lowell: de capital de la industria textil, a principios del siglo XX, pasó a ser otra ciudad borrada del mapa socioeconómico americano.

El hermano menor es Micky Ward (Mark Wahlberg), promesa blanca del boxeo municipal, a quien Dicky manichea (manichear: este vocablo aparece ya en la novela Hombres sin mujer, de Carlos Montenegro, 1937), y evoco el caló carcelario de Montenegro, porque esta gentuza, como aquella morralla de la Cuba en ciernes, es carne de presidio, el peldaño en que los más afortunados ponen el pie para llegar al éxito y a la tan codiciada faja de los pesos wélter.

También está la matriarca del clan (que no es el Ku Klux Klan, pero que representa la frustración y la desgracia de un nativismo venido a menos), suspendida de su Marlboro 100’s, con pelo de rata teñido de rubio, mezclilla mala en confecciones de corte rural, y bisutería de Walgreens. Alice Ward (la insuperable Melissa Leo), en su preciosa nube de nicotina, es todo lo que la Patria (se trata de una película patriótica) hizo mal, los hijos que malparió, las oportunidades que tiró por la borda mientras se iba a pique. Alice compendia, en el rol de ama de casa, las zonas erróneas del cuerpo político.

La Alice Ward de Melissa Leo es también la mejor actuación femenina de este año y de cualquier año: uña y churre, por así decirlo, con su personaje; viva en cada cachada, en cada legaña, en cada arruga, en cada onza de gel y Dippity-Do. Pocos personajes más trágicos ha producido el arte de la autoconmiseración americana (Melissa Leo es a un tiempo la Peggy Bundi de Married with Children y la Francine Fishpaw de Polyester), esas tragedias de a tres por quilo que pululan en Hollywood y que en The Fighter alcanzan su quilate más alto.

La película le debe todo al agente de casting. Cada actor del reparto no sólo entra en personaje sino en la "persona" que lo definirá para siempre. Las hermanitas Eklund (la Marrana, la Perra Roja, la Marmota y la Alquitrán) son un verdadero milagro de la caracterización.

El rol de Dicky Eklund, el crackero, coloca a Christian Bale en la cumbre de su carrera. Están ahí los tics, la flaquencia, el paniqueo y los dientes podridos, pero también el momento en que canta a dúo con la madre en el carro, después de haberse lanzado ignominiosamente por la ventana del maleficio. Es un momento irrepetible, en el que Bale emula a Brando: I coulda been a contender, I coulda been somebody…

Martin Scorsese rechazó la oferta de dirigir The Fighter, pero el director David Russell arranca precisamente del realismo scorsesiano de Toro salvaje para crear su parábola de arrabales. También Mark Wahlberg se sitúa a la cabeza de Hollywood con The Fighter, como actor principal, inspirador y productor de una película que marca una época de la cultura popular norteamericana.

Reproducido de  
http://www.diariodecuba.com

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