21 de octubre de 2010



CUANDO EL ARTE ESPAÑOL ERA EL MUNDO

- En pocos días llega al Prado y al Palacio Real
la gran muestra que reúne
el arte de los virreinatos americanos y de la Corona -


Anna Grau, ABC Madrid

Jonathan Brown nos recibe en su despacho del Instituto de Bellas Artes de Nueva York. Se trata del Comisario de la exposición «Pintura de los Reinos». Y lo es con mucha ambición. Pues «Pintura de los Reinos» no pretende ser una mera exhibición de arte de los virreinatos, lo cual ya tendría mérito, pues muchas de las 125 piezas que se exhiben son inéditas en España. Lo importante es cómo estas pinturas vertebran la primera mirada global al primer arte global de la Historia: el del imperio español del XVI y el XVII.

Fue el primer arte global porque sus confines abarcaban desde Amberes hasta Cuzco pasando por Sevilla, Ciudad de México y Manila. Pero sobre todo lo fue por la energía con que en todas estas terminales imperiales el arte europeo se recargaba, reinterpretaba y transformaba, agitando una constante batidora cultural. Algo sólo igualado por el mundo instantáneamente globalizado de hoy.

En la génesis de esta exposición han colaborado las máximas instituciones españolas y mexicanas y las obras viajarán a Ciudad de México después de presentarse en Madrid. Brown define este esfuerzo como «un gran regalo para los españoles, que en general no son conscientes del inmenso potencial de creación cultural que tuvo España durante ese período». 

La muestra incide en dos aspectos clave: en cómo la cultura española se expande por las Américas, plantando allí la pica del arte europeo, y como una vez en el Nuevo Mundo revela una capacidad de adaptación extraordinaria, una enorme elasticidad recreadora. ¿Cuál es la clave de esta elasticidad? Se ve en la exposición.

Brown se lanza a una apasionada, casi glotona descripción, de cómo llegaban cada año a España los galeones de Manila cargados de objetos de lujo de China y de Japón, intercambiados por la plata española. Estos objetos luego viajaban a América, sobre todo a México, y allí tenían un impacto enorme e inmediato. Propagando por ejemplo formas artísticas como el biombo o los enconchados, que eran una adaptación de las composiciones japonesas.

«Luego tenemos la aparición de iconografías americanas originales para acomodar el fervor mariano, por ejemplo la Virgen de Guadalupe. Es un constante sincretismo artístico», se extasía Brown. Si el arte español del XVI y el XVII es en muchas ocasiones un reflejo del poder, con el que mantiene mucha cercanía, en los virreinatos americanos la jerarquía clave no es tanto la del virrey, que con suerte duraba cuatro años, como en el estamento eclesiástico. La Iglesia católica es el centro de gravedad del poder y del arte.

Pero no lo es por igual en todas partes. «En Perú los cultos y culturas originales se las arreglan para sobrevivir, para solaparse con los que llegan de Europa, de un modo como no sucederá en Nueva España. Se establecen paralelos entre la religiosidad cristiana y los dioses incas. Entonces allí tienes todas estas interesantes fuerzas en tensión», concluye Brown.

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