10 de julio de 2010

La Soledad, una mirada espiritual


La Soledad:
una mirada espiritual

Mons. José Sarduy Marrero

En el año 1941 este templo dedicado a la Soledad de María tras la muerte y sepultura de Jesús, fue proclamado Monumento Nacional. Esta especie de condecoración otorgada a un edificio pretende ser un reconocimiento a la obra realizada, a un testigo del pasado que deseamos conservar para admiración, estudio o algo similar de la generación presente y las futuras.

Desde luego, esa declaración atañe al edificio fundamentalmente, pero nosotros, que celebramos un tricentenario, no lo hacemos refiriéndonos al arte colonial, sino al alma de esta construcción, la que manifiesta su sentido y su razón de ser y para lo cual fue edificada. Y, si celebramos una especie de cumpleaños, lo podemos hacer porque la Parroquia de La Soledad vive aún entre nosotros, no sólo la edificación en sí, más bien porque sigue cumpliendo su finalidad.

Este edificio podría derrumbarse, ser sustituido por otro que, tal vez, en un centenar de años pueda declararse también monumento nacional, pero la comunidad parroquial, el conjunto de hombres y mujeres que estos tres siglos hemos formado parte de la historia y el alma de La Soledad, continúa peregrinando con sus pastores hacia la patria definitiva.

Tengamos presente que los monumentos nacionales dan la sensación de “reliquias” de un pasado, y La Soledad, en cuanto edificio, es un testigo del arte barroco colonial, repito, pero no es un testigo mudo, porque entre sus paredes siguen saliendo las voces de quienes creemos ser un ejemplo de piedras vivas con Cristo como piedra angular.

Hablar de la Parroquia de La Soledad, constituida como tal en 1703, es hablar de la mayoría de los presentes y de otros muchos ausentes y lejanos, vivos o muertos, porque aquí, en esta institución y en este edificio, recibimos el agua del Bautismo, participamos por primera y muchas veces de la Comunión en el cuerpo de Cristo, unieron sus vidas en el amor muchos esposos, confesamos nuestros pecados, lloramos nuestras penas y sufrimientos, recibimos el consuelo y la fuerza en momentos difíciles o agradecimos emocionados los múltiples dones de Dios.

Por eso esta celebración no es algo ritual, simbólico o simple complacencia cultural: es sentirnos enraizados en un pasado, pleno de luces y de sombras, y herederos de un patrimonio no sólo cultural, sino también un tesoro espiritual para nosotros y para el futuro que, como el edificio material, llevamos en vasijas o ladrillos de barro.

Pero es necesario añadir algo más. La Soledad no es sólo nuestro hogar espiritual, la casa de la familia donde la madre siempre callada, solidaria, nos espera, sino es también parte del alma de nuestro pueblo. La Soledad no es la primera ni la mejor de las parroquias de Puerto Príncipe-Camagüey, pero sí es la más conocida y céntrica de la ciudad.

Estamos en el corazón mismo del pueblo –y he dicho pueblo conscientemente-, en el lugar donde nacen y fluyen las arterias comerciales y viales de Camagüey. Ella permanece inmóvil, en medio del ir o venir, o con sin sentido de vehículos –antes fueron los tranvías, hoy los bicitaxis- ir o venir de peatones tristes o alegres, y ella, con sus numerosas puertas abierta, sigue siendo una invitación constante a buscar la verdad del corazón.

Tradicionalmente La Soledad no se cierra nunca, sólo en aquellos días aciagos en que vi sus sagrarios destruidos, las Hostias consagradas en el suelo de este presbiterio, claveteadas sus puertas y con numerosas mujeres, ancianas hoy, que, como las Marías del relato evangélico, estaban a la entrada del sepulcro, éstas esperaban la vuelta a la vida de esta Iglesia, corazón que debía seguir latiendo para mantener, de este pueblo y ciudad, su sano orgullo y dignidad de hidalgos principeños, vanagloriarnos de nuestra lengua española, nuestra independencia territorial y, sobre todos, de ser cristianos devotos de la Virgen Madre.

Realmente esta parroquia no es un monumento al estilo de los museos que los turistas pueden visitar con curiosidad, sino ha sido y es un ser vivo que, unas veces mejor y otras no tan buenas, manifiesta la presencia del que es el mismo ayer, hoy y siempre y, con Él, la mujer vestida de negro, pues no hay dolor como el suyo, pero que llevó en sus entrañas y siempre en su corazón al Sol que nace de lo alto, Luz y Vida para el mundo.

Al hablar de La Soledad, cuántas cosas hermosas y buenas podemos decir. Recordamos que en la pila bautismal fueron convertidos en hijos de Dios nuestro Ignacio Agramonte, el hombre que tenía una estrella por corazón, así mismo Gertrudis Gómez de Avellaneda, la peregrina del amor: Carmen Zayas Bazán, esposa de José Martí, y muchos de nosotros aquí presentes. (Esa pila bautismal se halla actualmente en la Iglesia de Nuevitas.

(Continuará en la próxima edición)

Articulo escrito por Mons. José A. Sarduy Marrero y publicado en la revista Enfoque de la Arquidiócesis de Camagüey, Abril-Junio 2003, en conmemoración del Tercer Centenario de la Iglesia de La Soledad.

Foto: Google
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