9 de julio de 2010

Cien sones cubanos


Cien sones cubanos

Alejandro Ríos
El Nuevo Herald

El son no se fue de Cuba, luego de 1959, como asegura la nostálgica canción pero su pureza y encanto lo usurparon paulatinamente proyectos de feroz militancia revolucionaria llamados a desvirtuar con nueva canción aquellas orquestas e intérpretes que eran como mensajeros inconscientes del pasado, que el nuevo gobierno se propuso empañar con su perpetua turbulencia ideológica.

Muchos de los grandes, Celia, Olga, Laserie, Bebo, se despidieron para siempre de su tierra, camino al exilio, el Benny Moré murió temprano y la fastuosa vida nocturna, caldo de cultivo de tanta creatividad, se fue cuesta abajo cuando cabarets y night clubs terminaron siendo clausurados por órdenes superiores.

La nueva trova y agrupaciones que interpretaban música andina hicieron el resto para obnubilar tan ostentoso legado histórico en lo que, internacionalmente, la llamada salsa, hija bastarda del son, contagiaba a bailadores del mundo de Nueva York a Tokio.

Mientras los veteranos seguían languideciendo, como piezas de museo, algunas orquestas de música bailable, con nuevas sonoridades, se habían impuesto a contracorriente durante los años setenta.

En medio de tantas penas y olvidos, en los ochenta, se apareció un venezolano llamado Oscar de León que les recordó a los cubanos que la música original de la isla era un regalo de los dioses. Hubo protestas de personeros de la Nueva Trova que tildaron de excéntrico al extraordinario showman, quien lloraba al afirmar que Barbarito Diez era su papá.

A finales de los años noventa se produce un fenómeno insospechado: Buena Vista Social Club, etiqueta conceptual y comercial que revivió para la posteridad un grupo de ancianos compositores e intérpretes de la música tradicional cubana que habían perdido toda esperanza de redención. Aunque ya los protagonistas del Club han fallecido, les sobreviven otros menos notables que se han encargado de mantener vivo el concepto.

Buena Vista fue también un acto de justicia largamente añorado, abrió el camino de otros rescates similares y puso la música popular cubana en el mapa mundial donde siempre había estado.

Mientras Buena Vista terminó por ser un producto de exportación y lucro, la escena local reaccionó con las orquestas de la enervante ``timba'', luego casi barrida del mapa por el llamado ``cubatón'', versión criolla del importado y procaz reggaeton.

En este panorama hostil para retornar a las raíces, el reconocido músico e intérprete Edesio Alejandro, quien ostenta exitosa carrera tanto en el rock, como en la fusión rítmica y en bandas sonoras para cine, se aparece con una joya de la musicología cubana que ha titulado 100 Sones Cubanos, verdadero cofre de grabaciones que contiene 5 CDs y un DVD con piezas clásicas interpretadas por auténticos celadores del son.

Armado con los resultados de una encuesta a 500 personas del pueblo común, de donde salió la selección final del centenar de canciones, Edesio se dio a la tarea de grabarlas con agrupaciones que convocó para la ocasión, en unos casos, y en otros, redescubriendo intérpretes legendarios al estilo Buena Vista poniendo ante los micrófonos, por primera vez, a conjuntos familiares campesinos de larga tradición tocando lo suyo con la transparencia del arroyo de la sierra.

e tal modo salen del olvido cantantes que hicieron su agosto junto a Benny Moré o Celia Cruz, como Adriano Rodríguez y Alfonsín Quintana, pianistas celestiales como Pepecito Reyes y trovadores de pura cepa como Eduardo Batista, vital a sus 92 años.

Así sabemos del nengón y la melcocha, parientes lejanos del son, y del changüí, su eterna competencia. Se presentan instrumentos admirables de cañabrava o barro, órganos de Manzanillo y cuerdas de tripa de jutía. Todo mezclado con reconocidos talentos de nuevas orquestas o de las que ya dejaron herencia en el rico pentagrama de la isla.

En la historia de la discografía y el documental sobre música cubana producidos durante los últimos tiempos es, sin dudas, 100 Sones Cubanos uno de los empeños más ambiciosos en cuanto a deleite y sabiduría. Sumergirse en este monte rítmico sin parangón en el mundo, es como constatar que el corazón del país está a buen recaudo en espera de tiempos más preclaros.

El Nuevo Herald

Ilustración Google
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