La otra cabaña
Labor de Martí como traductor
y su relación profesional con
Helen Marie Hunt Jackson
y su relación profesional con
Helen Marie Hunt Jackson
Marlene María Pérez Mateo
La estancia en New York, del mejor de los cubanos, no sólo fue pródiga para la causa emancipadora de su Patria. Martí radicó en Estados Unidos de Norteamérica entre 1881 a 1895, permaneciendo en la gran urbe la mayor parte del tiempo. No es extraño pensar en el Apóstol como una figura literaria, social y política, comprometida con la realidad que le rodeó en la metropolitana ciudad.
Ello quedó plasmado en sus escritos tales como: Escenas Norteamericanas, publicaciones en diarios y revistas, epístolas, sus relaciones personales, trabajos diplomáticos y en sus traducciones. Conoció sus obras y admiró a Oscar Wilde, Walt Whitman, Reiner Maria Rilker, Edgar Alan Poe; y siendo sin dudas Ralph Waldo Emerson el intelectual estadounidense que más le impactó. Cada una de estas facetas necesitan y demandan en sí mismas un pormenorizado estudio.
El conocimiento de la lengua inglesa y francesa desde las aulas de Mendive, su maestro, fueron los primeros peldaños que le ayudarían a Martí en su desarrollo e interrelación en la diáspora, donde vivió la mayor parte de su vida.
No ajeno a la realidad que le circundaba analizó en ella valores, desaciertos, méritos y calamidades. Son estas últimas el punto inicial de contacto que llevaron a la pluma martiana a unir su empeño en una empresa enérgica y conmovedora con la escritora Helen Marie Hunt Jackson (1830-1885). Incluyó Martí versos de su colega en la publicación del segundo volumen de la revista «La edad de oro», en agosto de 1889. Se trató del poema «Los dos príncipes».
El desamparo desgarrador de los primeros habitantes de este Continente, los norteamericanos nativos, confinados a Reservaciones y expulsados de sus tierras, además de los reclamos de sus líderes ante las autoridades de la época, no pasaron desapercibidos para ambos intelectuales. Martí reportó para varias publicaciones estos hechos. La Señora Jackson, luego de sus dolorosas tragedias personales y una quebrantada salud, usó sus múltiples viajes para abogar a favor de los indios. El libro «Un siglo de deshonor» y otros muchos artículos hicieron que esta prolífera escritora estuviera a la cabeza de las protestas a favor de las poblaciones aborígenes.
En su visita a California, la Señora Jackson, en busca de reposo, encontró en el área de las Misiones Franciscanas y los Ranchos Mexicanos un inmenso incentivo para su más notoria novela. Según su propio juicio seria «..... un modo de conmover los corazones de la gente», y de la que Martí opinaría «..... es un libro que no puede dejarse de la mano.»
La población indígena californiana fue estimada en unos 15,000 habitantes en 1852 y unos treinta años después quedó reducida a 4,000. Todo ello, unido a la riqueza de la convivencia entre los grupos étnicos: mexicanos, europeos, norteamericanos y aborígenes, radicados en la zona en la segunda mitad del siglo XIX, dieron el escenario donde la Señora Jackson creó, insertó y desarrolló la trama de sus personajes. Ella misma admitió haber tomado como modelo la obra «La cabaña del Tío Tom» (1852), concebida unos años antes por su compañera de aula y amiga, Harriet Beecher Stowe ( 1811-1896).
Así nació en 1883, uniendo manuscritos en una habitación de hotel en New York, la novela romántica «Ramona». Cobró inmensa popularidad de manera inmediata. Se vendieron 15,000 copias, y hasta nuestros días ha alcanzado más de 300 tiradas editoriales. El impacto cultural en su momento fue incuestionable. La coincidencia de la obra con la inauguración de las vías férreas hacia el Pacífico, creó una especie de «boom» turístico. Escuelas, poblados, calles, segmentos de carreteras y ferrocarriles tomaron el nombre de la protagonista del libro. El mito romántico de Ramona creció de tal manera que hasta paquetes de turismo prometían llevar al viajero, hasta los sitios donde supuestamente acontecieron los hechos narrados con una no muy certera rigurosidad histórica, pero si con alto grado de funcionalidad propagandística. Ramona ha sido llevada al teatro en varias ocasiones, cuatro veces al cine, dos al mundo de la telenovela e inspiró un vals.
Fuera del impacto sentimentalista, la novela ha dado otros logros a mi juicio más valederos. En 1886 el North American Review la nombró la mejor obra de su autora y una de las más éticas del siglo XIX. La Señora Jackson declaró estar supremamente feliz de su libro y de los frutos que de su obra nacerían.
La Casa Editorial Appleton (aun existente en nuestros días) había encargado a Martí la traducción al español de varias obras como son: «Antigüedades Romanas» de A. S. Wilkins; «Antigüedades Griegas» de J. H. Mahaffly y «Nociones de Lógica» de Stanley Jerons. En 1883 la editorial solicitó la traducción de la novela «Ramona» que concluyó en 1888 e incluso adquirió los derechos de autor para su traducción en México y Latinoamérica.
El interés de Martí como traductor inició muy tempranamente. Con sólo trece años inicia la traducción de «Hamlet» de Shakespeare y «Un misterio» (A mistery) de Lord Byron. Años más tarde traduce del francés obras de Víctor Hugo, por sólo mencionar unos ejemplos. Es el trabajo de traductor fatigoso y arduo; representó para el Maestro una fuente de sustento económico. No es de dudar que en ocasiones le agobiaría como expresó en su carta a su amigo Enrique Estranzulas «... y tener que pasar por estas horcas, y pasarme meses tendidos peinando libros ajenos!» Aunque pienso también que en muchos casos el gusto y el agrado se impondrían en el desempeño de tan minuciosa tarea. En carta a María Mantilla, años después en 1895, le aconseja «...Es bueno que al mismo tiempo traduzcas..... para que tengas en el oído y en el pensamiento la lengua en que escribes.....»
En la presentación de «Ramona», Martí escribió este elogio al libro, a la autora y a la de la patria de la misma «... No es un libro de hediondeces...., sino un lienzo riquísimo, un recodo de pradera, un cuento conmovedor, tomado, como se toma el agua de un arroyo, de un país donde todavía hay poesía.... El primoroso gusto de su autora afamada..., le permitió escribir una obra de piedad, ... Ramona, según el veredicto de los norteamericanos, es, salvas las flaquezas del libro de la Beecher, otra Cabaña....»
Su trabajo fue exquisito. El cuidado de la persona narrativa y las voces hablantes fue encomiable. Respetó y fue leal al original. Las analogías honraron la fuente meticulosamente, haciendo una lectura placentera, grata y elegante. Interpelar a un pasado tan actual y contemporáneo es un valioso reto. En su atino confluyen lo valedero con diferentes vestiduras, he allí la trascendencia de su riqueza.
Marlene María Pérez Mateo
Ilustración: Google
Dolores del Río en el inolvidable tema musical de «Ramona», film homónimo (1928) basado en la novela de Helen Hunt Jackson:
http://www.youtube.com/watch?v=7WXASMlUvV8
La estancia en New York, del mejor de los cubanos, no sólo fue pródiga para la causa emancipadora de su Patria. Martí radicó en Estados Unidos de Norteamérica entre 1881 a 1895, permaneciendo en la gran urbe la mayor parte del tiempo. No es extraño pensar en el Apóstol como una figura literaria, social y política, comprometida con la realidad que le rodeó en la metropolitana ciudad.
Ello quedó plasmado en sus escritos tales como: Escenas Norteamericanas, publicaciones en diarios y revistas, epístolas, sus relaciones personales, trabajos diplomáticos y en sus traducciones. Conoció sus obras y admiró a Oscar Wilde, Walt Whitman, Reiner Maria Rilker, Edgar Alan Poe; y siendo sin dudas Ralph Waldo Emerson el intelectual estadounidense que más le impactó. Cada una de estas facetas necesitan y demandan en sí mismas un pormenorizado estudio.
El conocimiento de la lengua inglesa y francesa desde las aulas de Mendive, su maestro, fueron los primeros peldaños que le ayudarían a Martí en su desarrollo e interrelación en la diáspora, donde vivió la mayor parte de su vida.
No ajeno a la realidad que le circundaba analizó en ella valores, desaciertos, méritos y calamidades. Son estas últimas el punto inicial de contacto que llevaron a la pluma martiana a unir su empeño en una empresa enérgica y conmovedora con la escritora Helen Marie Hunt Jackson (1830-1885). Incluyó Martí versos de su colega en la publicación del segundo volumen de la revista «La edad de oro», en agosto de 1889. Se trató del poema «Los dos príncipes».
El desamparo desgarrador de los primeros habitantes de este Continente, los norteamericanos nativos, confinados a Reservaciones y expulsados de sus tierras, además de los reclamos de sus líderes ante las autoridades de la época, no pasaron desapercibidos para ambos intelectuales. Martí reportó para varias publicaciones estos hechos. La Señora Jackson, luego de sus dolorosas tragedias personales y una quebrantada salud, usó sus múltiples viajes para abogar a favor de los indios. El libro «Un siglo de deshonor» y otros muchos artículos hicieron que esta prolífera escritora estuviera a la cabeza de las protestas a favor de las poblaciones aborígenes.
En su visita a California, la Señora Jackson, en busca de reposo, encontró en el área de las Misiones Franciscanas y los Ranchos Mexicanos un inmenso incentivo para su más notoria novela. Según su propio juicio seria «..... un modo de conmover los corazones de la gente», y de la que Martí opinaría «..... es un libro que no puede dejarse de la mano.»
La población indígena californiana fue estimada en unos 15,000 habitantes en 1852 y unos treinta años después quedó reducida a 4,000. Todo ello, unido a la riqueza de la convivencia entre los grupos étnicos: mexicanos, europeos, norteamericanos y aborígenes, radicados en la zona en la segunda mitad del siglo XIX, dieron el escenario donde la Señora Jackson creó, insertó y desarrolló la trama de sus personajes. Ella misma admitió haber tomado como modelo la obra «La cabaña del Tío Tom» (1852), concebida unos años antes por su compañera de aula y amiga, Harriet Beecher Stowe ( 1811-1896).
Así nació en 1883, uniendo manuscritos en una habitación de hotel en New York, la novela romántica «Ramona». Cobró inmensa popularidad de manera inmediata. Se vendieron 15,000 copias, y hasta nuestros días ha alcanzado más de 300 tiradas editoriales. El impacto cultural en su momento fue incuestionable. La coincidencia de la obra con la inauguración de las vías férreas hacia el Pacífico, creó una especie de «boom» turístico. Escuelas, poblados, calles, segmentos de carreteras y ferrocarriles tomaron el nombre de la protagonista del libro. El mito romántico de Ramona creció de tal manera que hasta paquetes de turismo prometían llevar al viajero, hasta los sitios donde supuestamente acontecieron los hechos narrados con una no muy certera rigurosidad histórica, pero si con alto grado de funcionalidad propagandística. Ramona ha sido llevada al teatro en varias ocasiones, cuatro veces al cine, dos al mundo de la telenovela e inspiró un vals.
Fuera del impacto sentimentalista, la novela ha dado otros logros a mi juicio más valederos. En 1886 el North American Review la nombró la mejor obra de su autora y una de las más éticas del siglo XIX. La Señora Jackson declaró estar supremamente feliz de su libro y de los frutos que de su obra nacerían.
La Casa Editorial Appleton (aun existente en nuestros días) había encargado a Martí la traducción al español de varias obras como son: «Antigüedades Romanas» de A. S. Wilkins; «Antigüedades Griegas» de J. H. Mahaffly y «Nociones de Lógica» de Stanley Jerons. En 1883 la editorial solicitó la traducción de la novela «Ramona» que concluyó en 1888 e incluso adquirió los derechos de autor para su traducción en México y Latinoamérica.
El interés de Martí como traductor inició muy tempranamente. Con sólo trece años inicia la traducción de «Hamlet» de Shakespeare y «Un misterio» (A mistery) de Lord Byron. Años más tarde traduce del francés obras de Víctor Hugo, por sólo mencionar unos ejemplos. Es el trabajo de traductor fatigoso y arduo; representó para el Maestro una fuente de sustento económico. No es de dudar que en ocasiones le agobiaría como expresó en su carta a su amigo Enrique Estranzulas «... y tener que pasar por estas horcas, y pasarme meses tendidos peinando libros ajenos!» Aunque pienso también que en muchos casos el gusto y el agrado se impondrían en el desempeño de tan minuciosa tarea. En carta a María Mantilla, años después en 1895, le aconseja «...Es bueno que al mismo tiempo traduzcas..... para que tengas en el oído y en el pensamiento la lengua en que escribes.....»
En la presentación de «Ramona», Martí escribió este elogio al libro, a la autora y a la de la patria de la misma «... No es un libro de hediondeces...., sino un lienzo riquísimo, un recodo de pradera, un cuento conmovedor, tomado, como se toma el agua de un arroyo, de un país donde todavía hay poesía.... El primoroso gusto de su autora afamada..., le permitió escribir una obra de piedad, ... Ramona, según el veredicto de los norteamericanos, es, salvas las flaquezas del libro de la Beecher, otra Cabaña....»
Su trabajo fue exquisito. El cuidado de la persona narrativa y las voces hablantes fue encomiable. Respetó y fue leal al original. Las analogías honraron la fuente meticulosamente, haciendo una lectura placentera, grata y elegante. Interpelar a un pasado tan actual y contemporáneo es un valioso reto. En su atino confluyen lo valedero con diferentes vestiduras, he allí la trascendencia de su riqueza.
Marlene María Pérez Mateo
Ilustración: Google
Dolores del Río en el inolvidable tema musical de «Ramona», film homónimo (1928) basado en la novela de Helen Hunt Jackson:
http://www.youtube.com/watch?v=7WXASMlUvV8
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