4 de marzo de 2010

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El asesinato de Orlando Zapata

Nicolás Pérez Díaz-Argüelles
El Nuevo Herald, Miami

Una huelga de hambre es una decisión que no se medita, aceptarla como método de lucha es cuestión de segundos. No se razona, es pura emoción. Y se adopta cuando el enemigo te tiene tan acorralado que no tienes otra opción que tomar. Cuando vas a una huelga de hambre has agotado las posibilidades de seguir sintiéndote un ser humano.

Al inicio sientes hambre, te levantas poco de la cama, lo esencial, piensas que mientras menos te muevas estarás más fuerte para resistir. Y al tiempo el hambre desaparece, y es que lo ignoras, pero el cuerpo comienza a apoderarse de tus reservas vitales, y es entonces, cuando sin tú saberlo comienzas a morir.

Pero tu cerebro está claro, agudo, y te recriminas. Te lanzaste a una muerte lenta con una serie de peticiones que si no se cumplen no probarás una gota de alimento. Pero no es posible dar marcha atrás. En una huelga de hambre no es recomendable pensar, sólo tener la mente fija en la decisión de no transigir.

Es un grave error suponer que un preso muere en una huelga de ayuno en Cuba porque esa fue su voluntad. No es así. El preso siempre es asesinado. En el 90 por ciento de los casos te provocan para que te lances a la huelga lastimándote donde más te duele, unas veces en tu cuerpo, otras en tu espíritu, y al huelguista lo siguen atormentando cuando comienza a morirse, y el carcelero encargado del crimen no le da opciones para que deponga su actitud y lo va empujando día a día, hora tras hora, con fría crueldad hacia una muerte irremediable. El gobierno puede resolver el problema y no mancharse las manos de sangre con tan solo tres palabras: ``Concedo la demanda''. Pero no las dice. Y el carcelero sin disparar un tiro, sin ahorcarte con sus propias manos, te asesina del modo más brutal e inhumano que se puede asesinar a un hombre. Y siempre en casos como este que tienen repercusiones internacionales, siguiendo órdenes de la más suprema instancia. Es infantil pensar que Raúl Castro lamentó la muerte de Orlando Zapata, nadie lamenta la muerte de la persona que uno mismo ha mandado a matar. En el acto, Fidel Castro hizo una declaración sobre el incidente; no podía permitir que Raúl se llevara sólo la gloria de este crimen.

Esta huelga de hambre me recuerda otra, la del canciller de Nicaragua Miguel D'Escoto, sobre la que en este mismo periódico, cuando se llamaba El Miami Herald, hace más de 20 años, escribí: ``El canciller fue visitado por el presidente Daniel Ortega que aprobó su actitud. El anuncio fue hecho en la iglesia de Monseñor Lezcano ante la prensa nacional e internacional. Estaban presentes un ministro de Educación y otro de Cultura, así como intelectuales, políticos e internacionalistas''. Antes de comenzar el ayuno protestando por la ayuda de EEUU a los enemigos del régimen sandinista, D'Escoto dijo: ``Continuaré mi ayuno hasta que una insurrección evangélica se encienda en Nicaragua y hasta que esta chispa se mutiplique por todo el mundo''. Hizo sus dramáticas declaraciones rodeado de presidentes, líderes mundiales y decenas de cámaras de televisión y micrófonos de radio. Como contrapartida, Orlando Zapata, desde una celda de castigo sin una gota de teatralidad, no anunció su ayuno a nadie y pidió a sus victimarios, sólo como un Cristo, ``un trato más humanitario''. Sin cámaras ni micrófonos, sin el apoyo de presidentes, ministros ni intelectuales, rodeado de enemigos, y murió sin retroceder un milímetro. En el caso del canciller de Nicaragua no se produjo ninguna insurrección evangélica y D'Escoto abandonó la huelga horas después de iniciada. Es la diferencia entre el héroe Orlando Zapata y el farsante Miguel D'Escoto, entre un hombre repleto de dignidad y un payaso.

¿Les digo algo? Hacía rato no me emocionaba tanto un suceso de esta epopeya por la libertad de Cuba. La humanidad no está perdida, han cambiado los tiempos. Hubo una época en que murieron en huelgas de hambre Roberto López Chávez, Luis Alvarez Ríos, Carmelo Cuadra Hernández, Pedro Luis Boitel, Reinaldo Cordero, José Barrios, Santiago de Jesús Roche Valle, Nicolás González Regueiro, Miguel López Santos, Enrique García Cuevas y aquel negro, Olegario Charlot Spileta, que se ganó mi respeto y simpatías por el brillo recio de sus ojos, su terco silencio y su humildad. Pero por entonces ``nadie escuchaba'', y hoy el sacrificio no ha sido en vano, el mundo escucha. Murió un titán y los tiranos están desnudos. Les importa un bledo. Se ríen de España, se ríen de Estados Unidos y del mundo, sólo les interesa mantenerse en el poder aunque sea sobre un río de sangre. Pero la historia los va a hacer trizas.

En los asuntos de patria, hay muertos que despiden esplendor y fuego, y como las campanas, repican. El martirologio de un obrero, albañil y negro, el típico cubano sencillo y modesto, ha provocado estupor. Ya hay cuatro presos políticos y un disidente en huelga de hambre. La Cuba de hoy es radicalmente diferente nacional e internacionalmente hablando, 24 horas después de que Fidel y Raúl Castro ordenaran el asesinato de Orlando Zapata. Así se escribe la historia.

Nicolás Pérez Díaz-Argüelles
Nicop32000@yahoo.com
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