8 de diciembre de 2009


Mulato del Honor

Para Antonio Maceo y Grajales,
Pura del Prado

Mulato del honor, llaman difunto
al país de tu esfuerzo;
dicen que ya sin cielo raso, a estrellas
acongojadas, locas, por el viento
anda de ruina nuestra patria tuya;
que las tropas del polvo se han comido
de tu bandera enorme los remiendos;
dicen que tu República de trinos
descansa en paz, Maceo.

Que nuestras azucenas incorformes
son hélices marchitas de tu sueño,
que las alas azules de heroísmo
son un muñón ya sin volar, sangriento;
que a nuestros niños pobres la natilla
de tu dulzura falta en el recreo;
que tu machete, buen soldado, herrumbra
con el orín de trágicos estruendos.

Que ya el salitre te royó el caballo

aquel del monumento,
que la montaña indómita y aldeana
de Santiago se agacha como un siervo,
que el platanal de las insurrecciones
es ataúd de hojas en silencio,
que el yarey no saluda escarapelas,
que ya no hay municipios de jilgueros
y que el cauce libre de los ríos
es meandro de cieno.

Que vas de Cacahuales funerarios
como historia de hielo.
Dicen, mulato del honor, que Cuba
no es nada más que suelo.
Que tus ancianos, como enteca palma
injertada al terrón del extranjero,
mueren de asilo y abandono casi
como estrujada areca del invierno.
Dicen que matan verde, la ternura
del azúcar, incendios.

Que ya no es más que un brillo de distancia
tu horizonte moreno,
que la luz de tus ojos nos apagan
huracanes de miedo
y que en tu Trocha fijan negras bocas
foráneos fusileros.
Dicen que han sido derrotadas todas
tus heridas, Maceo.
Pero, ¿qué quieres que te diga, Antonio?
¡YO NO LO CREO!

Pues mientras que nos quede un habitante
del relámpago isleño,
mientras que al cielo las semillas alcen
retoños de tu credo,
mientras la libertad y su palabra
no encierren mausoleos,
mientras haya mañanas para el hombre
en Nicoyas del tiempo,
mientras sobre los féretros levante
un imán la esperanza de los muertos,
mientras que las Marianas de mi tierra
sigan, tercas, pariendo
y la soberanía sea el ansia
del bohío de fuego,
yo mantendré mi fe en tus cicatrices,
mulato de mi pueblo.

Yo seguiré creyendo en tu verguneza,
general de mi verso;
yo querré parecerme a tus rodillas
derechas, astro erecto.
Y desenmigrarán, como tú hiciste,
polainas de guerrero;
creerán a tu voz no sepultada,
colibrí sin pañuelos.
Yo no te lloraré junto a la urna
de diciembres en duelo,
yo soplaré con el pulmón sangrante
tus himnos de cafeto,
llevarán por la cárcel las espuelas
de tu tobillo recio;
irán, caballerizo, junto al pobre
espantando el infierno.

Le diré a la tiñosa: no está listo
el cadáver del pueblo,
me burlaré de las potencias todas
con tu sonrisa ardiendo,
diré al Apocalipsis que hay Marieles
y Majanas de nuevo,
que la rajada víctima del mundo
es un clavel enhiesto
y, que pese al que pese, nuestra Cuba
que va sobre el dolor montada en pelo,
cascoloteando humillaciones, triste,
sola que desespero,
llegará ¡cómo no! donde quisiste,
porque quieres y quiero,
porque, queremos todos los que amaste
hasta tu borbotón de aire postrero.

Gigante de insumisa guayabera
que desde el bajareque de tu grito
natal fuiste a ser líder de un lucero,
chorrerón de caliente coralina
el triángulo de un paño humedeciendo:
por un ciclón de balas tú cabalgas
todavía de tu Isla compañero.
Porque sí, porque tú nos resucitas
en cada sol del cielo,
¡yo mantendré mi fe en tus cicatrices,
mulato de mi pueblo!


Pura del Padro nació en Santiago de Cuba el 8 de diciembre de 1831 y murió en Miami el 16 de octubre de 1996. Si el entorno marca y define la gestación de toda manifestación artística, no debe sorprender que la obra de Pura del Prado sea apasionada y tierna; sencilla y honda; erótica y religiosa; cromática y desbordada aun en sus horas más grises.
Foto: Google
Texto: Amelia del Castillo Martín,
http://www.elateje.com

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