10 de noviembre de 2013

Dos monedas, dos realidades



Dos monedas, dos realidades

Por Yoani Sánchez

La señora cuenta las monedas antes de salir de casa: tiene cincuenta y cinco centavos de pesos convertibles. Es el equivalente al salario de toda una jornada laboral y apenas si ocupa una pequeña parte de su bolsillo. Ya sabe qué va a comprar… lo mismo de siempre. Tiene para dos cuadritos concentrados de sopa con sabor a pollo y para un jabón de baño. De manera que ocho horas de trabajo le servirán sólo para darle gusto al arroz y lograr un poco de espuma en el baño. Pertenece a esa Cuba que aún calcula cada precio a partir de la moneda nacional, a una parte del país que carece de remesas, privilegios, familiares en el extranjero, negocios privados o entradas ilegales.

Justo antes de llegar a la tienda para comprar sus cubitos Maggi, se queda mirando a los que toman cerveza en la cafetería. Cada lata de esa refrescante bebida equivale a dos jornadas de trabajo. Sin embargo el lugar está lleno, abarrotado de parejas o grupos de hombres que hablan alto, beben, degustan algún entremés. Es la otra Cuba, con moneda fuerte, con parientes en el extranjero, con empresas por cuenta propia o alguna entrada económica ilícita. El abismo entre ambas es tal, el divorcio tan mayúsculo que parecen discurrir sin tocarse. Tienen miedos propios, sueños diferentes.

Cuando esta semana se anunció el principio de un cronograma para erradicar la dualidad monetaria, los dos países que convergen en esta Isla reaccionaron de forma diferente. La Cuba que sólo vive de su mísero salario sintió que al fin se le empezaba a poner fecha final a una injusticia. Son aquellos que no pueden siquiera imprimir una foto del día de su cumpleaños, costearse un taxi colectivo ni imaginarse viajando a ningún lado. Para ellos, todo proceso de unificación de las monedas sólo entraña esperanzas, pues ya no podrían estar peor que ahora. El otro país en pesos convertibles recibió la noticia con mayor cautela. ¿A cuánto quedará la relación cambiaria con el dólar o el euro? ¿Cuánto se devaluará el poder adquisitivo de los que hoy viven mejor?… pensó con pragmatismo.

En una sociedad donde los abismos sociales son cada vez más insondables y las desigualdades económicas se acrecientan, ninguna medida ayuda a todos, ninguna flexibilización le hace la vida mejor a cada cual. Veinte años de esquizofrenia monetaria han creado también dos hemisferios, dos mundos. Habrá que ver si un simple cambio de billetes podrá aproximar esos dos países que están incluidos en nuestra realidad, acercar esas dos dimensiones. Lograr que la señora que come -casi siempre- arroz con cuadrito de sopa, pueda un día sentarse en la cafetería y pedir una cerveza.

Cómo consiguieron los Reyes Católicos financiar la Guerra de Granada?



Apuntes históricos sobre la Isabel de la tv


¿Cómo consiguieron

los Reyes Católicos
financiar la guerra de Granada?



Azahara García / Paloma G. Quirós , tve

Iniciar la Reconquista suponía, como es de prever, un gasto enorme para las arcas de la monarquía castellana y aragonesa. Esta nueva campaña desbordaba las posibilidades económicas de los Reyes Católicos, de hecho, fue uno de los problemas más serios a los que se tuvieron que enfrentar. Entonces, ¿de dónde sacaron el dinero para poder llevarla a cabo?

Si tuvieramos que resumir, lo haríamos con esta afirmación de Teresa Cunillera: "Los Reyes Católicos tuvieron que sacar la financiación de debajo de las piedras, de donde fuera". Pero ayudándonos de nuestros asesores de cabecera, vamos   a profundizar un poco más. 

Impuestos, bulas, tercerías... todo dinero es bueno

Para poder hacer frente a la Guerra de Granada, Fernando e Isabel, tuvieron que servirse de medios muy diferentes. Contaban, desde un primer momento, con los ingresos habituales que recibía la monarquía: "tipos de rentas, más o menos antiguos; tipos de rentas de un origen puramente feudal; y nuevos ingresos que están realizándose desde finales del siglo XIV principios del XV", apunta Óscar Villarroel.

El profesor de historia señala también la posibilidad de que las cortes podían haberles proporcionado algún ingreso extra. Al igual que hizo, según escribe Manuel Fernández Álvarez en su libro 'Isabel, la Católica', la Santa Hermandad, "que en diversas ocasiones concedieron cantidades no pequeñas".

Otra fuente de financiación fueron los empréstitos, de procedencia muy diversa: "de la gran nobleza, de financieros, de financieros judíos, de financieros extranjeros que les dan dinero en el momento que lo necesitan y, luego, se les devuelve con unos intereses", explica Villarroel. Existen además otros impuestos de poblaciones específicas, por ejemplo el impuesto de los castellanos de oro sobre la población judía. Impuesto que surge en el momento de la guerra granadina y que supone importantes ingresos.

Mabel Villagra, asesora arabista de 'Isabel', añade además los impuestos que debían pagar los mudéjares castellanos, "minoría musulmana en tierra de Castilla": "Se comenzaron a pagar cuatro tipos de impuestos: En 1480, debían pagar "la cabeza de pecho", (impuesto o tributo anual pagado por los judíos como reconocimiento del señorío real y gratitud por la protección que la monarquía les dispensaba, que se derivaba de su propia condición de minoría étnica-religiosa), el servicio y el medio servicio a cambio de la protección real, tanto a judíos como mudéjares. Y, en 1482, se establece, en efecto, el castellano de oro que menciona Villarroel, que no solo lo pagaron los judíos sino los mudéjares castellanos hasta incluso después de la Reconquista"

Y como no, la Iglesia. Isabel y Fernando intentarán conseguir hacerse con rentas de origen eclesiástico. Por un lado, estaba la bula de cruzada, de la que hablaremos más adelante; y, por otro, las tercias: "dos novenas partes de los ingresos eclesiásticos de Castilla eran directamente para la monarquía, destinados a la lucha contra el Islam", nos cuenta Óscar Villaroel.

La bula de cruzada
Otro de los grandes recursos económicos con los que van a contar los Reyes Católicos para la llevar a cabo la empresa granadina será la concesión de la bula de cruzada. No era la primera vez que disponían de esta fuente de ingresos, ya que su concesión había sido casi permanente durante todo el siglo XIV y XV.

Como explica Óscar Villarroel, se trata de "una bula de dispensa para cualquier crisitano que quisiese comprarla". Ramón Gonzálvez Ruíz, escribe en "Las bulas de la cruzada nacional": "Ganarán la indulgencia todos los que tomen parte por sus personas en la lucha armada y, los que no puedan hacerlo, si envian a otro en su lugar". Como vemos, la bula de cruzada no solo aportaba dinero a las arcas reales, sino también soldados para la batalla. 

También se podía conseguir el perdón aportando mano de obra. Los zapateros, médicos, boticarios, artificieros, carpinteros, enfermeras y "todos los que asistieren al menos por espacio de tres meses con su arte, industria o ejercicio profesional, a las campañas militares", también ganarían la indulgencia. Por su parte, aquellos que decidían comprar la bula, debían hacerlo de acuerdo a unas cuotas que se regían según la categoría social o estado económico. Ramón Gonzálvez Ruíz, lo detalla en su libro: 

"Los cardenales, patriarcas, arzobispos y obispos deberán contribuir con diez florines de oro; el rey y la reina con 10 florines; los príncipes, hijos de reyes y sus esposas, con 10 florines; los duques, marqueses, condes, vizcondes y sus mujeres, los maestres de la Ordenes Militares, las personas eclesiásticas inferiores, los hidalgos con vasallos y los que tuvieran rentas anuales superiores a 300 ducados, con un florín o cuatro reales de plata; quienes no posean bienes superiores a 60 ducados, con dos reales de plata".

Ya fuera con dinero, con mano de obra o participando en la lucha, todos ganarían la indulgencia plenaria, "igual a la que ganan los peregrinos de Tierra Santa y los que visitan personalmente las basílicas romanas en los años jubilares", relata Gonzálvez Ruíz. 

El dinero de la bula era recaudado por una persona designada por el papa y, por parte de los Reyes Católicos, por fray Hernando de Talavera.   

9 de noviembre de 2013

El ciclón del 32



El ciclón del 32
Ana Dolores García
 
En su relación de huracanes sufridos en nuestro territorio nacional, el Instituto Meteorológico Cubano lo catalogó oficialmente como el mayor desastre natural del siglo XX en Cuba.

En Camagüey todavía se le recuerda por los pocos que lo sobrevivieron o los que desde tierra adentro supieron de la tragedia, o por quienes de generación en generación la hemos ido escuchando de nuestros mayores.

Ya era un poco tarde para pensar en huracanes, pero la naturaleza siempre nos prepara sorpresas insospechadas. Se supo de él el 31 de octubre, cuando comenzó a adentrarse en el mar Caribe procedente del Atlántico.  Bordeando el Sur de las Islas La Española y Jamaica, en lugar de seguir ruta hasta el Golfo de México dio un viraje de 90 grados y se dirigió a Cuba, atravesándola de Sur a Norte.

Ha pasado a nuestra historia como «el ciclón del treinta y dos» porque entonces a nadie se le había ocurrido aún darles nombres. Fue el culpable del ras de mar de Santa Cruz del Sur. Una ciudad que quedó anegada bajo el agua y un mar que se desbordó hasta más allá de 20 km de la costa. La resaca dejó al descubierto cientos de cadáveres y a esta cuenta hubo que agregar otros cientos de desaparecidos que el mar no devolvió nunca. En Santa Cruz del Sur la cuenta sobrepasó las 2,500 víctimas. Que tampoco fueron las únicas, porque las zonas afectadas cubrieron un amplio radio desde el área costera de Ciego de Ávila hasta Guayabal, produciendo poco más de 3000 muertos en total y miles más de heridos y damnificados.

El impacto inicial, que fuera recibido por un pequeño pueblo de pescadores cercano a la ciudad de Santa Cruz del Sur, se extendió hasta la propia ciudad, la más importante de toda la costa meridional de lo que era la vasta provincia de Camagüey en aquella época.   Allí la cresta de las olas llegó a alcanzar una altitud de 6 metros, dejándola  completamente arrasada.     

 
Monumento a las víctimas 

Tendríamos que situarnos mentalmente en aquellos años de pocos recursos  para la investigación meteorológica  y  los medios de radiocomunicación.  Los dos observatorios de La Habana, el oficial y el de los Padres Jesuitas habían advertido de la peligrosidad del huracán, situado ya en el extremo Oeste al Sur de Jamaica, y hay que reconocer que por uno u otro motivo no se hizo mucho caso de esas advertencias. ¿Incredulidad sobre la verdadera fuerza y dimensión del ciclón, o sobre la exactitud de los pronósticos, que no pocas veces habían fallado en predicciones similares anteriores?

Al amanecer del 9 de noviembre la fuerza de los vientos y de las olas del mar sorprendió a los santacruceños. Ya no hubo dónde resguardarse ni tiempo para hacerlo.  A algunos cientos se les ocurrió buscar refugio en vagones de ferrocarril estacionados cerca de  la estación ferroviaria y que la fuerza del mar volcó inmisericorde, pereciendo todos.

Los relatos de quienes lograron sobrevivir eran increíbles y aterradores. Se calculó que había muerto el 70% de la población de Santa Cruz del Sur.  Para evitar epidemias, se procedió a la quema indiscriminada de cadáveres al tiempo que  comenzó el traslado de los heridos hasta  la ciudad de Camagüey. 

La población de la capital agramontina se volcó en ayuda a los damnificados, acogiendo en sus hogares a familias enteras que todo lo habían perdido, y adoptando numerosos niños que habían quedado sin padres.