HAN IDO A BUSCARME
AL FIN DEL MUNDO
La mayor multitud jamás reunida en la plaza de
San Pedro para saludar a un nuevo Papa recibió con un aplauso atronador el
anuncio de la elección del cardenal arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario
Bergoglio como Francisco I.
Como su estatura no es muy alta, le pusieron una
peana cuando se asomó al balcón, con un aspecto serio que recordaba a Pio XII
pero más sonriente. Su primer saludo fue: «Fratelli e sorelle, buona sera!». A
continuación, también en italiano, comentó con sencillez que la ciudad tenía un
nuevo obispo: «Mis hermanos cardenales han ido a buscarlo casi al fin del
mundo. Os agradezco la acogida».
A continuación vino la primera sorpresa: «Antes
de nada querría hacer una oración por nuestro obispo emérito, Benedicto XVI. Recemos
juntos por él, para que el Señor lo bendiga y la Virgen lo custodie. Padre
Nuestro…». Era una continuidad visible.
El Papa Francisco I explicó que «comenzamos un
camino de fraternidad, de amor, de confianza. Recemos para que haya una gran
fraternidad en todo el mundo», y especialmente «en esta bella ciudad».
Enseguida llegó la segunda sorpresa: «Antes de
dar la bendición os pido un favor, que pidáis al Señor la bendición para su
obispo. Hagamos en silencio esta oración vuestra por mí». Inclinado humildemente,
el Papa Francisco I espero un momento. Luego le colocaron la estola y comenzó
su primera bendición «Urbi et Orbi».
Es el primer Papa americano al cabo de quinientos
años desde la evangelización del Nuevo Mundo. No figuraba en las «quinielas» de
«papables», pero sí estaba en el corazón de los electores.
Se despidió anunciando que al día siguiente iría
a rezar a la Virgen y con un sencillo: «Buenas noches y buen descanso». Era ya
una presencia familiar. Un Papa sencillo, un Papa «de casa».
El jesuita argentino de 76 años fue elegido al
quinto escrutinio, y es el Papa número 266, incluyendo como primero a Pedro de
Betsaida. Recibió una mayoría de dos tercios de votos de 115 cardenales
electores, de 48 nacionalidades, reunidos durante dos días en la Capilla
Sixtina. Había sido el más votado en el Cónclave de abril del 2005 después de Joseph
Ratzinger.
La espera, desde la fumata blanca hasta el
anuncio del nombre, fue un poco más larga que en ocasiones anteriores, pero por
fin, a las 20.12, el cardenal protodiácono, Juean-Louis Tauran, enfermo de Parkinson,
apareció en el balcón para anunciar: «Habemus Papam!». La fumata blanca se
había asomado con fuerza a las 19.06 -acompañada enseguida del repique de todas
las campanas-, al cabo de una jornada de lluvia que no fue capaz de frenar el
entusiasmo de los fieles, que en ese momento llenaban ya la plaza de San Pedro.
El entusiasmo y el tremolar de banderas fueron simultáneos y eléctricos.
¡Viva el Papa!
Fue una alegría incontenible, con gritos de
«¡Viva el Papa!» en todos los idiomas, antes de conocer su nombre. En la plaza
había una presencia masiva de jóvenes, y a medida que iban llegando los romanos
descubrían que tenían que quedarse en Via della Conciliazione, pues la plaza
estaba ya abarrotada.
Durante horas, el público había estado observando
la gaviota de turno posada sobre la chimenea. Cada vez que el pájaro se
iba era una falsa alarma de fumata. Uno o dos minutos después, otra gaviota
tomaba esa posición, como si les gustase la luz de los reflectores y el momento
de fama.
Veinticinco minutos después de la fumata
blanca, la banda de la música de la Gendarmería vaticana irrumpía también
en la plaza al son de una de sus marchas, seguida de la Guardia Suiza, que
formaba un piquete de honor para recibir al nuevo Papa. Unos minutos después
llegaba la banda de los Carabinieri con una tonadilla alegre y pegadiza. Detrás
de ellos, la Marina Italiana, la Aviación, el alcalde de Roma, Gianni Alemanno.
¡Era la mayor fiesta del año para la ciudad de Roma y para el mundo!
El entusiasmo era indescriptible en la plaza y
esta vez era mundial, pues la fumata había sido seguida por televisión en
directo e Internet en todo el planeta. En cuanto se vio claro que era blanca,
se desencadenó una oleada de tuits: del Pontificio Consejo de Comunicaciones
Sociales y de diócesis de todo el planeta. La fiesta era, enseguida, mundial.
Era la alegría de la «Ciudad y el mundo», que el Papa iba a bendecir «Urbi et
Orbi» desde el balcón de la basílica de San Pedro.
Era otro día de gran fiesta para el Pescador de
Galilea. Y, en Castel Gandolfo, de gran satisfacción para Benedicto XVI. Es la décima vez, en la historia de la
Iglesia, que hay un relevo en vida del Papa anterior. La transición ha sido
perfecta. Como quería Benedicto XVI, el timón de la nave ha pasado a
manos más jóvenes y más fuertes.
abc.madrid
No hay comentarios:
Publicar un comentario