El Origen de los Cónclaves
La elección del Obispo de Roma
-y, por ende, el pastor supremo de la Iglesia Universal- experimentó durante el
primer milenio del cristianismo algunas oscilaciones. Entre los siglos I al IV,
años y centurias de implantación primera, de catacumbas y de persecución, el
clero y el pueblo cristiano de Roma elegían a quien había de ser su pastor,
generalmente un diácono, quien debía ser ordenado obispo.
El clero y el pueblo romano
continuaron como electores de su obispo en los siglos IV al VIII, si bien, una
vez que el Imperio Romano y Bizantino profesó la fe cristiana, esta elección
debía ser ratificada por el Emperador, que otorgaba esta confirmación a través
del Exarca de Rávena habida cuenta de que la capital del Imperio se desplazó a
Constantinopla.
Tras ensayarse distintas
fórmulas mixtas en los siglos IX y X, siglos oscuros y de hierro, en el año 1059
el Papa Nicolás II, uno de los llamados Papas reformadores de Lorena, en
referencia a la localidad franco-alemana del mismo nombre, hace público un
decreto sobre la elección papal, reservándola a los cardenales obispos,
abriéndola a personas no romanas y requiriéndose todavía el asentimiento del
clero y del pueblo.
En 1130 comenzó a
aplicarse ya de manera definitiva esta normativa, que, en 1179, incluyó,
mediante decretal del Papa Alejandro III, la necesidad de que el
candidato elegido obtuviera los dos tercios de los votos para que la elección
fuera válida.
Pero no será hasta el siglo
XIII cuando como tales nazcan los “cónclaves”. Fueron el clero y el pueblo
romanos quienes “forzaron” las cosas a fin de que los cardenales eligieran Papa
con celeridad y con consenso.
Y serán en 1216 cuando por la
primera vez cierren bajo llave a los lectores. Sucedió en Perugia, en el
corazón de Italia, en la capital de la Umbria. Honorio III era elegido
Papa el 24 de agosto de 1216, el primer Papa surgido de un cónclave en sentido
estricto.
En 1241 el clero y el pueblo
romano, encabezados por el senador Matteo Rosso Orsini, entendieron, de
nuevo, que era necesario cerrar a los cardenales. Y durante dos meses así
estuvieron los electores papales, encerrados en las ruinas carcelarias del
Septizonio. De este modo., se buscaba además liberar a la elección pontificia
de las ambiciones de Federico II de Suabia.
Era el primer cónclave de la
historia de la Iglesia, el cónclave para elegir al sucesor de Gregorio IX,
el antiguo cardenal Hugolino, protector de San Francisco de Asís y el
creador de la Inquisición Medieval. Fallecido el 22 de agosto de 1241, tendría
sucesor efímero tan sólo durante doce días, en la persona de Celestino IV.
El Cónclave de Viterbo
Pero el cónclave por
excelencia, el que ha pasado a la historia, es el de Viterbo -hermosa e importante localidad del Alto Lazio, a un
centenar de kilómetros de Roma.
Y la historia breve de este
cónclave podría escribir así: érase que se era el año de gracia 1268. El día 29
de noviembre de aquel año había fallecido el Papa Clemente IV, de origen
francés y en la cátedra de Pedro desde el 22 de febrero de 1265. Los cardenales
se dirigen a la citada ciudad de Viterbo para elegir su sucesor. Presiones
políticas externas, discusiones bizantinas y ambiciones de la aristocracia
romana y de sus candidatos, empiezan a demorar casi sin fin la elección papal.
Transcurren los meses y se
cumplen el primer año y ante la persistencia en la sede vacante, el Señor de
Viterbo, Alberto de Montebono, hace cerrar herméticamente el palacio
papal con los cardenales dentro y utiliza una abertura del tejado para
arrojarles comida y bebida bien racionada para forzar la elección, que no
llegara, a pesar de ello, hasta el 1 de noviembre de 1271.
Por fin, habían encontrado el
consenso en la persona del Obispo de Piacenza, Tedaldo Visconti. Será el
Papa Gregorio X, quien, entre las primeras medidas de su pontificado, se
halla la Constitución “Ubi periculum” de 1275, que regula de modo canónico la
clausura de los cardenales para la elección papal y consagra definitivamente la
figura del cónclave.
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