CON LLAVE
Por Alfonso Ussía
En solemnidad y
espectacularidad, nada como el ceremonial de la Iglesia Católica. Todo está
medido desde siglos atrás. El niño que canta en la escolanía es el mismo niño
que lo mismo hacía y en el mismo lugar en el siglo XVII o XVIII. Cónclave.
Elección del Sumo Pontífice, con llave. Fórmula impuesta por el Papa Gregorio
X, elegido Papa en 1271. Tres años tardaron los cardenales en decidirse, y el
pueblo de Viterbo, harto de esperar, encerró con llave a los príncipes de la
Iglesia, y los tuvo a pan y agua durante semanas. Para hacerlos más sensibles y
receptivos a la inspiración divina, desmontaron el techo de la iglesia, y los
cardenales no soportaron el hambre ni el frío, y al fin se decidieron. Más de
tres años de Sede Vacante. Le gustó la idea a Gregorio X y nacieron los
cónclaves.
La elección de un nuevo Papa es
un misterio prodigiosamente dibujado por la tradición y la ceremonia.
Tradicionalmente fallan los vaticinios y las encuestas. Y el resultado de las
deliberaciones e inspiraciones del encierro bajo llave es tan grandioso, que
los más entusiastas seguidores del Cónclave, al menos en España, son los ateos,
los agnósticos y los laicos. Ellos son los que analizan los pormenores de cada
cardenal, sus virtudes y defectos, su preparación teológica y sus
posibilidades. A los católicos no nos afecta tanto, porque aceptamos de buen
grado al nuevo Papa sin preguntarnos demasiado los motivos de su elección.
Este Cónclave tiene un intereés
especial, histórico. Es el primero en setecientos años que se celebra con el
anterior Papa vivo. Está en Castelgandolfo, sin la esclavina, sin los zapatos
rojos, recluido en la oración. También la muerte de un Papa guarda toda la
grandeza de la tradición. La ventana cerrada que de golpe se abre y la luz de
la habitación se ilumina, y el anuncio a las decenas de miles de fieles que
siguen, desde la Plaza de San Pedro, los pulsos de la agonía. «Su Santidad el
Papa ha vuelto a su Señor». En este Cónclave, el Papa se ha ido, sencillo y
agotado, a pedirle al Señor un sucesor más vigoroso, más fuerte, más dispuesto
a expulsar de la Iglesia a «ese Mal que también está entre nosotros».
Más de seis mil enviados
especiales. Alguna importancia tendrá esa elección que a tantos les produce
risa y distancia. Se juntan los informadores venidos de todo el mundo, y los
llamados vaticanistas, los expertos, los que viven el día a día de la Santa
Sede, y que acostumbran a ser los que más se equivocan y yerran en sus
vaticinios. Ya se ha oído el «todos fuera», el «extra omnes», y hoy, con
bastante probabilidad, puede subir por el cielo de Roma el humo blanco que
anunciará un nuevo Papa. Allí, detrás de la verja separadora, en el prodigio de
la Capilla Sixtina alumbrada por Miguel Ángel, la estufa que se instala al
efecto. La misma estufa y la misma chimenea de los cónclaves anteriores. Todos
los expertos valorando los pros y los contras y en un colegio, una niña de
pocos años desvelando el Misterio.
Lo
he oído en la emisión de la Misa retransmitida por Telemadrid. En una clase, el
profesor ha preguntado a los alumnos acerca del nuevo Papa. ¿Quién será el
nuevo Papa? Y una niña ha respondido inmediatamente. «El que se sepa mejor a
Jesús».
Otro niño ha levantado la mano,
y el profesor le ha preguntado. ¿Y qué pasa si hay dos cardenales que se saben
igual de bien a Jesús? Y el niño ha respondido: «Entonces hay que jugárselo tirando
una moneda. A cara o cruz». ¿Y quién gana, el que elija cara o el que elija
cruz?
«El que elija cruz. Sale cruz
seguro».
Lección de Teología.
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