3 de julio de 2012

UN EMPERADOR CUBANO


 

Un emperador cubano


Luis Aguilar León


Los cubanos, afortunadamente, pertenecen a ese grupo de mortales  que mantienen una inaccesible capacidad para crear chistes y resonar risas frente a las mas torvas circunstancias. Acaso por eso logran saltar sobre las tragedias para mantener la esperanza.

No hace mucho, con una semisonrisa que rasgaba la circunstancia, un recién llegado balsero me dijo que si lo que Fidel quería era aniquilar al capitalismo se había equivocado en aliarse a la Unión Soviética, que si se hubiera aliado a los Estados Unidos, ¡en seis meses hubiera arruinado a este país!  No estaría mal trasmitir esa irónica advertencia a los que creen que el capitalismo puede ahogar a Castro.

Desafío de la mala fortuna

De ahí que, para mantener ese espíritu que desafía a la mala fortuna con una sonrisa, sea conveniente salvar algunos fragmentos risueños de nuestra tremenda odisea. ¿No surgió en Cuba un cortante chiste apenas Castro prohibió la perestroika? El pueblo de inmediato comentó: «No, aquí no hay perestroika, aquí lo que hay es una ‘Espera estoica’».

Pues bien, cuando estalló la tormenta socialista en Cuba, uno de los descendientes de una ilustre y bien holgada familia santiaguera fue a dar a España, con un poco mas que sus huesos como equipaje.

Sin preparación ni experiencia de trabajo, nuestro amigo peregrinó por España en busca de sustento hasta que logró enrolarse como un extra en una película italiana, La Decadencia del Imperio Romano, que a la sazón allí se filmaba.  Ignorantes de su ilustre prosapia, los agentes fílmicos lo contrataron para que actuara como un soldado anónimo en las legiones de extras que fingían ser las legiones del imperio.

Por luengos días, semejante al Cid marchó el menesteroso cubano con lanza, escudo y casco por la terrible estepa castellana que cantara Manuel Machado. Bajo el agobio de un sol ciego e implacable, sudoroso y jadeante, no cesaba de maldecir al César castrista que tan aciago destino le había deparado.

Una tarde, tras filmar repetidas veces la escena de un desfile, el adusto director concedió un merecido descanso. Trajinado y exhausto reposaba el cubano en un recodo del camino, cuando lo alertó un saludo inesperado: «Chago, hermano, ¿qué haces aquí tirado en el polvo?»

Chago alzó los ojos. Frente a él, erguido, con toda la majestad que su jerarquía demandaba, el actor que fungía temporalmente de emperador lo saludaba. El actor era cubano y oriental, y conocía a nuestro santiaguero desde lejanos días colegiales. Apenas enterado de las cuitas de su amigo, el emperador tomó una decisión: «Chago, -le dijo con voz autoritaria- ¡Ahora mismo te voy a hacer senador!».

Augusto senador

Acto seguido habló con el director de la película y “hic et nunc”, (aquí y ahora), como deben hacer las cosas los emperadores, Chago fue elevado al rango de augusto senador del imperio, con un sueldo tres veces superior al que ganaban los soldados.

Desde ese día, y hasta que se terminó de filmar la película, -«la época mas feliz de mi vida», confesaba mas tarde mi amigo-, Chago se ubicó en la cómoda plataforma imperial, sombreada por un extenso palio, y desde allí contempló impasible el repetido desfilar de los sudorosos soldados de la antigua Roma

Sobre las cabezas de los artificiales senadores, entre los cuales se contaba Chago, como una especie de desagravio histórico a sus padecimientos ondulaban pendones con las cuatro letras que proclamaban la augusta majestad de Roma. S.P.Q.R. “Senatus Populusque Romanus”.

Toda esta escena, mas extravagante e insólita que la propia película, fue posible porque el emperador, quien junto a Chago y con adecuada cesárica expresión, saludaba el paso de sus invictas legiones, había nacido en Yateras, Cuba… 

«Hoc erat in votis», que decÍan los romanos, «Así lo soñaba Martí», que hubiera traducido mi amigo “Ñico Frituras”.

 

Escrito del fallecido escritor cubano Luis Aguilar León, publicado en el Nuevo Herald el 26 de mayo de 1995.

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