Un emperador cubano
Luis Aguilar León
Los cubanos, afortunadamente, pertenecen a ese grupo
de mortales que mantienen una inaccesible
capacidad para crear chistes y resonar risas frente a las mas torvas
circunstancias. Acaso por eso logran saltar sobre las tragedias para mantener
la esperanza.
No hace mucho, con una semisonrisa que rasgaba la
circunstancia, un recién llegado balsero me dijo que si lo que Fidel quería era
aniquilar al capitalismo se había equivocado en aliarse a la Unión Soviética,
que si se hubiera aliado a los Estados Unidos, ¡en seis meses hubiera arruinado
a este país! No estaría mal trasmitir
esa irónica advertencia a los que creen que el capitalismo puede ahogar a Castro.
Desafío de la mala fortuna
De ahí que, para mantener ese espíritu que desafía a
la mala fortuna con una sonrisa, sea conveniente salvar algunos fragmentos
risueños de nuestra tremenda odisea. ¿No surgió en Cuba un cortante chiste
apenas Castro prohibió la perestroika? El pueblo de inmediato comentó: «No,
aquí no hay perestroika, aquí lo que hay es una ‘Espera estoica’».
Pues bien, cuando estalló la tormenta socialista en
Cuba, uno de los descendientes de una ilustre y bien holgada familia
santiaguera fue a dar a España, con un poco mas que sus huesos como equipaje.
Sin preparación ni experiencia de trabajo, nuestro
amigo peregrinó por España en busca de sustento hasta que logró enrolarse como
un extra en una película italiana, La
Decadencia del Imperio Romano, que a la sazón allí se filmaba. Ignorantes de su ilustre prosapia, los
agentes fílmicos lo contrataron para que actuara como un soldado anónimo en las
legiones de extras que fingían ser las legiones del imperio.
Por luengos días, semejante al Cid marchó el
menesteroso cubano con lanza, escudo y casco por la terrible estepa castellana
que cantara Manuel Machado. Bajo el agobio de un sol ciego e implacable,
sudoroso y jadeante, no cesaba de maldecir al César castrista que tan aciago
destino le había deparado.
Una tarde, tras filmar repetidas veces la escena de
un desfile, el adusto director concedió un merecido descanso. Trajinado y
exhausto reposaba el cubano en un recodo del camino, cuando lo alertó un saludo
inesperado: «Chago, hermano, ¿qué haces aquí tirado en el polvo?»
Chago alzó los ojos. Frente a él, erguido, con toda
la majestad que su jerarquía demandaba, el actor que fungía temporalmente de
emperador lo saludaba. El actor era cubano y oriental, y conocía a nuestro
santiaguero desde lejanos días colegiales. Apenas enterado de las cuitas de su
amigo, el emperador tomó una decisión: «Chago,
-le dijo con voz autoritaria- ¡Ahora mismo te voy a hacer senador!».
Augusto senador
Acto seguido habló con el director de la película y “hic et nunc”, (aquí y ahora), como deben
hacer las cosas los emperadores, Chago
fue elevado al rango de augusto senador del imperio, con un sueldo tres veces
superior al que ganaban los soldados.
Desde ese día, y hasta que se terminó de filmar la
película, -«la época mas feliz de mi vida», confesaba mas tarde mi amigo-, Chago
se ubicó en la cómoda plataforma imperial, sombreada por un extenso palio, y
desde allí contempló impasible el repetido desfilar de los sudorosos soldados
de la antigua Roma
Sobre las cabezas de los artificiales senadores,
entre los cuales se contaba Chago, como una especie de desagravio histórico a
sus padecimientos ondulaban pendones con las cuatro letras que proclamaban la
augusta majestad de Roma. S.P.Q.R. “Senatus
Populusque Romanus”.
Toda esta escena, mas extravagante e insólita que la
propia película, fue posible porque el emperador, quien junto a Chago y con adecuada cesárica expresión,
saludaba el paso de sus invictas legiones, había nacido en Yateras, Cuba…
«Hoc erat in votis», que decÍan los
romanos, «Así lo soñaba Martí», que hubiera traducido mi amigo “Ñico Frituras”.
Escrito del fallecido escritor
cubano Luis Aguilar León, publicado en el Nuevo Herald el 26 de mayo de 1995.
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