La tragedia
del Morro Castle
Por Luis Enrique Ramos Guadalupe
La historia naval de Cuba reúne acontecimientos
de incuestionable historicidad por su connotación patriótica. Otros hechos se
han hecho notables por su significado anecdótico o por estar relacionados con
grandes tormentas o desastres de diverso origen, que concitan el interés
general. Uno de esos eventos trascendentes es el ocurrido al trasatlántico
Morro Castle, cuyo nombre ha pasado a la lista de las grandes catástrofes en el
mar.
El Morro Castle era un crucero de 11 300 toneladas de desplazamiento y 503 pies de eslora, propiedad de la célebre consignataria Ward Line. Su sistema de propulsión estaba integrado por dos poderosas turbinas de vapor, de 16000 caballos de fuerza, que le permitían mantener una velocidad media de 20 nudos (36 kilómetros por hora). Como toda embarcación de su género disponía de espaciosos restaurantes, tiendas, salones y cámaras de varias clases y verdaderos apartamentos de lujo. La tragedia que marcó su fin tuvo lugar cuando la hermosa nave estaba por llegar a las costas de los Estados Unidos, por la costa de Nueva Jersey, procedente de La Habana.
A eso de la medianoche del 8 de septiembre de 1934, sin que nadie se percatase, se originó un fuego en la elegante biblioteca de la nave, situada en la cubierta C, el cual se extendió rápidamente hacia otros salones aledaños. Esto es, al menos, lo que recogen las versiones más generalizadas acerca de lo ocurrido. En esa cubierta se hallaban también un salón de estar y una sala de escritura.
Tres horas después, en la fría madrugada del Océano Atlántico, la luz y el calor de las llamas fueron detectados, seguidos por la orden de abandonar la nave. Esta terminante decisión nos induce a pensar que en ese momento ya el siniestro había alcanzado grandes proporciones y se había hecho incontrolable. Los camareros, mozos y demás miembros de la dotación cruzaron los corredores, llamando a los ocupantes de los camarotes. Al tocar, decían a los adormecidos pasajeros: ¡póngase el salvavidas y suba a cubierta!
Pero al llegar a las plataformas superiores, los viajeros encontraban un panorama marcado por el caos más absoluto. Pocos atinaban a obedecer las instrucciones de dirigirse a los botes de salvamento, pues las recalentadas planchas de acero hacían imposible el caminar sobre ellas. Gran parte de los pasajeros se lanzaron al mar, escapando del fuego... pero cayeron en aguas gélidas como hielo recién fundido: una mortal paradoja que parecía ideada por el más refinado de los verdugos. Mientras tanto, la planta radiotelegráfica transmitía sin cesar la trágica señal de auxilio.
Numerosas naves acudieron en socorro del buque en llamas; la motonave City of Savannah recogió a varias decenas de náufragos, y otras embarcaciones hicieron lo mismo. Aún hubo tiempo de que el remolcador Tampa, ya detenidas las máquinas del Morro Castle, le hiciera llegar varios cabos y le remolcase hacia la costa como una antorcha flotante. Finalmente, el gran navío quedó embarrancado frente a la costa de Ausbury Park.
Entonces comenzaron las especulaciones sobre la causa del incendio; unos opinaban que se debió a la caída de un rayo cerca de los tanques de combustible, y otros elucubraron que la nave había sido saboteada colocando un dispositivo de ignición dentro de una pluma de fuente dejada en la biblioteca.
El investigador Thomas Gallagher llegó a señalar, 25 años después, que tal dispositivo había sido efectivamente colocado allí por George W. Rogers, radiotelegrafista-jefe en la nave. Curiosamente, el capitán del Morro Castle, Robert Willmott, había fallecido en su puesto de trabajo, horas antes de desatarse el fuego, víctima de un infarto cardiaco. Por entonces, Willmott cumplía un año de casado con Mathilde Howe, a quien había conocido en el mismo barco, mientras la dama regresaba a Estados Unidos procedente de La Habana.
Lo verdaderamente contradictorio entre todo es que el navío estaba provisto de detectores de humo y un sistema de extinción de incendios a base de reactivos químicos; por ello se le tenía como una nave absolutamente segura. Hoy sólo nos queda la incógnita que se bifurca entre la casualidad y la intencionalidad.
En su fatal travesía de septiembre de 1934, el Morro Castle transportaba 558 personas, entre pasajeros y tripulantes; de ellos murieron 134. Un joven y brillante deportista cubano, nombrado Frank De Beche, campeón de natación, pereció en el siniestro; minutos antes de lanzarse al mar había entregado su salvavidas a una joven nombrada Rosario Camacho León, que carecía de ese dispositivo.
Renée Méndez Capote, colaboradora del periódico El Mundo, quien después sería una conocida escritora, también viajaba en la nave. Renée pudo contarse entre los sobrevivientes porque el camarero estadounidense Carol Prior tuvo similar gesto para con ella.
Y antes de concluir, una última coincidencia: como se ha señalado antes, el naufragio tuvo lugar en 1934, el 8 de septiembre. Ese mes y ese día coinciden con la fecha en la que en Cuba se celebra la festividad de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de la Isla. Según la leyenda, la imagen de la Virgen fue hallada a principios del siglo XVII por tres humildes pescadores, sobre las aguas del mar en medio de una tormenta.
El Trío Matamoros puso a la tragedia música de corrido compuesta por Leopoldo González:
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