Evocando
la celebración sanjuanera de nuestro Camagüey, recogemos hoy en este
blog tan principeño una estampa costumbrista de aquellas fiestas. Su
autor, un puertorriqueño tan camagüeyano como los tinajones: Juan B.
Castrillón, el popular “Don Pancho”, a cuyo dinamismo y gestiones mucho
tenemos que agradecer los camagüeyanos. Fue él, precisamente, quien se
encargó de animar -¡y vaya lo bien que lo hizo- los últimos sanjuanes
de nuestra historia republicana. [adg]
Mucho
antes de la época del “Indio Bravo”, la Villa de Puerto Príncipe
celebraba los carnavales, organizados por colonos y ganaderos, los que
después de vender el ganado y las cosechas asaltaban la población para
gastar las monedas de oro de sus ganancias. Pudiéramos decir que ésa fue
la primera etapa de los carnavales camagüeyanos, porque los
camagüeyanos, hasta el año 1958 tuvieron tres etapas distintas de
carnavales y entre ellas incluso se registraron paréntesis de ausencia
sanjuanera.
En su segunda
etapa, establecida la paz, como en otros tiempos lejanos y después que
se fundara Ia República en el 1902, el Carnaval o los “Sanjuanes”
tuvieron un verdadero sabor de leyenda: las volantas, los coches, el cloretilo
en los salones, el almagre en las calles… La serpentina y los confetis
llenaban las aceras, hasta el punto en que era necesario tener al cuerpo
de bomberos sobre aviso para apagar las candelas que producían las
colillas de los cigarrillos sobre el colchón de serpentinas.
Después
de esa segunda época en las Fiestas del San Juan, llegó la tercera
etapa, del 1950 al 1958. Los camagüeyanos saben que fueron ellos los
primeros en Cuba en coronar Reinas en las calles, en las aceras y en
cada cuadra. Todos querían disfrutar de la casi locura del San Juan,
de los bellísimos adornos de las calles, las enramadas, la iluminación y
las sorpresas que guardaban los fiesteros para llenar más de emoción el
evento.
Y era así como
aparecían calles enteras con adornos y alegorías de países amigos. Entre
esas calles, justo es decir que se destacaban Joaquín Agüero, de Ia
Vigia; Finlay, Santa Rita, Santa Rosa, Maximiliano Ramos, (Horca), y
muchas más que discutían los Premios que ofrecían los Bandos del San
Juan camagüeyano.
Manos de
mujeres confeccionaban farolitos, guirnaldas y cuadros pintados a mano.
Cada cual se esmeraba en presentar lo mejor y lo más vistoso. Los
Comités de Festejos en las cuadras y calles, escogían a la muchacha que
por su belleza y simpatía mereciera ser Reina, y a sus Damas de Honor,
para ser coronada en una noche de esplendor y alegría, con música,
fuegos artificiales, ponche y bocaditos. Se bailaba hasta la madrugada
en aquellas calles engalanadas. El pueblo se volcaba en las calles para
aplaudir el arte y buen gusto de los que habían organizado la fiesta y
disfrutar con ella.
Recordando
algunas cosas de las coronaciones, nos viene a la mente la noche en que
fuimos a coronar a una Reina Infantil en una calle al final de la
simpática barriada de “La Vigía”… Habíamos coronado en ese sector de la
ciudad ocho Reinas, y a las doce de la noche nos faltaban la Reina
Infantil y sus Damas, niñas de más de 4 años de edad.
Para
demostrar que la popularidad de los carnavales camagüeyanos abarcaba a
todas las esferas sociales, diremos que cuando llegamos frente al lugar
de la coronación, la Reina y su Corte se encontraban dormidas y sentadas
sobre cajas de madera forradas con papel crepé… El trono era de cartón y
pegado a la pared de tablas de Ia casa, y el piso de tierra del portal
había sido regado con agua para aplacar el polvo. Son detalles que dan a
conocer la pobreza del lugar y de la familia.
La
madre de la pequeña Reina nos entregó la abrillantada corona, que era
un pedazo de cartón cortado con tijeras y formando un arco. Cuando la
orquesta repitió la fanfarria para el momento de su coronación, las
niñas despertaron sorprendidas y algunas de ellas llorando. El gran
público que nos acompañaba rompió en aplausos y la humilde familia nos
obsequió con una bebida color rosado, en vasos de cartón. La tomamos y
saboreamos con alegría y agradecimiento como si se hubiera tratado del
mejor licor del mundo.
Es
imposible olvidar aquellos rostros llenos de humildad y alegría, y
cuando nos despedimos de aquel lugar llevábamos en el alma la convicción
de que dejábamos en el seno de aquella humilde familia la contentura
más grande de su vida.
Juan B. Castrillón, "Don Pancho", 1968
Foto y texto: revista "El Camagüeyano", Miami,
Junio 1985
Junio 1985
Como camagueyana que soy y con mucho orgullo recuerdo Los san juanes de mi camaguey.
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