24 de septiembre de 2010

CÓMO SE DESTRUYE UNA REPÚBLICA EN VARIAS LECCIONES
- Tecera Parte -

- Por Manuel Márquez-Sterling

La intelligentsia cubana le dio la callada al “Manifiesto de los Cinco” como comentábamos en la previa crónica. Fidel Castro por su parte respondió en su acostumbrado estilo de andanadas dirigidas para torpedear la posibilidad de una solución pacífica y constitucional a la crisis nacional, solución esta que ponía por encima de todo la preservación de todas las instituciones democráticas del país.

Castro dio a la publicidad un manifiesto que urgía a todos los partidos políticos y organizaciones cívicas a que formaran un frente común que rechazara todo apoyo a un compromiso nacional con el régimen bajo ningunas circunstancias.


El Manifiesto de Castro, llamado “De la Sierra,” dado a la publicidad el 12 de Julio de 1957 también estaba firmado por Raúl Chibás y Felipe Pazos que se encontraban en la Sierra. El documento, mayormente redactado por el mismo Castro era una paráfrasis de lo que Mathews había reportado para la prensa americana, o sea que en Cuba nada más que existían dos campos o fuerzas: Batista que representaba la tiranía y la desvergüenza y Castro el verdadero representante de la libertad en Cuba.

En él, no se reconocía el extenso campo de la tercera posición. El manifiesto también iba dirigido a torpedear las gestiones de la Comisión Bicameral en pro de producir un desenlace político al problema nacional.

Esta Comisión Parlamentaria le había concedido a la oposición, todo lo que la misma había demandado para celebrar unas elecciones libres y honradas en 1958, inclusive el llamar a observadores internacionales.


En el documento, rechazando toda solución pacífica Castro enumeraba sus condiciones “sine qua non” para resolver la crisis nacional.

Primero: La formación de un Frente Cívico Revolucionario con una estrategia común;

Segundo: La inmediata renuncia de Batista y la selección de un presidente provisional apolítico;

Tercero: La total prohibición de ninguna mediación en la crisis tanto por los cubanos como por los extranjeros;

Cuarto: Un total rechazo a crear una junta militar;

Quinto: La exclusión del ejército de una solución civil y:

Sexto: elecciones nacionales en un año. La más ligera ojeada a estas condiciones delataba que las huellas de las viejas tácticas comunistas estaban impresas por todo el documento. Solamente a los idiotas utilizables, o a aquellos que no tenían ni el más básico conocimiento del “modus operandi” de los comunistas en tiempos de crisis se les podía escapar esto y los propósitos detrás del documento.

El primer punto de un “frente común” no era nada más ni nada menos que un subterfugio retórico para camuflajear los “frentes populares” que los comunistas en los años 30 y 40 habían empleado para atrapar a sus rivales y a las fuerzas políticas no comunistas en un movimiento de masas.

La segunda condición, la selección de un presidente provisional “apolítico,” nombrado de antemano en la Sierra, era una jugarreta, una burda trampa para poner al frente de la nación a alguien sin bases o raíces políticas y por supuesto, sin el apoyo de un partido político. Esto dejaba a esta persona sujeta a la manipulación de los fuertes, de los que tenían las armas, quienes en un momento determinado podían despedirlo o destituirlo sin mayores problemas o consecuencias y tomar el poder. Esto fue, precisamente, lo que Castro hizo con su presidente “de dedo,” el apolítico Manuel Urrutia Lleó, cuando éste se llegó a creer que era presidente de verdad.

La oposición a una junta militar y la exclusión del ejército de una “solución civil” iba dirigida a aislar a las clases altas y medias, a la “burguesía,” de sus tradicionales fuentes o bases de defensas haciéndolas así impotentes frente a un gobierno que contaba con unas milicias “populares” leales al nuevo estado de cosas. Esto fue, precisamente, lo que Castro hizo al eliminar al ejército inmediatamente después de tomar el poder. La última condición, la de las elecciones, era una promesa cosmética que pronto, con aquello de «elecciones ¿para qué?» se echó a un lado.


Resulta totalmente asombroso que tanto Raúl Chibás como Felipe Pazos no hayan tenido la más mínima preocupación sobre el contenido de este documento, que iba calzado con sus firmas. No estamos hablando aquí de dos buches ignorantes. El primero era un educador y fundador de una prestigiosa academia militar, y el segundo, un distinguido economista, ex presidente del Banco Nacional bajo Carlos Prío.

Que estos dos señores por su educación y por haber estado involucrados en la política nacional, antes y después del golpe de Batista, no tuvieran la más mínima preocupación sobre qué clase de hombre era aquel que apoyaban, y de que son sus firmas, en un manifiesto de franco corte comunista, lo estuvieran avalando frente a Cuba permanece para la posteridad incomprensible, por no decir imperdonable.


En la crisis cubana, hay que repetirlo hasta la saciedad para beneficio de las futuras generaciones, no fue el pueblo el que fracasó al hacer de Castro su caudillo. En Cuba los que fracasaron y engañaron fueron sus líderes por no decirle a su pueblo la verdad que tan bien conocían de Fidel Castro.

No había entre todos los que estaban involucrados en el problema cubano quien no supiera perfectamente bien quién era Fidel Castro. Y en el caso de este documento, era bien conocido en los círculos políticos cubanos que el líder cubano, Eduardo Chibás, consideraba a Castro tal y simplemente como a un gangster, y que no le gustaba que lo vieran en público junto a él. Fueron varios testigos los que una vez vieron y oyeron a Eddy Chibás expulsar de su automóvil a Castro por la razón expuesta más arriba.


Simplemente la intelligentsia cubana, para salir de Batista como fuera, estaba dispuesta a apelar a todos los medios sin importarle tener que acudir a la alcantarilla del país. Así, tenía la arrogante ilusión de que una vez que Batista fuera derrocado ellos habrían de manejar al «inexperto joven idealista». O como uno de ellos solía decir: «No hay que preocuparse con Fidel. Cuando ganemos lo nombramos Jefe de la Policía y sanseacabó».

Lo mismo pensaron y dijeron los alemanes que habían hecho a Hitler canciller en 1933. ¿Y no es esto, estimado lector, aquello de «el fin justifica los medios»? Cuando se hace así, siempre se termina con los medios en el trono y el fin en el cadalso.

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