En papel cuché:
Princesas del siglo XXI, el “lifting” de las monarquías
Concha Carrón,
Efe/Cubalibre.com
Son jóvenes, guapas y modernas y a todas ellas les ha correspondido el honor de ser las princesas del siglo XXI y futuras reinas. Juntas forman un distinguido club y, lo quieran o no, son las auténticas responsables de la modernización de una institución enraizada en el pasado. Son el “lifting” de las monarquías.
Matilde, de Bélgica; Mette-Marit, de Noruega; Máxima, de Holanda; Mary, de Dinamarca; Letizia, de España; Victoria, de Suecia; y Rania, de Jordania. Todas ellas están llamadas a representar a sus respectivos países al frente de la Corona, al haber contraído matrimonio con jóvenes príncipes que han debido salvar las reticencias de sus padres por ver a los herederos casarse con plebeyas, aunque finalmente se han acabado convenciendo de que las monarquías también deben evolucionar y modernizarse al compás de los nuevos tiempos.
Tampoco para Victoria de Suecia, la única mujer heredera al trono de su generación, ha sido fácil su reciente boda con Daniel Westling, su entrenador personal, tardando casi ocho años en convencer a sus padres de que su amor por el joven era inquebrantable.
Precisamente, el enlace sueco fue la última cita real en la que se pudo ver al príncipe Alberto II de Mónaco con su novia, la ex nadadora sudafricana Charlene Wittstock, antes del anuncio de su boda en el verano del 2011.
Cuando se haya celebrado, el único príncipe heredero que quedará por pasar por el altar será Guillermo de Inglaterra, cuya novia, Kate Middleton, se prepara ya para convertirse en princesa después de ocho años de relación, eso sí, con alguna interrupción.
Los enlaces de las princesas del siglo XXI son la prueba más evidente de cómo han cambiado las cosas en las monarquías, en las que no hace tanto tiempo los matrimonios eran por conveniencia y no por amor, como los actuales.
Pero la mejor prueba de modernidad son ellas mismas. Casi todas las princesas actuales trabajaban antes de contraer matrimonio, como periodista (Letizia), responsables de ventas (Mary y Máxima), empleada de cafetería (Mette-Marit) o en grandes empresas como Citygroup o Apple (la reina Rania).
Al margen de Victoria de Suecia, Matilde de Bélgica es la única princesa heredera consorte de una casa reinante europea con ascendencia noble, al ser conde su padre, Patrich d’Udekem, y condesa su madre, Anna María Kmorowska.
No obstante, es precisamente esa condición plebeya la que más acerca a las princesas a sus pueblos y la que más populariza a la Corona, al sentir que cualquier joven puede estar llamada a convertirse en reina.
No es casual que todas las monarquías, sin excepción, hayan alcanzado sus máximas cotas de popularidad entre sus súbditos tras las bodas de sus herederos con jóvenes no emparentadas con la nobleza y otras casas reales.
Mary, Máxima, Letizia, Mette-Marit o Rania son las más queridas de las monarquías, muy por delante de sus esposos, los príncipes Federico, Guillermo, Felipe, Haakon Magnus o el rey de Jordania, Abdalá II.
Más de un quebradero de cabeza ha dado este hecho a las Casas Reales, aunque finalmente han tenido no sólo que aceptarlo sino asumir de buen grado que la simpatía, belleza, independencia y modernidad de estas jóvenes ha cautivado a sus respectivos pueblos como no lo ha sabido hacer ‘per se’ la propia institución
La primera que abrió el camino fue la nada convencional Mette-Marit, en 2001, al convertirse en princesa heredera de Noruega tras su boda con el príncipe Haakon Magnus.
El pasado de la joven, hija de padres divorciados y madre soltera tras su unión con un joven que estuvo preso por vender cocaína, no ayudó, aunque finalmente la pareja se casó en la catedral de Oslo -la primera boda real del siglo XXI- y tienen dos hijos en común.
Tampoco para Máxima Zorreguieta fue fácil su camino hacia su boda con el príncipe Guillermo de Holanda, en este caso por la controversia que causó el hecho de que su padre, Jorge Horacio Zorreguieta, fuese un ministro de la dictadura militar argentina de Jorge Videla.
Pero las reticencias iniciales del pueblo holandés se han tornado en simpatía y aprecio hacia Máxima, quien con su carácter alegre, su perfecta adaptación a las costumbres del país y su dominio del neerlandés se ha ganado el aprecio de todos.
Mary Elisabeth Donaldson, nacida en 1972 en Tasmania (Australia), fue la que más fácil lo tuvo desde el principio, al no contar con un ningún “tachón” en su pasado, en el que, pese a estudiar Derecho, no ejerció de abogada sino de jefe de ventas para una agencia inmobiliaria de Sydney.
Letizia Ortiz, la hoy Princesa de Asturias, tenía una prometedora carrera como periodista por delante cuando el Príncipe Felipe se cruzó en su camino, allá por el año 2002, con quien, pese a la contrariedad que en los sectores más conservadores causó el hecho de que la joven estuviese separada de su primer marido, logró casarse el 22 de mayo de 2004.
La Princesa de Asturias se ha convertido, al igual que el resto de futuras reinas, en uno de los miembros más populares y queridos de la Corona española.
Con sus hijas, Leonor y Sofía, está garantizada la línea de sucesión al trono de España..
Rania de Jordania, nacida en Kuwait en 1970 e hija de padres palestinos, ha roto moldes en el mundo árabe tras su boda en 1993 con el actual rey Abdalá II, creando incluso un canal en Youtube para desmontar los tópicos sobre el Islam, y convirtiéndose en un icono de elegancia entre las princesas del siglo XXI.
También rompió moldes e introdujo aire fresco a la monarquía marroquí la princesa Lala Salma, una joven de clase media e ingeniera informática que consiguió conquistar el corazón del rey de Marruecos Mohamed VI.
Charlene Wittstock es la siguiente llamada a las filas de este selecto grupo, en el que la ex nadadora sudafricana a buen seguro no desentonará, tanto por belleza y elegancia como por su sencillez, mientras que Kate Middleton aún no tiene fecha de ingreso, pero es de esperar que, tras más de ocho años de relación, el príncipe Guillermo de Inglaterra no se haga mucho de rogar.
Foto: Google
Efe/Cubalibre.com
Son jóvenes, guapas y modernas y a todas ellas les ha correspondido el honor de ser las princesas del siglo XXI y futuras reinas. Juntas forman un distinguido club y, lo quieran o no, son las auténticas responsables de la modernización de una institución enraizada en el pasado. Son el “lifting” de las monarquías.
Matilde, de Bélgica; Mette-Marit, de Noruega; Máxima, de Holanda; Mary, de Dinamarca; Letizia, de España; Victoria, de Suecia; y Rania, de Jordania. Todas ellas están llamadas a representar a sus respectivos países al frente de la Corona, al haber contraído matrimonio con jóvenes príncipes que han debido salvar las reticencias de sus padres por ver a los herederos casarse con plebeyas, aunque finalmente se han acabado convenciendo de que las monarquías también deben evolucionar y modernizarse al compás de los nuevos tiempos.
Tampoco para Victoria de Suecia, la única mujer heredera al trono de su generación, ha sido fácil su reciente boda con Daniel Westling, su entrenador personal, tardando casi ocho años en convencer a sus padres de que su amor por el joven era inquebrantable.
Precisamente, el enlace sueco fue la última cita real en la que se pudo ver al príncipe Alberto II de Mónaco con su novia, la ex nadadora sudafricana Charlene Wittstock, antes del anuncio de su boda en el verano del 2011.
Cuando se haya celebrado, el único príncipe heredero que quedará por pasar por el altar será Guillermo de Inglaterra, cuya novia, Kate Middleton, se prepara ya para convertirse en princesa después de ocho años de relación, eso sí, con alguna interrupción.
Los enlaces de las princesas del siglo XXI son la prueba más evidente de cómo han cambiado las cosas en las monarquías, en las que no hace tanto tiempo los matrimonios eran por conveniencia y no por amor, como los actuales.
Pero la mejor prueba de modernidad son ellas mismas. Casi todas las princesas actuales trabajaban antes de contraer matrimonio, como periodista (Letizia), responsables de ventas (Mary y Máxima), empleada de cafetería (Mette-Marit) o en grandes empresas como Citygroup o Apple (la reina Rania).
Al margen de Victoria de Suecia, Matilde de Bélgica es la única princesa heredera consorte de una casa reinante europea con ascendencia noble, al ser conde su padre, Patrich d’Udekem, y condesa su madre, Anna María Kmorowska.
No obstante, es precisamente esa condición plebeya la que más acerca a las princesas a sus pueblos y la que más populariza a la Corona, al sentir que cualquier joven puede estar llamada a convertirse en reina.
No es casual que todas las monarquías, sin excepción, hayan alcanzado sus máximas cotas de popularidad entre sus súbditos tras las bodas de sus herederos con jóvenes no emparentadas con la nobleza y otras casas reales.
Mary, Máxima, Letizia, Mette-Marit o Rania son las más queridas de las monarquías, muy por delante de sus esposos, los príncipes Federico, Guillermo, Felipe, Haakon Magnus o el rey de Jordania, Abdalá II.
Más de un quebradero de cabeza ha dado este hecho a las Casas Reales, aunque finalmente han tenido no sólo que aceptarlo sino asumir de buen grado que la simpatía, belleza, independencia y modernidad de estas jóvenes ha cautivado a sus respectivos pueblos como no lo ha sabido hacer ‘per se’ la propia institución
La primera que abrió el camino fue la nada convencional Mette-Marit, en 2001, al convertirse en princesa heredera de Noruega tras su boda con el príncipe Haakon Magnus.
El pasado de la joven, hija de padres divorciados y madre soltera tras su unión con un joven que estuvo preso por vender cocaína, no ayudó, aunque finalmente la pareja se casó en la catedral de Oslo -la primera boda real del siglo XXI- y tienen dos hijos en común.
Tampoco para Máxima Zorreguieta fue fácil su camino hacia su boda con el príncipe Guillermo de Holanda, en este caso por la controversia que causó el hecho de que su padre, Jorge Horacio Zorreguieta, fuese un ministro de la dictadura militar argentina de Jorge Videla.
Pero las reticencias iniciales del pueblo holandés se han tornado en simpatía y aprecio hacia Máxima, quien con su carácter alegre, su perfecta adaptación a las costumbres del país y su dominio del neerlandés se ha ganado el aprecio de todos.
Mary Elisabeth Donaldson, nacida en 1972 en Tasmania (Australia), fue la que más fácil lo tuvo desde el principio, al no contar con un ningún “tachón” en su pasado, en el que, pese a estudiar Derecho, no ejerció de abogada sino de jefe de ventas para una agencia inmobiliaria de Sydney.
Letizia Ortiz, la hoy Princesa de Asturias, tenía una prometedora carrera como periodista por delante cuando el Príncipe Felipe se cruzó en su camino, allá por el año 2002, con quien, pese a la contrariedad que en los sectores más conservadores causó el hecho de que la joven estuviese separada de su primer marido, logró casarse el 22 de mayo de 2004.
La Princesa de Asturias se ha convertido, al igual que el resto de futuras reinas, en uno de los miembros más populares y queridos de la Corona española.
Con sus hijas, Leonor y Sofía, está garantizada la línea de sucesión al trono de España..
Rania de Jordania, nacida en Kuwait en 1970 e hija de padres palestinos, ha roto moldes en el mundo árabe tras su boda en 1993 con el actual rey Abdalá II, creando incluso un canal en Youtube para desmontar los tópicos sobre el Islam, y convirtiéndose en un icono de elegancia entre las princesas del siglo XXI.
También rompió moldes e introdujo aire fresco a la monarquía marroquí la princesa Lala Salma, una joven de clase media e ingeniera informática que consiguió conquistar el corazón del rey de Marruecos Mohamed VI.
Charlene Wittstock es la siguiente llamada a las filas de este selecto grupo, en el que la ex nadadora sudafricana a buen seguro no desentonará, tanto por belleza y elegancia como por su sencillez, mientras que Kate Middleton aún no tiene fecha de ingreso, pero es de esperar que, tras más de ocho años de relación, el príncipe Guillermo de Inglaterra no se haga mucho de rogar.
Foto: Google
¿No habia una reina cubana en Europa?
ResponderEliminarJoaquín, agradezco mucho tu observación. En efecto, La primera en abrir esta racha de "plebeyas" en los tronos de Europa fue una cubana, María Teresa Mestre, quien conoció al hoy Gran Duque de Luxemburgo siendo ambos estudiantes en la misma universidad europea. Como allí el soberano no se llama rey, ella tampoco ostenta el título de "reina" sino el de Gran Duquesa, pero a los efectos viene a ser lo mismo.
ResponderEliminarDisculpa la demora en agradecer tu comentario, pero actualmente no tengo un acceso fácil a Internet.
Saludos,
Lola