8 de agosto de 2010


Memorias de la radio cubana
( II )

Perla Cartaya Cotta
Palabranueva.org

Pudiera pensarse que la nación empezaba su “era radial” con el pie derecho, como diría cualquier cubano optimista, ante el deslumbramiento de poder oír lo que no veía. Pero aquí, como en cualquier país, su vida dependerá de los comerciantes e industriales que compren horas de transmisión, con programas aprobados por ellos; y mensajes comerciales que ayuden a vender sus productos; claro que eso les permitirá ganarse la vida a actores, locutores y técnicos.

Es cierto que la inestabilidad de la vida republicana, con sus altas y bajas y sus rejuegos políticos, le imponen a la radiodifusión cubana la aparición de los “periódicos del aire”, y las horas políticas –lo cual no me parece mal–, entre ellas, la dominical de Eduardo Chibás y la del periodista José Pardo Llada, diariamente, a la una de la tarde, cuyo lema: “Rompamos el pacto infame de hablar a media voz”, atraía a quienes se oponían al Gobierno.

Pero no faltaron los radioteatros con obras importantes de la literatura universal, las radionovelas y otros dramatizados que, en ocasiones, adaptaron al medio libros famosos: “Eduardo Casado […] Me ubicó en la Mil Diez de narradora de un programa a partir de las obras de Maupassant y de Somerset Maugham –evoca la actriz Tita Elvira Cervera–. Eran bellísimas narraciones escritas por Félix Pita Rodríguez...” (10) Siempre hubo programas dedicados a promover la música cubana en sus diversos géneros, ante la avalancha de ritmos foráneos.

En mi caso personal, cuando mi madre nos hablaba de la convulsa década del 30, decía que los reporteros radiales, cándidamente, se habían apresurado a dar una noticia que resultó falsa: la caída del machadato, ardid del gobierno para desatar la violencia contra el pueblo jubiloso que se lanzó a la calle, frente al Capitolio. Por mi parte, nunca olvidaré que en Camagüey la radio incurrió en el mismo error, al anunciar que “había aparecido el Comandante Camilo Cienfuegos”, palabras que provocaron tras el tremendo júbilo popular –la gente se abrazaba en las calles, las mujeres llorábamos de alegría, hubo hombres que detuvieron el auto para dar gracia a Dios en la vía pública–, la decepción y la tristeza cuando se rectificó más tarde la noticia.

Perla Cartaya Cotta
Palabranueva.org
Foto: Rita Montaner, Google
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