12 de abril de 2010


Crónicas de medio siglo

Lic Amelia M. Doval

Raúl Castro, un insignificante presidente que nunca dejará de ser un militar sin honores, supone gobernar una isla que está autodirigida por un pueblo autocensurado. Cincuenta años de criminal dictadura y silencio han dejado secuelas. Fidel Castro pudiera estar vivo o muerto, escribir o estar ausente, mostrarse en público o supeditar su existencia a la voz popular, el mundo sigue pensando que es él quien manda y sus teorías son aplaudidas aún cuando en la práctica jamás han dado resultados reales.

Otra descendiente de la saga de los Castros, la recién salida al mundo como escritora, Juanita Castro, muy oportunamente trató de mostrar una cara no conocida de su hermano menor: no importa en estos tiempos culpar a quien yace en lo oscuro si con ello se levanta la imagen del sucesor; pero de nada le valió, la torpeza de Raúl, su esencia militar que le impide pensar como civil, no le deja transgredir las normas y apostar por el cambio. La naturaleza humana se desvanece cuando observa la compleja actitud de quienes tratan de confundir, con un discurso sin grandes pretensiones, los verdaderos objetivos de quienes luchan por terminar con una histórica dictadura. Pedidos pacíficos que desvanecen la existencia del reclamante son catalogados oficialmente como “chantaje”; vuelvo a recurrir al diccionario, siempre he pensado que la mejor manera de demostrar la verdad es mostrando la mentira.

Coacción es sinónimo de chantaje, imposición, presión, violencia, amenaza; con sólo ver las imágenes de Carlos Fariñas quedan descartadas todas estas aserciones, un hombre sin armas, sin ropas prácticamente y sin fuerzas, no es la imagen de un ejército ni una organización que pone en peligro una nación.

El pueblo cubano no está extorsionando al general, ni siquiera lo ha despojado de sus bienes, sino todo lo contrario le ha proporcionado la buena vida que lleva solo, y en última instancia le están pidiendo humanamente que se mantenga en el poder, que juegue a ser presidente y pase a la historia como discípulo de Gorvachov; algunas transiciones para mejorar la vida de sus habitantes son las mayores exigencias que al precio de morir están tratando de solicitar.

Si jugamos con las mismas cartas le diríamos que el chantaje de su discurso se proyecta hacía lo criminal pues, entre negados trueques de pedidos silenciosos pueden dejar de existir los que han decidido no desmayar; de no estar en juego la vida de grandes y necesarios hombres, incluso sería risible su respuesta y mucho más si aún cuando algunos no lo puedan creer, la gran mayoría de la población desconoce a los que valientemente se dejan morir porque ellos vivan un poco mejor.

Otra muy apropiada aparición en público se la debemos al no menos utilizado Elián González; disculpemos su condición de joven pero no descartemos su compromiso como cubano, es demasiado pedir que un rostro mundialmente conocido se muestre años después adoptando la “revolución” como su verdadera doctrina; no es un estudiante normal, tranquilo, con aspiraciones lógicas, abierto a la tecnología mundial que nos daría la idea que se está preparando para otros tiempos; no, cuando lo vemos en su uniforme la señal nos llega, su convicción de cubano le exige defender el gobierno y desde su casi terminada infancia toma la decisión de unirse a las fuerzas castrenses. Nada está ajeno de un cálculo sutil, ni los sentimientos, ni los mensajes, ni las imágenes públicas: así piensan y actúan quienes por medio siglo se han sentido dueños de la isla.

Ya casi nadie recuerda a Pánfilo, aquel que en medio de su sobredosis alcohólica pedía comida; quizás le han matado el hambre o le han cerrado la boca. Los cubanos somos diferentes, el aire de mar nos limpia los malos recuerdos, la sal que gravita en el aire es el condimento indispensable para ponerle sazón a la vida, y así transcurren los años que sumados día a día hacen una existencia. Nadie menciona las carencias alimenticias y no es que mejorara el suministro, sino que le buscaron otra opción; en estos momentos recuerdo a Nitza Villapol y la pobre Margot, creando deliciosos platos sin nada que cocinar, poniendo al descubierto la magia de hacer batidos sin leche, fruta, ni batidora y en el peor de los casos sin electricidad (acomodados ingredientes de un chiste callejero). Así ha transcurrido y continúa su curso medio siglo de poder.

Sería bueno como dice la canción “decir basta y echar a andar”, ojalá, si como siempre pensé que Silvio Rodríguez dijo en su momento, (..) ojalá pase algo que los borre de pronto (..) y me disculpen si lo hago en plural, cada quien que asuma su postura, pero sólo limpiando el sustrato se desvanece el olor a miseria que emana del poder.


Es la crónica de un pueblo que conforma la mayoría de un país viviendo en la isla inventada por Julio Verne para su naufrago, marcando cada amanecer el tiempo vivido y buscando como alimentarse e inventar la existencia; confiemos que en el momento menos imaginado aparezca, como en los memorables filmes soviéticos el esperado Koniec; nunca entendimos muy bien la trama de la película, por qué lloraba o reía el protagónico, pero siempre ansiamos el final.

Lic. Amelia M Doval
4-7-10
Foto: http://www.contactomagazine.com
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