16 de enero de 2010


Regresos
Por Luis de la Paz

«Crónica de un regreso», el más extenso relato del libro «Regresos» (Isla Negra Editores, Puerto Rico, 2004), del escritor húngaro György (Georges) Ferdinandy (Budapest, 1935), es un estremecedor, patético y devastador texto, que retrata la vida de un exiliado que vuelve a su país de origen, tras varias décadas en el destierro.

Para poner en contexto ese cuento y el libro en general, hay que señalar que su autor sufrió en la adolescencia los horrores de la Segunda Guerra Mundial y la posterior instauración del comunismo en su país. Luego, en 1956, desafiante y rebelde, como ha de ser la juventud, formó parte de las revueltas populares que demandaban libertad. Aquel sueño fue aplastado brutalmente por las tropas soviéticas que invadieron Hungría. Por esas circunstancias Ferdinandy se vio forzado a partir al exilio. Vivió en Francia, España y luego en Puerto Rico donde ejerció como profesor. Estos necesarios antecedentes personales, canalizan muchas de las sutilezas y reflexiones que se leen en los cuentos de Regresos.

Ferdinandy es poseedor de una prosa impactante, que narra con minuciosos detalles lo que sucede, dándole cabida a una realidad desolada, que asimila con escalofriante serenidad y enfrenta con sutil ironía. El autor asume con naturalidad y consciencia plena, el desarraigo y la pérdida de identidad.

En el cuento Un ruiseñor dice: «Así eran tus padres. Dos extranjeros solitarios que juntaron sus vidas. Sin darse cuenta, de que esa tierra de exilio sería para ti la patria».

En El novio francés, un profesor regresa a su país y se siente fuera de lugar. «Yo tenía treinta y dos años, la edad en la que los poetas cuelgan sus alas y aprenden a caminar. Fue la primera vez que me dejaron volver a casa [...] Al cabo de once años, tuve, por fin, una visa de turista para visitar mi país».

En Colegas, ambientado durante la Guerra Fría, se entrelazan dos mundos antagónicos.

En el relato Crónica de un regreso, el del cierre, hay un triste aviso de que no hay regreso, que el exilio marca para siempre. El personaje de este texto se reencuentra con su madre que ya tiene 90 años. Hay oraciones sobrecogedoras: «Durante mucho tiempo creí que la mayor decisión de mi vida fue abandonar mi país [...] Hoy sé que irse no es nunca difícil... La gran decisión es la de volver [...] Volver es quizás imposible». O esta otra descripción que evoca la infancia: «Vuelvo a casa. El sol brilla, blanco, como en aquel invierno del 1945, cuando trepamos, mamá y yo, por sobre una montaña de cadáveres congelados, frente a la sinagoga”. Más adelante, recordando la invasión de 1956: “Brindamos por esos jóvenes muertos frente al Parlamento hace cuarenta años».

Con un reposado y sorprendente lenguaje que recuerda por la simplicidad en la exposición a Agota Krisftof y hasta a Imre Kertész, el Nobel húngaro, György Ferdinandy brinda un libro desolado que ha de tocar profundamente a aquellos que han vivido en el exilio. «A qué serviría andarse por las ramas! Cómo podría ser la obra de un autor que en su exilio, de ya cuarenta años, perdió no solamente sus compañeros y la esperanza, sino hasta sus instrumentos de trabajo, los idiomas que en su caminata trató de usar».

Luis de la Paz
DeLaPazL@aol.com

La Revista del Diario, Diario Las Américas
3 de enero de 2010
Ilustración: Google
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