11 de agosto de 2009

Del lobo un pelo

Oscar Peña

La ausencia de cambios y reformas --y no el imperialismo yanqui-- ha sido la causa de la improductividad cubana en estos cincuenta años y de las permanentes necesidades innecesarias. ¡Cuántas vidas y valores se han perdido en vano en todo este tiempo, sin posibilidad de explotar sus capacidades y talento! ¡Cuántos valiosos hijos de Cuba no andan regados por el mundo ante la realidad de que sus padres han envejecido llenos de frustración por el capricho de un hombre! Somos un pueblo enfermo de falta de esperanza, gris y erosionado de miles de sus retoños. Es penoso que al cabo de medio siglo esté Cuba ahora aspirando a las estructuras que teníamos antes. ¡Cuánto tiempo perdido!

Los cambios son tan vitales para Cuba que no importa si el que los impulsa se llama Raúl Castro, Ramiro Valdés o Mariela Castro. Son tan necesarios que aun tarde (si los hacen) se agradecen. Nuestro país es una fuente de capital humano y es criminal el freno de las fuerzas productivas de casi cuatro generaciones, sacrificadas para alimentar las exageradas ambiciones de poder y de liderazgo de Fidel Castro. Algún día los historiadores de la Isla --ya libres-- recogerán la verdad del atraso social, económico y político de Cuba en este medio siglo, señalando al número 1 de los Castro como el máximo culpable. También (todos los asesinos tienen aliados directos e indirectos) tendrían que recoger que el pueblo cubano tiene una alta porción de responsabilidad por ligereza social.

Ojalá las especulaciones de apertura --aun sólo económicas-- no sean para los cubanos una aspirina de verano y comiencen ya, pero la realidad es que Raúl Castro empezó con mucho entusiasmo y el policía mayor lo frenó. El general sucesor debe saber que todos los cubanos --dentro y fuera de Cuba-- lo percibieron así. Y una falta de resultados tangibles este año y los últimos discursos presentan un retroceso en vez de proceder a los cambios que la gran mayoría de la población desea. De ahí la multiplicación del desencanto nacional.

Recientemente Raúl Castro ha expresado en un discurso de clausura de la primera sesión parlamentaria del 2009: ``A mí no me eligieron presidente para restaurar el capitalismo en Cuba ni para entregar la revolución; fui elegido para defender, mantener y continuar perfeccionado el socialismo, no para destruirlo''. Esa afirmación obliga a preguntar: ¿quién eligió a Raúl Castro? Y también obliga a aclarar que la alternativa de los cubanos no es entre comunismo y capitalismo salvaje. La alternativa es entre democracia o totalitarismo, incluso entre autoridades vitalicias o socialismo democrático. Póngase esa elección ante el pueblo y si gana la democracia entonces el Partido Comunista Cubano no podrá ser ya más el rector absoluto de la vida de Cuba, sino un partido más entre varios en una nueva Constitución que recoja en sus postulados que en Cuba caben todos sus hijos y que el sol sale para todos. Siempre pregunto: ¿por qué no podemos tener los cubanos, como otros pueblos, educación, salud pública y libertad?

Oscar Peña. El Nuevo Herald, edición de agosto 11, 2009.

1 comentario:

  1. Estoy de acuerdo con mucho de lo que expresa Oscar Peña en este comentario y por ello le doy cabida. Sin embargo, se distorsiona la realidad al culpar solamente a Fidel Castro del ostentoso fracaso de la revolución.

    Para continuar echando mano a refranes populares como el que encabeza el comentario de Peña, se me ocurre decir que «tanta culpa tiene el que mata la vaca como el que le sujeta la pata». Y Raúl, Ramiro Valdés y tantos otros, fueron igualmente culpables. Me resulta humillante agradecerles ahora una dádiva de libertad a quienes, cubiertos por la egomanía y la maldad de Fidel, destruyeron al país y despojaron a nuestro pueblo de libertad y esperanza.
    Ana Dolores García-

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