12 de agosto de 2009

El Parlamento Húngaro
Budapest

Ana Dolores García

Llegar a Hungría a través de Austria no nos produjo muy buena impresión. Al contrario, nos pareció que habíamos arribado a un país del tercer mundo. Fue una parada breve, la imprescindible parada hidráulica, la de ir a los baños y comprar una botella de agua. Ya nos habían avisado: el agua del grifo en Austria se puede tomar, pero esto no debe hacerse en los otros países que íbamos a visitar. También debíamos cambiar nuestros dólares o euros en moneda local: los forintos. Para dar una idea de su valor, hay que aclarar que se necesitan unos 240 forintos para completar un euro.

Nadie nos preguntó quiénes éramos al cruzar por aquella frontera invisible, sin alambres de púas ni garitas, bien distinta de la que separara ambos países durante los años de la postguerra hasta 1980.

Forintos en mano, nos dispusimos a hacer la cola para el baño. Una anciana que parecía muda recogía forintos. Empezamos a darnos cuenta que no era muda cuando vio que no todas las que estábamos en línea depositaban forintos en su plato. A la pobre, por su edad y su lucha en el conteo de forintos, tampoco le quedaba mucho tiempo para asear los baños.

Proseguimos el viaje. Las autovías son de igual calidad que las de Austria y se fue mejorando nuestra primera impresión sobre Hungría. La llanura húngara, que asiste a los estertores de los Alpes y al nacimiento de los Cárpatos, se nos mostró fértil y cultivada y, unas dos horas atravesándola desde que dejáramos Austria, nos permitieron llegar a Budapest.

A Budapest la llaman «la Perla del Danubio» y en realidad lo es. Es el mismo Danubio que todos identificamos con Viena y que también engalana a Bratislava, pero que aquí tiene algo especial discurriendo entre dos ciudades que lo acarician y embellecen: Buda y Pest. El Danubio en medio de ellas, ancho y sereno, sus aguas sirviendo de espejo al majestuoso edificio del Parlamento Húngaro, en Pest, y al no menos majestuoso Castillo Real -o a las agujas de la iglesia de Matías- en las colinas de Buda. Pero de Buda y de Pest hablaré en otro comentario futuro.

Texto y foto:
Ana Dolores García


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