Alan Gross,
el anzuelo que terminó
siendo tragado
Yoani Sánchez, La Habana
Con ese pesimismo que se ha
vuelto ya crónico en nuestra sociedad, muchos cubanos pensábamos que Alan Gross
sólo lograría salir de Cuba "con los pies por delante", en una imagen
alusiva a un desenlace fatal. La terquedad que ha mostrado el Gobierno cubano
en sus relaciones con Estados Unidos, no presagiaba una solución a corto plazo
para el contratista. Sin embargo, este miércoles ha sido canjeado por tres
espías cubanos presos en Estados Unidos, con lo que se cierra un largo y
complicado capítulo político para ambas partes.
Gross sólo era de utilidad
vivo y su salud se deterioraba muy rápidamente. Y eso lo sabía muy bien Raúl
Castro. De ahí que en los últimos meses le aumentara los decibeles a la
propuesta de intercambiarlo por el agente Antonio Guerrero y los oficiales
Ramón Labañino y Gerardo Hernández que cumplían largas condenas en cárceles del
vecino del Norte. En la medida que el contratista de 65 años enflaquecía y perdía
la vista, las campañas oficiales insistían más en el canje. Cuando Gross
amenazó con quitarse la vida, las alarmas se dispararon en el Gobierno de la
Isla y el cronograma de la negociación se aceleró.
Barack Obama, por su parte,
tenía claro que cualquier cambio en la política hacia La Habana se encontraría
ante el obstáculo insalvable de un estadounidense preso por "amenazas a la
seguridad del Estado". Ya el propio The New York Times había
sugerido el intercambio en uno de sus editoriales sobre Cuba, y la publicación
del texto en tan prestigioso diario fue leída como un adelanto de lo que
ocurriría. Como en todo juego político, sólo veíamos una parte, mientras en los
entresijos del poder se ataban los hilos del acuerdo que hoy acaba de hacerse
público.
Para quienes conocemos los
mecanismos de presión que utiliza la Plaza de la Revolución hacia sus
contrincantes, la propia captura de Gross queda como una jugada dirigida a
recuperar a los agentes del Ministerio del Interior. El contratista no fue
arrestado tanto por lo que hacía, sino por lo que se podría lograr con él. Era
un simple anzuelo y estaba consciente de ello desde el principio. Su delito no
radicaba en haberle traído un equipo de conexión satelital a Internet a la
comunidad judía cubana, sino en llevar en su bolsillo un pasaporte que lo
convertía de inmediato en una pieza de cambio en el tablero de las tensas
relaciones bilaterales entre Washington y La Habana.
Si se revisan los cinco años
de cautiverio padecidos por Gross, se verá un estudiado guión informativo con
que el Gobierno cubano ayudó a presionar a la administración Obama. Cada imagen
que salió a la luz pública, cada visitante al que se le permitió verlo, fueron
autorizados con la única condición de que reforzaran la tesis del canje. De esa
manera el castrismo ha terminado por salirse con la suya. Ha logrado
intercambiar a un hombre pacífico, enrolado en la humanitaria aventura de
proveer conectividad e información a un grupo de cubanos, por agentes de
inteligencia que causaron daño significativo y dolor con su accionar.
En el juego de la política
los totalitarismos logran imponerse a las democracias, porque controlan la
opinión pública al interior de sus países, determinan los resultados legales a
su antojo y pueden mantenerse tres lustros gastando los recursos de toda una
nación en aras de liberar a sus topos enviados al terreno del adversario. Las
democracias, sin embargo, terminan por ceder porque tienen que darle respuestas
a los suyos, vivir con una prensa incisiva que le reprocha a los gobernantes el
tomar o no tomar ciertas decisiones y porque están obligadas a hacer todo lo
posible por llevar sus muertos y sus vivos de vuelta a casa.
El castrismo ha ganado,
aunque el resultado positivo es que Alan Gross ha salido con vida de una
prisión que amenazaba con convertirse en su tumba. Ahora, nos esperan largas
semanas de vítores y consignas, en las que el Gobierno cubano se proclamará
vencedor de su última batalla. Pero no hay espacio en el panteón nacional para
tanto héroe que respira y, poco a poco, los recién llegados agentes irán
perdiendo importancia y visibilidad. Empezará a desteñirse el mito que les
labraron en la distancia.
Eliminado el principal
obstáculo para el restablecimiento de relaciones, sólo falta saber cuál será el
próximo paso. ¿Planea el Gobierno cubano otro movimiento para volver a estar en
posición de fuerza con el Gobierno de Estados Unidos? O por esta vez todas las
cartas han quedado sobre la mesa, ante los cansados ojos de una población que
presiente que el castrismo volverá a ganar también la próxima jugada.
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