30 de agosto de 2013

Downton Abbey


 
Downton Abbey


Marlene María Pérez Mateo

Don Luis Carbonell, el acuarelista de la poesía antillana, con su  ancestral sabiduría planteó en una de sus entrevistas la necesidad de proporcionar al público programas televisivos de calidad, pues según él, la teleaudiencia aprende y crece con lo que se le da. Julian Fellowes, guionista británico, parece haber hecho de tan acertada afirmación  su bandera con la creación  de una serie de época ambientada en la Inglaterra de principios del siglo XX bajo el título “Downton Abbey”. 

Son fácilmente comprensibles los escollos para lograr dicho empeño. No es creíble apostar por algo así, no porque falte calidad, más bien por lo contrario y de ello por la sospecha de poder resultar poco lucrativo. La baja en la calidad argumental y de todo tipo en la oferta televisiva  a nivel global trae a pensar, por lo común, en un buen proyecto como sinónimo de un buen fracaso. Mas hubo quien se arriesgó y PBS ha dado a la luz algo imperecedero. Acuden a probarlo el número de seguidores, contados por millones, los cuantiosos premios y una saga que va ya hacia la cuarta temporada.

 “Downton Abbey” arribó a la pantalla chica de mi casa en las manos de la actriz Angela Lansbury (Jessica Fletcher), como anfitriona de la presentación de la serie para el canal 21 de la televisión pública. La invitación fue elocuente y cautivadora. Con tal “luz verde”, por varias noches la abadía de Downton, y en ella la familia Gramham y co-protagonistas nos unieron a la mancuerna de  sus seguidores. Cuenta decir, por ese tiempo en el que discurre la novela, nacieron o vivieron su infancia mis abuelos y los de su generación.

Tuvo su génesis el guión en una realidad vivida entre aproximadamente 1880-1890. Dicho hecho consistió en la existencia de las nombradas “Bucaneras”. Vocablo este heredado de la lengua caribeña arawak, con el significado inicial de “pedazo de leño de madera usado para ahumar carnes, preferentemente de manatí”, y usado en  el siglo XVII  para identificar a los ingleses, franceses y holandeses, asaltantes y saqueadores de los navíos españoles en la época colonial.

Contaban tales personajes con el “reconocimiento” de la corona británica, a la cual entregaban un por ciento del botín  y posteriormente se les otorgaba el título nobiliario de “marqués”. La versión femenina de dichos personajes recayó siglos después en mujeres jóvenes norteamericanas esencialmente de la costa noreste de América a las cuales acompañaba una inmensa fortuna a manera de dote, en disposición de unirse en matrimonio con familias inglesas nobles y en total bancarrota económica.

 Era una especie de agencia matrimonial en acción, descrita por Edith Warton en su libro de 1937 “The Buccaneers”. El destino de dichas muchachas fue el detonante en la concepción en la ficción  del matrimonio de los Condes de Granthan, siendo el personaje de Cora  una de las jóvenes “casaderas”.  Fellowes, el guionista, se sumergió en los diarios y estilo de vida de los antepasados aristocráticos de su familia política. Todo ello con un elenco de jóvenes y viejos actores con sobrado talento e inteligencia. El uso de una escenografía viva y real (el Castillo de Highclere, habitado por la familia Herbert, Condes de Carnarvon), y  un vestuario, maquillaje y peluquería a la altura del proyecto, han ido sumando elementos para un tiempo narrativo acompasado. El uso de tramas y sub-tramas dentro de un equilibrio concebido con sumo cuidado.

Aunque no excepto de errores, “Downton Abbey” tiene como protagonista a una historia dicha  con elegancia. Esperemos ahora la cuarta temporada.

Marlene María Pérez Mateo
Agosto 24, 2013   
Elizabeth, New Jersey  

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