Downton Abbey
Marlene María Pérez Mateo
Don Luis Carbonell, el acuarelista de la poesía
antillana, con su ancestral sabiduría
planteó en una de sus entrevistas la necesidad de proporcionar al público
programas televisivos de calidad, pues según él, la teleaudiencia aprende y
crece con lo que se le da. Julian Fellowes, guionista británico, parece haber
hecho de tan acertada afirmación su
bandera con la creación de una serie de
época ambientada en la Inglaterra de principios del siglo XX bajo el título
“Downton Abbey”.
Son fácilmente comprensibles los escollos para
lograr dicho empeño. No es creíble apostar por algo así, no porque falte
calidad, más bien por lo contrario y de ello por la sospecha de poder resultar
poco lucrativo. La baja en la calidad argumental y de todo tipo en la oferta
televisiva a nivel global trae a pensar,
por lo común, en un buen proyecto como sinónimo de un buen fracaso. Mas hubo
quien se arriesgó y PBS ha dado a la luz algo imperecedero. Acuden a probarlo
el número de seguidores, contados por millones, los cuantiosos premios y una
saga que va ya hacia la cuarta temporada.
“Downton
Abbey” arribó a la pantalla chica de mi casa en las manos de la actriz Angela
Lansbury (Jessica Fletcher), como anfitriona de la presentación de la serie
para el canal 21 de la televisión pública. La invitación fue elocuente y
cautivadora. Con tal “luz verde”, por varias noches la abadía de Downton, y en
ella la familia Gramham y co-protagonistas nos unieron a la mancuerna de sus seguidores. Cuenta decir, por ese tiempo en
el que discurre la novela, nacieron o vivieron su infancia mis abuelos y los de
su generación.
Tuvo su génesis el guión en una realidad vivida
entre aproximadamente 1880-1890. Dicho hecho consistió en la existencia de las
nombradas “Bucaneras”. Vocablo este heredado de la lengua caribeña arawak, con el significado inicial de
“pedazo de leño de madera usado para ahumar carnes, preferentemente de manatí”,
y usado en el siglo XVII para identificar a los ingleses, franceses y
holandeses, asaltantes y saqueadores de los navíos españoles en la época
colonial.
Contaban tales personajes con el “reconocimiento” de
la corona británica, a la cual entregaban un por ciento del botín y posteriormente se les otorgaba el título
nobiliario de “marqués”. La versión femenina de dichos personajes recayó siglos
después en mujeres jóvenes norteamericanas esencialmente de la costa noreste de
América a las cuales acompañaba una inmensa fortuna a manera de dote, en
disposición de unirse en matrimonio con familias inglesas nobles y en total
bancarrota económica.
Era una
especie de agencia matrimonial en acción, descrita por Edith Warton en su libro
de 1937 “The Buccaneers”. El destino de dichas muchachas fue el detonante en la
concepción en la ficción del matrimonio
de los Condes de Granthan, siendo el personaje de Cora una de las jóvenes “casaderas”. Fellowes, el guionista, se sumergió en los
diarios y estilo de vida de los antepasados aristocráticos de su familia
política. Todo ello con un elenco de jóvenes y viejos actores con sobrado
talento e inteligencia. El uso de una escenografía viva y real (el Castillo de
Highclere, habitado por la familia Herbert, Condes de Carnarvon), y un vestuario, maquillaje y peluquería a la
altura del proyecto, han ido sumando elementos para un tiempo narrativo
acompasado. El uso de tramas y sub-tramas dentro de un equilibrio concebido con
sumo cuidado.
Aunque no excepto de errores, “Downton Abbey” tiene
como protagonista a una historia dicha
con elegancia. Esperemos ahora la cuarta temporada.
Marlene
María Pérez Mateo
Agosto 24, 2013
Elizabeth, New Jersey
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