Los Sanjuanes del Siglo XX
Ana Dolores García
Las volantas y quitrines fueron desapareciendo
paulatinamente de nuestras adoquinadas calles con la llegada del progreso.
Surgieron entonces los “auto” coches Victoria, capaces de moverse sin necesidad de caballos y luego aparecieron los Ford, con sus fuelles plegables que los hacían vehículos idóneos para los desfiles sanjuaneros de comienzos de siglo.
Surgieron entonces los “auto” coches Victoria, capaces de moverse sin necesidad de caballos y luego aparecieron los Ford, con sus fuelles plegables que los hacían vehículos idóneos para los desfiles sanjuaneros de comienzos de siglo.
En los años de vacas
gordas la alegría sanjuanera se multiplicaba al compás de los sonidos de las monedas que tintineaban
en bolsillos y faltriqueras. En aquellos paseos de entonces las damiselas
camagüeyanas, estrenando serpentinas y
confetis, comenzaban a lanzarlas y recibirlas de sus admiradores callejeros. Todo
un derroche de colores y del buen disfrute, en unos desfiles en los que la
presencia femenina era lo que más se celebraba.
Las carrozas empezaron a incorporarse a la festiva
caravana -generalmente nocturna-, patrocinadas
principalmente por industrias,
ya fueran locales o nacionales, en las que entre cisnes o flores de cartón y
bombillas de colores paseaban su belleza la elegida reina del carnaval, (como ya también
se oía nombrar a los festejos sanjuaneros), las damas de su corte, la reina
infantil (que también la había) y otras
reinas de sociedades o barrios. Estos desfiles se celebraban los sábados y
domingos o en las señaladas fechas del propio día de San Juan o el de San Pedro,
que marcaba el cierre de los festejos.
La longitud del “paseo” se fue alargando y se
extendió
hasta incluir las dos grandes avenidas que enmarcan la ciudad, las llamadas de la Caridad y de Los Mártires. Las carrozas empezaron a verse acompañadas por camiones que cubrían su aspecto proletario con hojas de palma y otros adornos, y a los que se subían indistintamente muchachas y jóvenes en franca camaradería exteriorizando su alegría con sus cantos.
No faltaban tampoco las rudimentarias “planchas”, tan comunes en nuestro pasado, que tiradas por un caballo servían para el transporte rústico de mercancías dentro del pueblo, y en estas noches se veían también adornadas de ramaje verde y cargadas de juventud. A carrozas, camiones y planchas se fueron incorporando las comparsas, genuinas réplicas de las comparsas habaneras, compuestas por parejas de jóvenes que avanzaban danzando elegantemente al ritmo de su música, y que eran patrocinadas por distintas sociedades de la comunidad.
hasta incluir las dos grandes avenidas que enmarcan la ciudad, las llamadas de la Caridad y de Los Mártires. Las carrozas empezaron a verse acompañadas por camiones que cubrían su aspecto proletario con hojas de palma y otros adornos, y a los que se subían indistintamente muchachas y jóvenes en franca camaradería exteriorizando su alegría con sus cantos.
No faltaban tampoco las rudimentarias “planchas”, tan comunes en nuestro pasado, que tiradas por un caballo servían para el transporte rústico de mercancías dentro del pueblo, y en estas noches se veían también adornadas de ramaje verde y cargadas de juventud. A carrozas, camiones y planchas se fueron incorporando las comparsas, genuinas réplicas de las comparsas habaneras, compuestas por parejas de jóvenes que avanzaban danzando elegantemente al ritmo de su música, y que eran patrocinadas por distintas sociedades de la comunidad.
Nuestro sanjuan-siglo-veinte
no quiso renunciar a dos genuinos modos de
diversión que provenían de los siglos anteriores: los clásicos ensabanados descritos por El Lugareño y
que son ya característicos de nuestros carnavales, y las populares congas,
reminiscencia de esa herencia omnipresente de cultura africana que permea
nuestra sociedad. Ensabanarse y “meterse”
en una conga fue algo muy practicado, divertido y conveniente en las noches de entresemana.
Para las congas se comenzaban a calentar los tambores
desde semanas antes, en las que su ritmo acompasado y monótono se escuchaba
noche a noche en los barrios periféricos, el más afamado de todos, el de
Bedoya. Cada año se repetían los mismos
sones: “Somos los comandos, lo que sea…” o “Tú que me decías que Yayabo no salía más…”
Poco antes de mediar el siglo comenzaron a
decorarse calles y barriadas, tal como en los años del primitivo sanjuan. Se
engalanaban con papeles satinados de todos colores, hojas de arecas o palmas de
coco, se sacaban las radios a las aceras, se elegía una reina de la cuadra y se
hacía fiesta.
A esto mucho contribuyó la animación prestada por un periodista y locutor, Juan B. Castrillón, conocido cariñosamente como Don Pancho, a través de la emisora CMJK y su programa “La Hora Selecta Social” trasmitida al mediodía. El propio Don Pancho se personaba en las noches en distintas cuadras y prestaba su colaboración para la coronación de las reinas electas, y sostenía un concurso para premiar la cuadra mejor engalanada.
A esto mucho contribuyó la animación prestada por un periodista y locutor, Juan B. Castrillón, conocido cariñosamente como Don Pancho, a través de la emisora CMJK y su programa “La Hora Selecta Social” trasmitida al mediodía. El propio Don Pancho se personaba en las noches en distintas cuadras y prestaba su colaboración para la coronación de las reinas electas, y sostenía un concurso para premiar la cuadra mejor engalanada.
Realmente no sé cuando empezaría esta tradición,
pero en el sanjuan camagüeyano del siglo veinte no faltaron las “sogas”.
Mayormente esto sucedió cuando la mayoría de sus calles eran de tierra, porque
ello dificultaba el tránsito rápido de vehículos. Las “sogas” eran precisamente
eso, sogas sostenidas por muchachos (y a veces hasta mayores) de un lado a otro
de la calle que impedían el paso a los vehículos para pedir alguna contribución
(aunque ésta fuera de “quilos”) para la “olla”. Y la “olla” era donde hacían el
ajiaco en plena calle para despedir el sanjuan (enterrar y llorar a San Pedro).
Se disfrutaba también en las sociedades, en todas.
En las exclusivas y en las más modestas, en todas. Tennis Club, La Popular, el
Ferroviario, el Atlético, La Colonia Española, Maceo, Victoria…. en todos esos
locales había bailes para que sus socios celebraran el sanjuan.
En la segunda mitad del siglo, con el arribo del
gobierno castrista se han querido mantener las mismas tradiciones y las fiestas
sanjuaneras se celebran con carácter oficial “para el pueblo”, como si en las
de años anteriores no hubiera habido participación popular.
Las múltiples escaseces que han caracterizado estas décadas han difumado el esplendor que tuvieron en épocas anteriores. El ajiaco se ha convertido en caldosa, las rumberas con traje de cola bailan ahora en bikinis. El pueblo se divierte de todos modos. Es natural aunque no se trate de un circo. Porque a falta de pan, hay mucha cerveza mientras duren estas dos semanas de fiesta.
Las múltiples escaseces que han caracterizado estas décadas han difumado el esplendor que tuvieron en épocas anteriores. El ajiaco se ha convertido en caldosa, las rumberas con traje de cola bailan ahora en bikinis. El pueblo se divierte de todos modos. Es natural aunque no se trate de un circo. Porque a falta de pan, hay mucha cerveza mientras duren estas dos semanas de fiesta.
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