Memorias del Período Especial:
La Colección
Por Alejandro Rodríguez*
Cuando se reúne una familia cubana, en
cumpleaños, bodas o tomadera sin
motivo definido, aflora siempre el recuerdo del picadillo de cáscara de
plátanos y el baño con un trapo untado en alcohol del Período Especial. De
aquella época es también “la colección”. Y cualquiera puede pensar que
coleccionar es un comportamiento natural del homo ludens, [el hombre que
juega], pero la colección cubana es única, épica, lírica, y sin duda alguna,
parte de ese patrimonio cultural escasamente documentado de los momentos más
jodidos de la historia de esta nación.
Aquí la gente siempre tuvo hábito guardador de
tarecos, de modo que ese Trastorno
Obsesivo Compulsivo de preservar sellos de cartas, monedas antiguas y/o de
remotas regiones, chapas de autos extranjeros, chapitas de cervezas, fósforos y
cualquier bobería en general, avalado como no patológico por los sicólogos, no
llegó con las carencias de la década del 90. Hasta hace poco en muchas casas
por ahí podían verse colecciones de botella de Coca Cola y de cuanta marca
nueva comenzara a entrar al país.
Descubriendo un nuevo mundo
Sin embargo, la moda de la colección en el sentido que hoy le damos la mayoría de quienes vivimos aquella furia, sí fue algo novedoso en Cuba, a juzgar por el hecho de que hasta los viejos coleccionaron. La colección cubana no fue entonces solo cosa de niños y adolescentes sin TV; las personas adultas también tenían sus propias etiquetas de pitusas Zingaro, estuches de nylon de chocolates Sapito, o de jabones Sue, o de Zap (que se pegaban a la piel como tatuajes luego de una untada de alcohol de la tienda).
Lo lindo del caso no es que se guardaran todas estas porquerías de latón de basura de hotel, lo cual es ya de por sí bastante lindo; más curioso es recordar ahora como se olían los estuches y etiquetas, como si se oliera el perfume de Jean Baptiste Grenouville, el personaje diabólico de Patrick Susking; como si el aroma sicodélico de lo hecho fuera de la URRS nos descubriera un nuevo mundo de sensaciones ignotas y deseables.
Las prendas coleccionables, pronto adquirieron valor comercial, y la gente las vendía, las cambiaba y no pocos niños del Período Especial recibieron su primer trompón durante a una vendetta por un Triunfo (estuche dorado de galletas dulces). Se ponían en álbumes, y se contaban y clasificaban, quien tuviera más y más bonitas iba delante en la inocente competencia. Los domingos por las mañanas, cuando se acababa el show de Pocholo y su pandilla, salíamos a la calle con los álbumes de estuches y etiquetas a mercantilizar lo inaudito, a darle valor a la miseria y a hacer vida social con ella. Quien no tenía álbum ponía sus valores entre las páginas de un libro de Fidel y la Religión, o en un Atlas General.
Cristalitos y agua con azúcar
Yo, además, coleccioné cristalitos de colores, y piedras que brillaban al sol. Y en mi adolescencia conocí un retrasado mental famoso que coleccionaba botones y andaba descalzo por la tierra colorada: no recuerdo su nombre, pero sí que habitaba en una comunidad del municipio Sierra de Cubitas llamada Navarro, y que presumía de poderse comer de un solo viaje dos coles (repollos) hervidos, y beberse un jarro de cinco libras lleno de agua de azúcar. Había un hambre del car ajo en aquel lugar, como en casi todos.
Ya más recientemente, adquirí un adoquín camagüeyano que fue arrancado del lugar de donde estuvo por más de cien años por los “embellecedores” autorizados de la ciudad, de modo que la colección la llevo en las venas, no la puedo evitar, como tampoco se deja evitar el recuerdo de aquellos tiempos de miseria tremenda siempre que uno ve por ahí alguna escena que los repite. El hecho de que entonces fuéramos niños nos ayuda a recordarlo con memoria sensorial, no con la otra, que siempre se presta a modificarlo todo.
Y ahora puede usted sonreír y pensar: ¡qué cosa con las cosas del Período Especial! Pues bien, yo estoy seguro que dentro de algunos lustros alguien, quizás usted mismo, sonreirá y pensará: qué cosa con la miseria aquella del internet: ¿te acuerdas, mengano, cuando pagábamos dos dólares para chatear una hora?
A mí me parece que por cuestiones sicosociales equiparables, en cierto sentido, a las teorías locas de Einstein, uno cree que en algún punto se acabó la colección en Cuba, que se acabó el Período Especial, el duro, el de verdad.
Sin embargo la colección cubana está lejos de ser
cosa del pretérito, simplemente ha mutado, como mismo mutan esos parásitos
indeseables que habitan en lo más profundo del intestino de un animal carnívoro
que camina sin encontrar presa en medio de la sequía. Todavía para mucha gente
una latica de cerveza Bucanero, por lejana y desconocida, es algo muy bonito y
merecedor de ocupar el espacio preferencial de encima del TV Panda de la sala
de su casa.
*Periodista cubano residente en Camagüey. Tomado
de su blog Alejo3399
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