El Pelé, el santo gitano
ejecutado por su fe,
durante la guerra civil española
Israel Viana, ABC, Madrid
04/05/2013
Son muy
pocos los gitanos que, por unas razones u otras, alcanzaron cierta notoriedad
durante l Guerra civil española, y ciertamente el estudio de su papel en el
trágico periodo comprendido entre el 36 y el 39 es muy escaso. Apenas
encontramos un par de estudios al respecto y el recuerdo de algún personaje
como el pintor anarquista Helios Gómez. Pero en este océano de oscuridad destaca un
hombre que trascendió las fronteras del tiempo hasta el punto de que tal día
como hoy de 1997, Juan pablo II le convirtió en el único gitano beatificado en la
historia del Iglesia. Su nombre: Ceferino
Giménez Malla, alias «El Pelé».
«Su vida muestra cómo Cristo está presente en los
diversos pueblos y razas y que todos están llamados a la santidad, la cual se
alcanza guardando sus mandamientos y permaneciendo en su amor», dijo el Papa en
su homilía de mayo del 97.
A diferencia de Helios Gómez, que llegó a ser un
miembro importante del Partido
Comunista, «El Pelé» no era más que un simple comerciante marcado
profundamente por la religión católica. Había nacido en Fraga (Huesca) un 26 de agosto de 1861, fiesta de San Ceferino Papa, de quien tomó el
nombre, y vivió siempre, al igual que su humilde familia, profesando la ley
gitana tanto en su formación como en el desarrollo de su vida.
Tras pasar su infancia recorriendo los caminos
montañosos de la región, dedicado a la venta ambulante de los cestos que él
mismo fabricaba con sus manos, se casó muy joven al estilo gitano con una
muchacha de Lérida. Fue después de aquello cuando comenzó a frecuentar la
iglesia, hasta el punto de que, en 1912, decidió regularizar su matrimonio con
«su Teresa» según el rito católico.
Cuentan que había pocos hombres tan honrados como
él, y como tal, era igualmente querido por payos y por gitanos, quienes acudían
a él para solucionar sus conflictos por su prudencia y sabiduría. Y el dinero
que ganó después como tratante en la compraventa de mulas por las ferias de la
región, lo ponía en no pocas ocasiones a disposición de los más pobres.
Cuando en
una ocasión fue acusado de robo y encarcelado, en el juicio en el que fue
declarado inocente su abogado llegó a decir de él: «El Pelé no es un ladrón, es
san Ceferino, patrón de los gitanos».
Pasó su vida hasta la Guerra Civil entre
las misas diarias, el rezo cotidiano del santo rosario y su dedicación por la
catequesis de los niños, a quienes contaba pasajes de la Biblia y les enseñaba
las oraciones y el respeto a la naturaleza, y era miembro además de diversas
asociaciones religiosas como los Jueves eucarísticos, la Adoración nocturna,
las Conferencias de San Vicente de Paúl o la Tercera Orden Franciscana.
Pero luego vino la guerra, que todo lo arrasó, y a finales de 1936, viviendo en Barbastro,
fue arrestado por un grupo de milicianos por salir en defensa de un joven
sacerdote que estaba siendo golpeado a culatazos y arrastrado por las calles de
la localidad oscense para llevarlo a la cárcel. Y por si fuera poco, «el Pelé»
llevaba un rosario en el bolsillo que fue la gota que colmó el vaso para los
milicianos.
Fue aquí
donde empezó su calvario, ya que fue condenado a muerte, y de la que no le
salvó ni su amistad con don Florentno Asensio Barroso, obispo de Barbastro, a
quien conocía de las reuniones clandestinas que organizaban por la Adoración
nocturna en casa del obispo, forjando una amistad nada corriente entre un
obispo y un gitano, que les auguró el mismo final y casi el mismo día.
Cuando «El
Pelé» salió en defensa del joven sacerdote, sabía que aquello podía costarle la
vida. Al igual que el cotidiano gesto de llevar un rosario consigo. Los
milicianos le ofrecieron el indulto si renegaba de sus creencias católicas y
entregaba el rosario, pero su fe era más grande y prefirió permanecer en la
prisión y afrontar el martirio. Seguramente habría podido salvarse entregando
su rosario a un miliciano amigo que quería ayudarle, pero tampoco aceptó.
En la madrugada del 8 de agosto de 1936, fue
fusilado junto a las tapias del cementerio de Barbastro, con el rosario en la
mano, mientras gritaba: «¡Viva Cristo
Rey!».
Su beatificación le convirtió en el primer gitano
que alcanza la gloria de los altares en la historia de la Iglesia. Y aquel 4 de
mayo de 1997 fue en una gran fiesta calé en torno a Juan Pablo II, a la que
acudieron más de 3.000 gitanos de toda
Europa y Asia, entre ellos mil españoles, en la que el Papa propuso al
nuevo beato como nuevo modelo de concordia entre gitanos y payos.
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