20 de febrero de 2013

DICHOS CAMAGÜEYANOS DEL AYER



Dichos camagüeyanos del ayer

Por Héctor Juárez Figueredo

Los dichos populares, mediante una simple palabra o incluso una ingeniosa frase, expresan una idea justa. Surgen éstos de la sabiduría de los pueblos. Algunos tuvieron la peculiaridad de conservarse durante siglos. Otros, que respondían a tradiciones que se fueron olvidando, dejaron de decirse.

En el viejo Camagüey existieron muchos dichos populares. Dejaron de escucharse hace cien o más años, y encierran aún el sabor de antiguos platos de nuestra cocina, de la vida de nuestras plazas y del recuerdo de personajes casi místicos. Hélos aquí:

En San Juan de Dios venden paleta…
para el que no lo llamen, no se meta.

Se aplicaba para, sorpresivamente, requerir a los intrusos en conversaciones ajenas. “Paleta” era aquí usado  en su significado de “paletilla” (omóplato de cerdo). En la década de 1830 la Plaza de Armas (Parque Agramonte) dejó de funcionar como mercado público, y las vendedoras,  en su mayor parte esclavas, fueron desplazadas a otros espacios, entre ellos la Plaza de San Juan de Dios. Y aunque ahora está el “Mercado del río”,  todavía quedan algunos por aquí que necesitan  les vendan muchas paletas.

Como la piña al salpicón

Esta comparación indicaba que una cosa era lo que se necesitaba para que algo tuviera un acabado perfecto. El salpicón era un plato típico de Puerto Príncipe, y dicen que hasta un invento local. Consistía en una ensalada fría a base de lascas de carne asada o un buen picadillo, a lo que se añadía una salsa con aceite, vinagre, mostaza, sal, pimienta y un poco de azúcar. Al servir se adicionaban gajos de naranja. Algunos incluían pepino, hierba buena y trozos de piña.

Pero el toque final, lo que no podía faltar, eran los trozos de piña. Cuentan que Juan Cristóbal Nápoles y Fajardo, el Cucalambé, era –como dirían los jóvenes de hoy- un fan del salpicón. ¿Se lo prepararía Rufina, su esposa camagüeyana?

No ser un Juan de Argote.

Por contraposición indicaba a quien sabía defender lo suyo, pues aquel personaje no lo hizo. En la tradición, este Juan de Argote (hubo otros), era un indio natural de Camagüey, hijo de Camagüebax, el último cacique. Después del asesinato de su padre, Juan de Argote quedó bajo la potestad del poderoso conquistador español Vasco Porcallo de Figueroa, que hizo le pusieran al chico ese frecuente nombre. Hasta que murió Porcallo, Juan fue su fiel sirviente y se dice que lo casaron con una hija de aquél, María, a fin de garantizar la autoridad de ésta sobre los indios, ya libres del régimen de encomiendas. Españolizado y olvidando a los suyos, Juan de Argote se convirtió entonces para los camagüeyanos de ascendencia aborigen en el símbolo de una conducta reprochable que no debía ser imitada. 

Frangollo

Ser algo “un frangollo” equivalía a calificarlo como chapucero, y “hacer frangollo” era cometer imperfecciones en una tarea ejecutada como la escritura, el bordado o la costura. El frangollo era un dulce que se preparaba comúnmente en las casas, y quizás de allí la comisión de errores en manos de inexpertas cocineras.

¿Qué cómo se preparaba? Pues a partir de chicharritas de plátano verde (fritas sin el corazón) se pulverizaban y unían con melado de caña (clarificado con clara de huevo). La pasta se espesaba al fuego. Luego se moldeaban con ellas unos panecillos, cubiertos con azúcar y el propio polvo de chicharritas, y se horneaban hasta que se doraban.  ¿No se anima a hacer frangollo?

Reproducido del boletín Diocesano de Camagüey,
Nº. 65

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