Genéricos
Dolores Aleixandre
Publicado en alandar nº293
Voy a decir lo que sigue en voz
baja y a escribirlo con lápiz y letra pequeña para que quede entre nosotros: me
parece que Dios es un genérico. Voy a
repetirlo de otra manera aún más discreta para evitar posibles represalias
mafiosas de alguna multinacional farmacéutica: Dios ha elegido estar entre
nosotros en formato de genérico.
En vez de incorporar el principio
activo y la biodisponibilidad de su presencia a alguna corporación reconocida y
poderosa (fariseos, sacerdotes o escribas que eran entonces las Bayer, Merck o
Roche de hoy), prescindió de la protección de sus patentes y, para estar al
alcance de todo el mundo, corrió el riesgo de comercializarse a precio ínfimo y
con margen cero de beneficio. (Si a alguien le escandaliza esto de la
comercialización, le recuerdo aquella antiquísima antífona de la liturgia
navideña que llama a la encarnación admirabile
commercium entre Dios y nosotros).
Hoy resulta decisivo el lanzamiento
promocional de lo que sea: un medicamento, un famoso, una película o un libro y
de cómo se haga esa campaña dependerá la clave de su éxito y su prestigio
futuro. Se supone que para promocionar el “evento Jesús” habría que cuidar al
máximo las estrategias: cuál sería la población diana, qué emociones despertar,
qué sueños poner en marcha, cómo presentar sus rasgos más seductores y lo más
impactante de su mensaje.
Al evangelista Lucas le tocó hacer
de cronista de la campaña y, dada la rareza de las cosas que pasaron, va
preparando poco a poco a los lectores para que no se le desquicien: presenta
primero al venerable Zacarías con todos los atributos y cachiperres de la más rancia estirpe: de casta sacerdotal,
residente en Jerusalén, con su barba y su incensario y oficiando solemnemente
en el templo.
A continuación aparece María,
genérica total, diminuta e insignificante: joven, pueblerina y domiciliada en
una aldea perdida de Galilea, comarca cuajada de indignados y de rebeldes
anti-sistema. Pero, mira por dónde, es ella y no el honorable Zacarías la
inundada de gracia y la elegida para vivir a la sombra del Espíritu; es ella la
primera en escuchar el nombre de Jesús y la invitada a presenciar y participar
en la primera mañana de la nueva creación. Ya empiezan a descolocarse las cosas
para nuestros ordenados criterios.
Luego llegó la “operación
lanzamiento” del Dios-con-nosotros. Qué desatinado y desconcertante resultó su
diseño: por qué Belén, por qué un pesebre en una cuadra; por qué en medio de la
oscuridad y el anonimato de la noche. Por qué en la peor franja horaria en vez
de en el cenit resplandeciente del mediodía y la audiencia; por qué en el
extrarradio y no en Eurovegas o en el World Trade Center de Jerusalén.
Por qué recibieron su anuncio unos
indocumentados y no la gente con glamour, la clase docta, religiosa, pudiente y
refinada, capaz de influir en el vulgo. Sin consultar al G8, ni a los lobbies
de poder, al FMI o al Banco Mundial. Sin hacer un cálculo del daño irreparable
que iba a sufrir la marca Emmanuel y de sus consecuencias en la reacción de los
mercados.
Aquella noche fue un “especial genéricos”, destinado a los que
nunca verán su foto en el Huffington Post o en la revista Forbes; a los que
nunca se sentirán aludidos al leer: “Marca la diferencia. Haz un master”, o
“Acostúmbrate a sentirte único”, porque su destino no es ser ni diferentes ni
únicos, sino rellenar estadísticas: el 25% en situación de riesgo, el tercio
que no llega a fin de mes, los amenazados por desahucio o que ya han perdido la
tarjeta sanitaria.
Los signos de la gloria del
Emmanuel serán también para ellos: apiñados en torno a Jesús le escucharán
proclamarlos “dichosos”, probarán el mejor de los vinos en una boda de pueblo,
se sentarán en la hierba y comerán sardinas y pan hasta saciarse.
Estaba con ellos el que no había
retenido ávidamente su denominación divina de origen, el que se había despojado
de todo prestigio, el que había elegido estar entre nosotros como uno de
tantos, como el último del ranking. Y por eso recibió el nombre sobre todo
nombre y la marca sobre toda marca.
Recibido de Juan G. Arrabal
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