9 de febrero de 2012

LA REINA QUE NACIÓ COLGADA DE UN ÁRBOL EN KENYA


 
La Reina que nació

colgada de un árbol en Kenya

Walter Opnenheimer

La entonces princesa Isabel se acostó una noche colgada de un árbol en Kenya y se despertó convertida en la reina Isabel II. Era el 6 de febrero de 1952, del que este lunes se cumplieron 60 años. Isabel nunca sabrá exactamente en qué momento se convirtió en reina porque su padre, Jorge VI, falleció mientras dormía. Aunque la salud del monarca era frágil, su muerte fue inesperada y por eso sorprendió a la heredera de viaje oficial en Kenya con su marido, el príncipe Felipe, duque de Edimburgo.

La pareja se alojaba esa noche en una espectacular cabaña construida por un militar y hotelero británico, el comandante Eirc Walker, en lo alto de un ficus gigante cerca de lo que ahora es el Parque Nacional de Aberdare, en Kenya. Aquel edificio, un pabellón adyacente al hotel que allí regentaban los Walker, ardería no mucho después, durante la rebelión de los Mau-Mau.

Cuando Isabel empezó a reinar, el primer ministro británico era Winston Churchill y el país aún padecía el racionamiento de algunos alimentos, como el azúcar de caña. Harry S. Truman presidía Estados Unidos, Stalin aún gobernaba la Unión Soviética y Konrad Adenauer era el canciller alemán.  El muro de Berlín no sólo no había caído, sino que ni siquiera se había levantado. La revolución cubana también estaba por llegar. Y todavía no se había formado la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, germen de la actual Unión Europea.

Aquel año se abrió la primera tienda de Kentucky Fried Chicken, Elvis Presley aún no era nadie, Rocky Marciano era campeón del mundo de boxeo, ningún ser humano había pisado todavía la cumbre del Everest, Brasil no había ganado jamás la Copa del Mundo de futbol y no existía la UEFA.

No sólo no había ordenadores ni teléfonos móviles, sino que aún no había empezado la carrera espacial y la televisión era en blanco y negro y sólo se conocía en una veintena de países.

La coronación de Isabel II, meses después cuando ya había guardado el luto necesario para honrar la muerte del padre, y el frío invierno había dado paso a los tibios calores de final de primavera,  provocó la primera venta masiva de aparatos de televisión en el país. En cierto sentido, ese hecho trivial es un símbolo del cambio gigantesco que iba a dar el Reino Unido y el mundo entero en los 60 años transcurridos desde entonces.

A pesar del apego británico a las tradiciones, la Gran Bretaña de 1952 tiene nuy poco que ver con la de 2012. En diciembre de 1952, Londres padeció la llamada Gran Niebla: una acumulación de humo generado por las calefacciones de carbón, combinado con un anticiclón. Esa niebla, que no era niebla, duró cinco días y mató al menos a 4,000 personas por problemas respiratorios, aunque estudios más actuales elevan esa cifra a 12,000 muertos.

Aquel Londres ya no es el mismo que el que se dispone este verano a celebrar los Juegos Olímpicos... y el Jubileo de Isabel II. Pero ¿ha cambiado la monarquía a la misma velocidad que la sociedad británica? No. Ha bambiado, sí, pero no tanto. Ahora, la reina paga impuestos y sus hijos se divorcian, pero la pompa y el envaramiento de los Windsor siguen estando ahí, quizás para siempre.

Isabel, desde luego, ha hecho muy pocos esfuerzos por perder el aire de mujer distante y fría que ha tenido siempre. Su hijo Carlos es incapaz de disimular su altanería. Quizás los nietos, Guillermo y Enrique, pueden ser capaces de inyectar algo de normalidad en los  Windsor, pero a  menudo esos gestos terrenales parecen surgir del cálculo de profesionales de la comunicación.

Pero, ¿Quieren los británicos que la reina y su herederos se parezcan un poco más al ciudadano medio? ¿Quieren que la monarquia sea menos altanera? Probablemente, no. Los británicos adoran el boato y la tradición, y la monarquía los eleva a su máxima expresión. Para bien o para mal, nadie es capaz de imaginar a Isabel II tomando un vuelo de Ryanair para ir de compras a una capital europea.

Para la reina de Ingletrra, lo más parecido a descender al mundo de los mortales es pagar impuestos y resignarse a que los laboristas enviaran al desguace su querido yate real Britannia, en el que dicen que había pasado algunos de los mejores momentos de su reinado.

¿Ha sido Isabel II una buena reina? Seguro que las encuestas confirman que sí lo ha sido. Que lo está siendo. Los británicos parecen apreciar especialmente lo que llaman su "profesionalidad". Los libros que han aparecido en los últimos meses coincidiendo con el 60 aniversario de su llegada al trono, destacan que es una trabajadora incansable: no sólo acude cada año a centenares de actos que no le interesan en absoluto y que pueden empezar a parecer una carga excesiva para una mujer que ronda ya los 86 años, sino que lee sin falta cantidades ingentes de documentos que le hace llegar a diario el gobierno. Su gobierno.

A diferencia de su hijo Carlos o de su marido Felipe, Isabel rara vez ha metido la pata. Sin embargo, la revista The Economist le daba un aprobado justo cuando en 2002 se cumplió medio siglo de su acceso al trono. Quizás porque entonces aún estaba relativamente reciente el que pasa por haber sido su mayor error: el desdén con el que reaccionó tras la muerte de Diana.

Tuvo al menos la virtud de darse cuenta que se estaba equivocando y aceptó los consejos de dar marcha atrás: la bandera ondeó a media asta en el palacio e Buckingham, interrumpió sus vacaciones en Balmoral y se dirigió a los británicos de manera solemne por televisión como «vuestra reina y como abuela» para honrar a la princesa muerta. Desde entonces, la imagen de Isabel no ha hecho nada más que consolidarse. Quizás porque cada vez se parece más a una abuela y menos a la reina que nació colgada de un árbol en Kenya.

Reproducido de El País, Madrid

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