Poeta por cuenta propia
Cansado de alabar la piel dorada, las
muchas perfecciones de una cubana que estaba de servicio en Angola, en vez de
cantarle a su bazo, al páncreas y a los epiplones, le disparó un balazo que por
poco la mata.
Pero ese tipo de recuerdos ya no le
importan a nadie en medio de tanta incertidumbre y falta de sensibilidad, dice,
mientras le saca punta a un mocho de lápiz para escribir un Haiku sobre la
situación en Cuba.
Sentado en un ángulo cercano al lavadero
colectivo, el poeta y luchador habanero Vladimiro Llerena se dedica a vender
décimas para el mal humor, sonetos contra el desencanto y poemas de versos
libres para quienes se quejan por falta de libertad. También vende flores y
libros.
Si sus clientes están enamorados y no
correspondidos, los sorprende con el Poema del Renunciamiento, de José Ángel
Buesa. Si se muestran deseosos por abandonar el país, les ofrece a precio
módico “La isla en peso”, de Virgilio Piñera.
La cuestión es mantenerlos
entretenidos, lejos de la violencia y del reguetón, del desespero que causan la
premura y la espera. «Eso de que la poesía no tiene vela en este entierro de la
revolución, es un cuento», afirma. Puntualizando a continuación: «Desde luego,
primero tienen que llenarse la barriga para luego soñar».
«Los poemas no sustituyen un congrí
con bistec, un ensalada de estación, y mucho menos un lomo ahumado, pero calman
las ansias», expresa Vladimiro, después de recitar “Carne de tu Nombre”, de
Fayad Jamis, ante la mirada conmiserativa de una muchacha que alinea entre sus buenos clientes.
«El oficio de recitador, como la
prostitución, es de los más viejos del mundo. Pero mientras el mío reconforta
el alma, el otro destruye y humilla al cuerpo», sentencia Vladimiro.
«Nada como cultivar el espíritu frente
a la ruralización de La Habana», dice, mientras señala a un grupo de vendedores
que tocan a cada puerta del solar ofreciendo leche en polvo, maní, frijoles, tomates,
cebollas, ajos y malanga guagüí.
Vladimiro Llerena es poeta por cuenta
propia. Y como tal, está de acuerdo en que se abran todos los mecanismos que
permitan dar de comer al cuerpo, pero también exige un mínimo espacio para
alimentar el alma. Por eso sueña con que un día se autorice legalmente su
perfil profesional para la microempresa, ya que si cartománticos y santeros
están autorizados a profetizar el futuro, los poemas hablan del presente y su
realidad.
No es que pretenda brindar la poesía
como bálsamo para curar las llagas del socialismo cubano. Pero algo conseguirá
remediar vendiéndola barata en medio de tanta ruina y tan inútil expectación.
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