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Los vientos de las pirámides no agitan las palmeras cubanas
- Por Pepe Forte
[Nota de LG: Deprimente pero, como toda opinión, merece análisis]
No es el miedo ni el control del aparato represivo castrista lo que impide el contagio de las sublevaciones en Túnez, Egipto y Libia entre la población cubana de La Isla. Son otras cosas, son otras cosas...
A cada noticia de lo que ocurre en Libia, una pregunta llega desde allá al lado nuevo del Atlántico: ¿Por qué los aires de insurrección que vienen de medio mundo al levante no soplan en Cuba?
Es la pregunta más simple… la más dolorosa la que pone en duda la valentía de los cubanos allí.
Los componentes que sirvieron de combustible para inflamar las arenas de la costa Norte de África son los mismos que podrían incendiar los montes cubanos: dictaduras de décadas, carencia de libertades, represión, hambre, miseria y necesidades. Incluso en Cuba la opresión es más punzante aún cuando se contempla la magra o nula libertad de movimiento y la comunicación de los cubanos, que no pueden viajar de manera expedita fuera del país ni tienen acceso a la Internet.
Una cosa es Mubarak y otra Ghadafi. Lo que significa que estos pueblos árabes no se alzaron contra un sabor político en particular, sino contra el poder sin apellido, contra el llevas demasiado tiempo mandándome como para que te siga tolerando. Sin embargo, el papel carbón que le pusieron a la sublevación de Túnez el pueblo libio y el pueblo egipcio, parece que al pueblo de Cuba no le mueve hacerle una fotocopia.
El maleconazo del 5 de agosto de 1994, aunque motivado por la esencia escapista sobre el rumor de que la lanchita de Casablanca iba a ser secuestrada para huir a Cayo Hueso, devino una verdadera sublevación. Vibrante pero dispersa, lamentablemente no rebasó su propio entusiamo y se deshizo por falta de organización. Para las 5 de la tarde las autoridades estaban en control de la revuelta que llegó a ser todo lo peligrosa que lo espontáneo puede ser. Y luego vino la estocada final de Castro: la dolarización del país y la legalización temporal de los balseros, que diluyó otra vez cualquier efervescencia insurreccional.
Y ahí cayó el telón.
El estallido en La Isla que el exilio aguarda, cada día se viste más con las mejores galas de la quimera. En la ribera Norte del Estrecho de la Florida prima la decepción, el asombro, y hasta la mortificación. En la orilla Sur señorea el olvido, la costumbre, la abulia, el desgano, el sálvese quien pueda y el ya no importa nada. Cuba vive la desconcertante realidad del último capítulo de “La Rebelión en la Granja” de Orwell. Todo conspira contra la conspiración. Y la mentalidad de “esto no lo arregla nadie” es la mejor aliada del indolente “déjala correr”, como en el cuplé “Agua que no has de Beber”…
El cubano del siglo XXI vive demasiados mundos paralelos y una existencia nueva e inimaginada. La invisibilidad de la aguja de la brújula y el tinte ambiguo del establishment cubano —a pesar del viejo derrotero todavía hoy ideológicamente diáfano— es capaz de tarar por confusión a la nación más preclara. Mientras, la alquimia inversa de Castro de inventar un hombre nuevo funcionó.
Es un tema sensible que los más nobles exiliados cubanos prefieren callar, mientras que los más vehementes, que ven a la Cuba actual a través de una pátina uniforme, expresan que habría que exterminarla desde el subsuelo y plantar nueva gente allí. Los más lúcidos llevan el péndulo al centro y creen que no es moralmente justo exigir el alzamiento a los cubanos de la ínsula desde la acera de enfrente. Pero sin duda algo ha cambiado muy dentro de los cubanos de la Cuba del minuto.
Hay quienes creen que el modo en que las cosas se desarrollan en Libia, los cubanos de Cuba lo han leído muy bien entre líneas: si nos levantamos aquí, los Castro, como Ghadaffi, nos bombardearán y, a diferencia de Mubarak, no bajarán del estrado. Pero no es el miedo —ojalá lo fuera— lo que impide que los cubanos de Cuba se alcen en La Habana o en Santiago. Lo es el subsistir, las urgencias de recuperar el tiempo perdido, la revancha contra el gobierno y un afán por aparearse a las complacencias de su dirigencia. Nada de eso es conciencia nacional, ni idea de futuro. A los cubanos de Cuba no les interesa escanear las actualmente humeantes arenas árabes. El decoro de la nación —y su esperanza—, como el octavo visible del témpano en el agua, está en los muertos, en la disidencia encarcelada o la precariamente libre, en Las Damas de Blanco y en Yoani Sánchez, que no son precisamente profetas en su patria.
La fuerza de la costumbre ha ido tiñendo de palidez toda posibilidad de erupción social contra los hermanos Castro. Ha pasado el tiempo necesario para que la locomotora del almanaque continúe arrastrando inerte tras de sí los vagones de cinco décadas, con su ruedas lubricadas por la rutina. Mientras, cada quien a bordo, trata de hallar un asiento o algo que comer, robarle el dinero al cobrador o lanzarse por la ventanilla si no puede abandonar el tren en la próxima estación, que nunca se sabe cuál va a ser o si va a dar marcha atrás. Algunos de los pasajeros que logran escapar, luego —inexplicablemente—como el hombre al agua que se cae por la borda, se afanan en regresar al ferrocarril. Muchos de éstos de nuevo en el tren se tiran otra vez… y otra vez vuelven, en una intermitencia intrínsecamente paradójica que es el síntoma palpable de que están enfermos de esa enfermedad enigmática e incurable que es el ya no sentirse bien en ningún lado ni pertenecer a ninguna parte. Pero nadie intenta llegar a la locomotora para arrojar al motorista por la baranda, detener el tren o descarrilarlo.
Es el tiempo, y no el miedo.
No va a pasar nada. Podrían rebelarse contra los morlocks hasta los despistados elois de La Máquina del Tiempo convocados por la sirena, pero no los cubanos de la Cuba de ahora. Cambiar por chavitos los dólares que llegan del Norte es tarea que demanda inmediatez, y probablemente deberíamos entenderlo. Egipto ya se sacudió a Mubarak...
Los vientos de las pirámides no mueven las palmeras cubanas.
Pepe Forte, Editor de i-Friedegg.com, y conductor del programa radial Automanía y El Atico por WQBA 1140 AM, en Miami, FL
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