Los yanquis se fueron a casa y Fidel lo celebró
Por Frank Calzón
Fue hace 50 años, en octubre de 1960, cuando el presidente norteamericano Dwight D. Eisenhower impuso un embargo comercial contra Cuba. Fidel Castro y su hermano Raúl, que ya había sido designado sucesor de Fidel, habían estado en el poder menos de dos años, pero ya les había dado tiempo para confiscar empresas cubanas y estadounidenses, abrir sus puertas a la Unión Soviética, tratar de desestabilizar los países vecinos, ejecutar a muchos cubanos que les habían hecho frente, acusar a los Estados Unidos de todas las desgracias de la isla y poner a gritar a las masas el famoso lema de “yankee, go home”.
“Hay un límite que los Estados Unidos, en aras de su propia dignidad, pueden soportar. Ya hemos rebasado ese límite”, dijo Eisenhower cuando Washington endureció las relaciones diplomáticas con Cuba. La Habana lo veía de otra manera: “Ahora los yanquis tendrán que acostumbrarse a tomar café amargo”, dijo Ernesto “Che” Guevara cuando los Estados Unidos, que pagaban por el azúcar cubano precios superiores a los de mercado mundial, decidieron cerrar el grifo.
Hoy en día el embargo continúa, pero de forma muy diferente a las sanciones de 1960. Desde entonces se ha modificado muchas veces y actualmente las empresas estadounidenses exportan a la isla más de 500 millones de dólares anuales en productos agrícolas, una cantidad que en 2008 llegó a los 710 millones. Los hermanos Castro, sin embargo, todavía siguen aferrados al comunismo y han reducido la economía cubana a la de un estado mendigo. Tanto que han tenido que congelar las cuentas bancarias de las compañías españolas que operan en la isla y el país depende fundamentalmente de las remesas que envían los exiliados y de la caridad de Hugo Chávez.
Hace dos años el presidente Barack Obama le tendió la mano al régimen levantando las restricciones que quedaban para que los cubanos emigrados pudieran viajar a su país y mandar dinero. Esperaba que los Castro relajaran su puño de hierro, pero al final le tomaron el pelo. La Habana aceptó los dólares pero siguió con su Yihad antiamericana en alianza con Bolivia, Nicaragua y Venezuela, proveyendo además apoyo diplomático a Corea del Norte e Irán. Cuba incluso detuvo a Alan Gross, un contratista de La Agencia de Desarrollo Internacional de los Estados Unidos (USAID). Sin haber sido juzgado, Gross lleva ya un año en prisión en Cuba por el “crimen” de haber regalado un ordenador portátil y teléfono móvil a un cubano. Aparentemente se le considera una “moneda de cambio“.
Lo que quieren los Castro son créditos de los Estados Unidos y acceso a las instituciones financieras internacionales. Lo que no quieren hacer es llevar a cabo las reformas económicas fundamentales que demandan estos organismos y la realidad en la isla. Es verdad que Raúl Castro se ha mostrado de acuerdo en que los peluqueros cubanos puedan trabajar “de forma independiente” y en que las amas de casa puedan confeccionar flores de papel y venderlas en las esquinas. Pero se trata de cambios poco significativos: La Habana, como Corea del Norte, desdeña la puesta en marcha de cambios fundamentales y recurre de manera rutinaria a la intimidación para obtener concesiones. En concreto, el régimen está actualmente pidiendo al presidente Obama que silencie los programas de radio y televisión norteamericanos que se emiten hacia la isla y que renuncie a los esfuerzos que hace el gobierno de Estados Unidos para promover la democracia en Cuba.
El Parlamento Europeo, a pesar de las muchas gestiones del exministro de exteriores español Miguel Angel Moratinos se ha mantenido firme ante presiones similares: se ha mantenido la Posición Común, condicionando los favores comerciales y la normalización de las relaciones a la realización de reformas de peso en la isla.
Cuando el embargo fue promulgado en su momento, los líderes castristas se alegraron de librarse de los “perniciosos” lazos de Estados Unidos con la isla, especialmente porque los soviéticos estaban dispuestos a proveerles generosas ayudas. Durante muchos años (Playboy, 1967) Fidel Castro presumía de que más que perjudicar a Cuba “el bloqueo ha resultado favorable a la revolución”.
“En el mejor de los casos”, dijo, el embargo era objeto de “escarnio y burlas”. En 1985 declaró que “las relaciones económicas con los Estados Unidos no implicarían ningún beneficio básico para Cuba, ningún beneficio esencial”. Cuba, señaló Fidel Castro, produciría “más leche que Holanda y más queso que Francia”. Leche suficiente de hecho “para llenar la bahía de la Habana”. En 1986 alardeaba que la Unión Soviética y los países socialistas “pagan a Cuba precios mucho más altos y nos venden sus productos a precios reducidos, y además nos cobran intereses mucho más bajos por sus créditos y aplazan el pago de la deuda diez, quince o veinte años sin intereses. De hecho, ¿qué deberíamos hacer? Hay un viejo dicho que dice: “¡Nunca cambies una vaca por una cabra!”
La actitud de los Castro no ha cambiado, ni tampoco lo ha hecho su propaganda. Hasta que haya un cambio en Cuba no hay razones para que justifiquen que los Estados Unidos hagan el papel de cabra y cambien su política hacia Cuba.
Frank Calzón es director ejecutivo del Centro para una Cuba Libre en Arlington, Virginia, Estados Unidos.
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