23 de agosto de 2009


Sebastian Yradier

Ana Dolores García

Este año se han cumplido doscientos del nacimiento de Sebastián Yradier. Decir su nombre y evocar la más internacional de las habaneras es la misma cosa: una «paloma» que muchos consideran cubana, otros mexicana y, los menos, española. Española porque, en efecto, su autor fue español; mexicana porque tal vez fueron los mexicanos quienes más la popularizaron y por una palabrita, guachinanga, que sospechosamente nos suena a mexicana. Y cubana, porque se creó en Cuba, la inspiró una cubana y la melodía y la cadencia son genuinamente cubanas: la habanera.

Sebastián Iradier y Salaberri nació el 20 de enero de 1809, hijo de Santiago Iradier y María Eusebia Salaberri, y como ya andamos por agosto, es tiempo de que se honre su memoria en este su bicentenario.

Nació en Lanciego, pueblo de la provincia de Álava perteneciente al País Vasco. Se conoce poco de su infancia, pero se sabe que a los once años cantaba en el coro de una iglesia y que a los dieciséis ya figuraba como organista en la importante iglesia de San Miguel Arcángel en Vitoria, capital de la provincia alavense, ciudad donde realizó estudios de piano y órgano.


Ejerció también de organista y sacristán mayor en la iglesia parroquial de San Juan Bautista de Salvatierra, plaza que ganó en un concurso oposición en 1827. El 29 de julio de 1829, contando sólo 20 años, se casó en esa propia iglesia con Brígida de Iturburu Durana, de cuya unión nació un hijo: Pablo de Iradier Iturburu.

Poco a poco dejó de sentirse a gusto en aquel ambiente pueblerino en el que chocaban sus ideas liberales y sus costumbres algo libertinas. Marchó a Madrid contando en su repertorio habitual con algo más que música religiosa, pues era buen aficionado a fiestas y reuniones donde se interpretaban canciones más mundanas y profanas.

En el Conservatorio de Madrid ocupó la cátedra de solfeo durante el decenio de 1840 a 1850. Allí publicó sus primeras canciones bajo el título de Álbum Filarmónico (en el que su apellido aparecía ya como Yradier), colaboró en algunas zarzuelas y ocupó cargos docentes en otros centros de estudios musicales.

Luego viajó a París y allí fue profesor de canto de la Emperatriz Eugenia de Montijo y otras damas de la corte y la alta burguesía. Poco tiempo después comenzó una gira por Estados Unidos, México y Cuba con una compañía operática de la cual formaba parte como pianista.

Su corta estancia en Cuba paradójicamente le propiciaría su fama posterior. Allí captó con singular éxito ritmo y melodía de una danza nueva: la habanera, y compuso varias de ellas con una cadencia lenta que le dio sello propio y definitivo. Entre esas habaneras ifiguraba la luego inmortal La Paloma. Tony Évora, en su libro Orígenes de la Música Cubana, consigna que La Paloma se estrenó en La Habana en 1855, cantada por Marietta Alboni y dirigida por el propio Yradier.

Regresó a Europa, específicamente a París, y allí siguió frecuentando los más exclusivos círculos y relacionándose tanto con compositores de la talla de Bizet y Rossini, como con escritores y poetas. En 1864 publicó en París una nueva recopilación de sus canciones con el título de Fleurs d'Éspagne. Ya era popular y sus canciones eran gustadas por muchos, pero él se sabía enfermo y casi ciego y decidió regresar a la tierra donde nació y de sus primeros años. Murió en Vitoria el 6 de diciembre de 1865, sin sospechar siquiera el alto vuelo que ya había emprendido su paloma.

Esta famosa paloma que ha continuado aleteando incansable durante casi dos siglos por los cielos europeos, asiáticos y americanos, y el género de las habaneras al que Yradier imprimió un sello especial, serán temas de un próximo comentario.

Ana Dolores García
Ilustración: web




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