15 de noviembre de 2014

Envenenó Fernando el Católico a su yerno Felipe el Hermoso?


¿Envenenó Fernando el Católico
a Felipe el Hermoso?

César Cervera, abc.es
Adelantándonos a los próximos episodios
de la serie televisiva “Isabel”,
 reproducimos esta crónica del ABC madrileño
que nos narra acontecimientos posteriores
a los actuales capítulos de la serie.

Como años después le ocurriría a su hijo Carlos I,  la llegada al trono de Felipe I fue vista con recelo por parte de la nobleza castellana a causa de su condición de extranjero. El apodado como Felipe «el Hermoso» procedía de los lejanos Países Bajos y, desde el principio, se hizo rodear de una corte de consejeros que solo hablaban en francés, salvo alguna excepción como el enigmático señor de Belmonte. Dos meses después del nombramiento de Felipe y Juana como Reyes de Castilla, el hombre que dio dos emperadores al mundo (Carlos V y Fernando I de Alemania) cayó enfermo en extrañas circunstancias tras beber agua fría mientras jugaba al juego de la pelota. En pocos días desarrolló un cuadro de neumonía y falleció súbitamente. Las investigaciones posteriores han apuntado a que pudo ser víctima de algún tipo de envenenamiento o, lo más probable, de la peste.

Los historiadores ven en los beneficios que consiguió Fernando el Católico de la muerte de su yerno un elemento altamente sospechoso. Cuando la nobleza castellana todavía estaba sopesando entre si era menos malo un rey extranjero o uno aragonés aconteció la repentina muerte de Felipe I. En pocos meses, el entonces Rey de Aragón aprovechó la supuesta locura de su hija Juana para recluirla en Tordesillas y proclamarse regente de Castilla con plenos poderes.  

Felipe de Habsburgo, nacido en Brujas el 22 de junio de 1478, fue el primer monarca de esta dinastía en reinar en España. Con la intención de aislar políticamente a Francia, los Habsburgo cerraron una serie de alianzas con los Reyes Católicos a finales del siglo XV que incluían el matrimonio de Felipe «el Hermoso», hijo de Maximiliano I –Sacro Emperador Romano-,  con la Infanta de Castilla Juana. Curiosamente, el apelativo de “el Hermoso” se lo dio el Rey Luis XII de Francia cuando la pareja viajaba hacía España para ser coronados y se detuvieron en Blois. Allí el rey los recibió y al verle exclamó: «He aquí un hermoso príncipe».

La enemistad entre el suegro y el yerno
El primer episodio de fricción entre Felipe el Hermoso y los Reyes Católicos ocurrió tras la muerte del Príncipe Juan, el hermano mayor de Juana “la Loca”, el 4 de octubre de 1498. En palabras del embajador español en la corte Imperial, Gómez de Fuensalida, Felipe barajó la posibilidad de reclamar las coronas de Castilla y Aragón con la ayuda del Rey de Francia, con el que mantenía unas relaciones sumamente cordiales.   Fue a partir de entonces cuando creció la desconfianza de Fernando el Católico, siempre hostil al Reino de Francia, hacia su yerno.

La amistad de l duque de Borgoña con Francia originó la enemistad con los Reyes Católicos
Aunque los reyes españoles trataron en varias ocasiones de desmontar la alianza de Felipe el Hermoso con Francia, éste no solamente se negó sino que castigó a Juana, quien llegó a quejarse de no tener dinero para pagar a su séquito y de ser objeto de continuos desplantes. El acoso psicológico se alargó durante años hasta que la muerte de otro Príncipe de Asturias,  el hijo de la hermana mayor de Juana, propició al borgoñés la ocasión de castigar directamente a Fernando el Católico. Así, con el propósito de hacerse con el control del reino aragonés de Nápoles y entregárselo posteriormente a Francia, “el Hermoso” propuso que su hijo Carlos, que ya era el heredero de los Reyes Católicos, se casara con Claudia de Francia, una de las hijas del monarca galo. Por supuesto, la Corte española se negó en rotundo y el rechazo de la propia Juana rompió el acuerdo.
A pesar de la mala relación con los padres de ella, Felipe y Juana viajaron a España el 26 de enero de 1502 para ser presentados en las principales ciudades castellanas como Príncipes de Asturias y posteriormente hacer lo propio en Aragón. Sin embargo, una vez conseguido su propósito de asegurarse la herencia de los Reyes Católicos, el Duque de Borgoña anunció que quería regresar a sus posesiones norteñas. La propia reina Isabel intentó convencerle de que era necesario que permaneciera más tiempo en España, ya que debía afianzar su autoridad en los que en el futuro iban a ser sus reinos. El 19 de diciembre de ese mismo año Felipe el Hermoso abandonó la corte de los Reyes Católicos, para desconsuelo de la Princesa Juana, que tuvo que quedarse junto a sus padres debido a que se encontraba embarazada del que sería su cuarto hijo.

Felipe el Hermoso solo volvería a España una vez fallecida Isabel de Castilla para tomar posesión del trono. En noviembre de 1504, Fernando proclamó a Juana Reina de Castilla y tomó las riendas de la gobernación del reino acogiéndose a la última voluntad de su esposa. Y aunque en la concordia de Salamanca (1505) se acordó un gobierno conjunto de Felipe, Fernando «el Católico» y la propia Juana, esta situación terminó con la llegada del borgoñés a la península, quien convenció a parte de la nobleza castellana, a base de regalos y concesiones, de que el suponía una amenaza menor que la procedente de un rey aragonés. El duque de Medina-Sidonia y el cardenal Cisneros no dudaron apoyar al extranjero. Visiblemente ofendido, Fernando se retiró a Aragón y Felipe fue proclamado Rey de Castilla  el 12 de julio 1506 en las Cortes de Valladolid con el nombre de Felipe I. Un reinado que solo duraría dos meses.

El vaso de agua fría que marcó su muerte
Según apuntan los cronistas de la época, Felipe I se encontraba en el palacio burgalés Casa del Cordón cuando empezó a sentirse enfermo el 16 de septiembre de 1506. Al beber un vaso de agua fría tras jugar un partido de pelota sintió las primeras fiebres. En los siguientes días el estado del Monarca fue agravándose hasta presentar un cuadro de neumonía. En una carta enviada por uno de los médicos que le atendió se describen algunos de los síntomas de la enfermedad:   «Estábase con la calentura y con sentimiento en el costado, y escupía sangre. Y se le hinchó la campanilla, que decimos úvula, tanto que apenas podía hablar».

A la muerte de Felipe I, su corazón fue enviado inmediatamente a Bruselas
El 25 de septiembre de 1506, con tan solo 28 años, falleció el primer Rey de Castilla perteneciente a la familia Habsburgo.   Y una vez que quedó certificada su muerte, sus servidores flamencos le vistieron bajo las instrucciones de Juana con sus mejores galas, tras lo cual se le instaló en un trono desde donde presidió simbólicamente los ritos religiosos. Por la mañana, se procedió a embalsamar su cuerpo, siendo su corazón enviado inmediatamente a Bruselas.

Con toda celeridad, Fernando el Católico preparó su “asalto” al trono castellano, que en los primeros meses quedó bajo la regencia del cardenal Cisneros. Cuando el aragonés regresó a Castilla, encerró a su hija, que había mostrado un comportamiento inquietante durante el cortejo fúnebre de su marido, en Tordesillas y asumió la regencia hasta 1507. Mientras tanto, por las ciudades castellanas prendió la sospecha de que la prematura muerte de Felipe I era consecuencia de un envenenamiento. El más probable asesino para muchos no podía ser sino el máximo beneficiado de su muerte: su suegro.

Frente a aquellos rumores, los historiadores e investigaciones modernos apuntan que la causa más posible fue la peste, enfermedad que había aparecido en la corte algunos meses antes. Asimismo, Felipe I de Habsburgo era célebre por sus numerosas relaciones extramatrimoniales y sus visitas a prostíbulos, donde era frecuente la aparición de todo tipo de infecciones y el contacto con personas de higiene descuidada.
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