8 de diciembre de 2013

Murillo, El pintor de las Inmculadas



El pintor de las Inmaculadas
 
El dogma de la Inmaculada Concepción se proclamó el 8 de diciembre, de 1854. Pero ya dos siglos antes, un pintor que no era ni sacerdote ni teólogo había preparado el camino dándola a conocer por todo el mundo bajo ese magnífico título. Se trata del gran pintor español Bartolomé Esteban Murillo, quién vivió en Sevilla desde el año 1617 hasta 1682.

El día de su Bautismo recibió el nombre de Bartolomé y la madre lo ofreció al Señor, consagrándolo al servicio de la Virgen María.  Ella soñaba con que fuera sacerdote, pero a los doce años de edad, cuando debía comenzar sus estudios en el seminario, el joven Bartolomé insistió que quería dedicarse al arte. Su padre tampoco estuvo feliz,  soñaba con que su hijo fuese mercader.

Don Juan del Castillo, acreditado pintor de Sevilla, tomó a Bartolomé como discípulo. "No te sientas mal, mamá" dijo el joven, "pintaré a la Santísima Virgen María como nunca ha sido pintada".  Sus palabras resultaron ser proféticas. Bartolomé Murillo produjo cientos de pinturas de la Virgen María. Al menos 25 de ellas la honran bajo el título de la Inmaculada Concepción. 

Los padres no vivieron para ver el éxito de su hijo.  Ambos murieron antes de que cumpliera sus 20 años, lo que hizo que el joven se viera en grandes aprietos económicos.  Tenía que ganarse la vida y mantener a su hermana pequeña. Así comenzó a vender en el mercado llamado la Feria de Sevilla. Pintaba al aire libre junto a la Iglesia de Todos los Santos, vivía de las pocas monedas que le ofrecían. Mientras tanto, sostenía a su hermana, crecía su talento y se daba a conocer.

Murillo se interesó en especial por la gente sencilla, queriendo captar la viveza y la naturalidad de sus expresiones. Para lograrlo, su trabajo en la calle, entre amas de casa con sus niños, obreros, gitanos y profesionales, ofrecía cierta ventaja que le inspiraba a encontrar su propio estilo lleno de humanidad y calor.

Después de dos años pintando en el mercado, su corazón latía con el deseo de conocer a los mejores artistas de Europa y aprender de ellos. Parecía un sueño imposible, pero el tío Juan vino a su auxilio haciéndose cargo de su hermana. Para financiar su viaje, Murillo se encerró a pintar cientos de escenas religiosas.

En Madrid visitó al gran Velázquez, el pintor oficial del rey. Velázquez le invitó a estudiar con él y Murillo aceptó con gusto  la generosa oferta y se quedó tres años copiando obras maestras en los museos de Madrid bajo la supervisión de Velázquez.

Velázquez un día enseñó al rey el trabajo de su discípulo y le mencionó el deseo del joven de ir a Roma para seguir sus estudios. El rey ofreció financiar el viaje a lo que Murillo respondió con enorme alegría.  Pero en eso llegó la noticia de la muerte de su tío, lo cual dejaba a su hermana desamparada y decidió renunciar a la maravillosa oportunidad que se le ofrecía para volver a Sevilla a cuidar a su hermana.

Sevilla probó ser una ciudad privilegiada para el arte religioso. Tenía, ya en aquel tiempo, mas de 140 iglesias y docenas de conventos y monasterios y gozaba de un gran mercado de arte por sus contactos con el Nuevo Mundo. Además, la doctrina de la Inmaculada Concepción se debatía intensamente.
El arte religioso fue el camino de Murillo. Poco después de llegar a Sevilla fue contratado por el prior de los franciscanos para que trabajase en su monasterio. El prior no tenía el dinero para pagar lo justo por las  pinturas que deseaba pero si lo suficiente para las necesidades básicas del artista y  su hermana.  Murillo, por su parte, comprendió que esta era una oportunidad para darse a conocer. En tres años produjo para el convento y para el mundo once obras maestras, todas con temas marianos y franciscanos. Sus pinturas eran muy originales por su riqueza del calor humano. 

Tenían una naturalidad y ternura que atraía a todos, tanto a la gente común como a los críticos del arte. Las escenas tenían un rico mensaje religioso, magistralmente logrado.
  
En cierta ocasión, mientras trabajaba en una pieza del altar de la iglesia de San Jerónimo en Pilas, necesitaba una modelo. Volteándose vio a una hermosa joven que rezaba de rodillas. Sin saber quién era le pidió si quería posar como ángel y ella accedió. Pronto se enamoraron y se casaron. Era doña Beatriz Isabel y Cabreyro Sotomayor, una rica heredera. 

A raíz de su matrimonio, Murillo tomó a su esposa como modelo para todas sus pinturas de la Virgen María. Sus tres hijos, a su vez, modelaron como ángeles y querubines. Dos de los hijos se hicieron religiosos. La hija Isabel Francisca fue dominica, mientras que Gabriel, el hijo, fue franciscano.

Las Inmaculadas de Murillo

Se conocen cerca de veinte cuadros con el tema de la Inmaculada pintados por Murillo, lo que ha hecho que se le tenga por el pintor de las Inmaculadas.  

La más primitiva de las conocidas probablemente sea la llamada Concepción Grande (Museo de Bellas Artes, Sevilla),  pintada para la iglesia de los franciscanos, donde se situaba sobre el arco de la capilla mayor, a gran altura, lo que permite explicar la corpulencia de su figura. Por su técnica puede llevarse a una fecha cercana a 1650, cuando se reconstruyó el crucero de la iglesia tras sufrir un hundimiento. Ya en esta primera aproximación al tema, Murillo rompió decididamente con el estatismo que caracterizaba a las Inmaculadas sevillanas, atentas siempre a los modelos establecidos por Pacheco y Zurbarán,  dotándola de vigoroso dinamismo y sentido ascensional mediante el movimiento de la capa, influido posiblemente por la Inmaculada de Ribera  para las agustinas descalzas   de Salamanca, que pudo conocer por algún grabado.

Probablemente la última de sus Inmaculadas es La Inmaculada Concepción de los Veneravles (Museo del Prado, Madrid).  A pesar de su tamaño, la Virgen aparece aquí de dimensiones más reducidas al aumentar considerablemente el número de angelitos que revolotean alegres a su alrededor, anticipando el gusto delicado del rococó.

Sacada de España durante la ocupación por las fuerzas napoleónicas, fue adquirida por el Museo del Louvre en 1852 por 586.000 francos de oro, la cifra más alta pagada hasta ese momento por un cuadro.

Su posterior ingreso en el Museo del Prado se produjo como consecuencia de un acuerdo firmado entre los gobiernos español y francés en 1940, siendo canjeada junto con la Dama de Elche  y otras obras de arte por una copia del retrato de Mariana de Austria, de Velázquez, entonces propiedad del Museo del Prado.  

La leyenda de la muerte de Murillo sostiene que se había producido como consecuencia de una caída del andamio cuando pintaba en un convento gaditano, el cuadro grande de los Desposorios de Santa Catalina. Esta caída aparentemente le produjo una hernia, muriendo a causa de ella poco tiempo después.  Lo cierto es que el pintor comenzó a trabajar en esta obra sin salir de Sevilla a finales de 1681 o comienzos de 1682, sobreviniéndole la muerte el 3 de abril de este año.  

*Los cuadros de Murillo están en Iglesias y los mas famosos museos. Murillo pintó varias veces la Inmaculada en casi la misma forma. Una de ellas se encuentra en el santuario de Nuestra Señora del Universo en  Orlando, Florida, USA.

Fuentes:
corazones.org
Wikipedia.org

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