El pintor de las Inmaculadas
El dogma de la Inmaculada Concepción se proclamó el
8 de diciembre, de 1854. Pero ya dos siglos antes, un pintor que no era ni
sacerdote ni teólogo había preparado el camino dándola a conocer por todo el
mundo bajo ese magnífico título. Se trata del gran pintor español Bartolomé
Esteban Murillo, quién vivió en Sevilla desde el año 1617 hasta 1682.
El día
de su Bautismo recibió el nombre de Bartolomé y la madre lo ofreció al Señor,
consagrándolo al servicio de la Virgen María. Ella soñaba con que fuera
sacerdote, pero a los doce años de edad, cuando debía comenzar sus estudios en
el seminario, el joven Bartolomé insistió que quería dedicarse al arte. Su
padre tampoco estuvo feliz, soñaba con que su hijo fuese mercader.
Don Juan del Castillo, acreditado pintor de Sevilla, tomó a Bartolomé como
discípulo. "No te sientas mal, mamá" dijo el joven, "pintaré a
la Santísima Virgen María como nunca ha sido pintada". Sus palabras
resultaron ser proféticas. Bartolomé Murillo produjo cientos de pinturas de la
Virgen María. Al menos 25 de ellas la honran bajo el título de la Inmaculada
Concepción.
Los
padres no vivieron para ver el éxito de su hijo. Ambos murieron antes de
que cumpliera sus 20 años, lo que hizo que el joven se viera en grandes
aprietos económicos. Tenía que ganarse la vida y mantener a su hermana
pequeña. Así comenzó a vender en el mercado llamado la Feria de Sevilla.
Pintaba al aire libre junto a la Iglesia de Todos los Santos, vivía de las
pocas monedas que le ofrecían. Mientras tanto, sostenía a su hermana, crecía su
talento y se daba a conocer.
Murillo
se interesó en especial por la gente sencilla, queriendo captar la viveza y la
naturalidad de sus expresiones. Para lograrlo, su trabajo en la calle, entre
amas de casa con sus niños, obreros, gitanos y profesionales, ofrecía cierta
ventaja que le inspiraba a encontrar su propio estilo lleno de humanidad y
calor.
Después
de dos años pintando en el mercado, su corazón latía con el deseo de conocer a
los mejores artistas de Europa y aprender de ellos. Parecía un sueño imposible,
pero el tío Juan vino a su auxilio haciéndose cargo de su hermana. Para
financiar su viaje, Murillo se encerró a pintar cientos de escenas religiosas.
En
Madrid visitó al gran Velázquez, el pintor oficial del rey. Velázquez le invitó
a estudiar con él y Murillo aceptó con gusto la generosa oferta y se
quedó tres años copiando obras maestras en los museos de Madrid bajo la
supervisión de Velázquez.
Velázquez
un día enseñó al rey el trabajo de su discípulo y le mencionó el deseo del joven
de ir a Roma para seguir sus estudios. El rey ofreció financiar el viaje a lo
que Murillo respondió con enorme alegría. Pero en eso llegó la noticia de
la muerte de su tío, lo cual dejaba a su hermana desamparada y decidió
renunciar a la maravillosa oportunidad que se le ofrecía para volver a Sevilla
a cuidar a su hermana.
Sevilla
probó ser una ciudad privilegiada para el arte religioso. Tenía, ya en aquel
tiempo, mas de 140 iglesias y docenas de conventos y monasterios y gozaba de un
gran mercado de arte por sus contactos con el Nuevo Mundo. Además, la doctrina
de la Inmaculada Concepción se debatía intensamente.
El arte religioso fue el camino de Murillo. Poco
después de llegar a Sevilla fue contratado por el prior de los franciscanos
para que trabajase en su monasterio. El prior no tenía el dinero para pagar lo
justo por las pinturas que deseaba pero si lo suficiente para las
necesidades básicas del artista y su hermana. Murillo, por su
parte, comprendió que esta era una oportunidad para darse a conocer. En tres
años produjo para el convento y para el mundo once obras maestras, todas con
temas marianos y franciscanos. Sus pinturas eran muy originales por su riqueza
del calor humano.
Tenían una naturalidad y ternura que atraía a todos, tanto a la gente común como a los críticos del arte. Las escenas tenían un rico mensaje religioso, magistralmente logrado.
Tenían una naturalidad y ternura que atraía a todos, tanto a la gente común como a los críticos del arte. Las escenas tenían un rico mensaje religioso, magistralmente logrado.
En cierta ocasión, mientras trabajaba en una
pieza del altar de la iglesia de San Jerónimo en Pilas, necesitaba una modelo. Volteándose vio a una hermosa joven que rezaba de rodillas. Sin saber
quién era le pidió si quería posar como ángel y ella accedió. Pronto se
enamoraron y se casaron. Era doña Beatriz Isabel y Cabreyro Sotomayor, una
rica heredera.
A raíz de su matrimonio, Murillo tomó a su esposa como modelo para todas sus pinturas de la Virgen María. Sus tres hijos, a su vez, modelaron como ángeles y querubines. Dos de los hijos se hicieron religiosos. La hija Isabel Francisca fue dominica, mientras que Gabriel, el hijo, fue franciscano.
A raíz de su matrimonio, Murillo tomó a su esposa como modelo para todas sus pinturas de la Virgen María. Sus tres hijos, a su vez, modelaron como ángeles y querubines. Dos de los hijos se hicieron religiosos. La hija Isabel Francisca fue dominica, mientras que Gabriel, el hijo, fue franciscano.
Las Inmaculadas de Murillo
Se conocen cerca de veinte cuadros con el tema de
la Inmaculada pintados por Murillo, lo que ha hecho que se le tenga por el pintor
de las Inmaculadas.
La más
primitiva de las conocidas probablemente sea la llamada Concepción Grande
(Museo de Bellas Artes, Sevilla), pintada
para la iglesia de los franciscanos, donde se situaba sobre el arco de la
capilla mayor, a gran altura, lo que permite explicar la corpulencia de su
figura. Por su técnica puede llevarse a una fecha cercana a 1650, cuando se
reconstruyó el crucero de la iglesia tras sufrir un hundimiento. Ya en esta
primera aproximación al tema, Murillo rompió decididamente con el estatismo que
caracterizaba a las Inmaculadas sevillanas, atentas siempre a los
modelos establecidos por Pacheco y Zurbarán, dotándola de vigoroso dinamismo y sentido
ascensional mediante el movimiento de la capa, influido posiblemente por la Inmaculada
de Ribera para las
agustinas descalzas de Salamanca,
que pudo conocer por algún grabado.
Probablemente
la última de sus Inmaculadas es La
Inmaculada Concepción de los Veneravles (Museo del Prado, Madrid). A pesar de su tamaño, la Virgen aparece aquí
de dimensiones más reducidas al aumentar considerablemente el número de
angelitos que revolotean alegres a su alrededor, anticipando el gusto delicado
del rococó.
Sacada
de España durante la ocupación por las fuerzas napoleónicas, fue adquirida por
el Museo del Louvre en 1852 por 586.000 francos de oro, la cifra más
alta pagada hasta ese momento por un cuadro.
Su posterior
ingreso en el Museo del Prado se produjo como consecuencia de un acuerdo
firmado entre los gobiernos español y francés en 1940, siendo canjeada junto
con la Dama de Elche y otras obras
de arte por una copia del retrato de Mariana de Austria, de Velázquez, entonces
propiedad del Museo del Prado.
La leyenda de la muerte de Murillo sostiene
que se había producido como consecuencia de una caída del andamio cuando
pintaba en un convento gaditano, el cuadro grande de los Desposorios de
Santa Catalina. Esta caída aparentemente le produjo una hernia, muriendo a
causa de ella poco tiempo después.
Lo cierto es que el pintor comenzó
a trabajar en esta obra sin salir de Sevilla a finales de 1681 o comienzos de
1682, sobreviniéndole la muerte el 3 de abril de este año.
*Los cuadros de Murillo están
en Iglesias y los mas famosos museos. Murillo pintó varias veces la
Inmaculada en casi la misma forma. Una de ellas se encuentra en el santuario de
Nuestra Señora del Universo en Orlando, Florida, USA.
Fuentes:
corazones.org
Wikipedia.org
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