5 de marzo de 2013

PIOJOS EN LA CABEZA DE UN CALVO


 
Piojos
en la Cabeza de un Calvo


Por José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, marzo, www.cubanet.org -Parece que en algo nos equivocamos todos cuando decíamos, hasta hace muy poco, que en los comercios gastronómicos de Cuba nos atendían mal porque no había un dueño, o porque había un dueño único para todos, que a la vez era (es) nuestro dueño, así que nada perdía cuando nos brindaban un servicio deficiente.

Hoy, los dueños de restaurantes de lo que podríamos llamar la pequeña empresa privada, no es que nos traten mal, es que ni siquiera nos tratan porque no somos sus clientes. Se está repitiendo un fenómeno, en fase crónica, que ya se dio antes aquí con la apertura a la inversión extranjera, cuando los empresarios que querían invertir en el desarrollo productivo del país, chocaban (chocan) con la desventaja de no contar con un mercado natural. Sólo pueden trabajar para el turismo, por estar obligados a realizar sus operaciones en una moneda que no circula normalmente entre los ciudadanos corrientes.

Si antes había más caciques que indios en los establecimientos estatales (como en todos los ámbitos de la economía, totalmente asfixiada por el mantra del burocratismo, máximo guardián del poder político), ahora, en la pequeña empresa privada se repite la fórmula pero con tres vueltas de tuerca hacia su extremo neurálgico: hay más comerciantes que comercio y más vendedores que productos e incluso que compradores, debido, en resumen, al mismo mantra.

Y a esta peripatética contradicción le seguimos llamando apertura o reforma o ajuste. Como si no estuviera visto y comprobado que ninguna apertura económica se asienta sobre bases verdaderamente sólidas si no es aplicada en democracia, como no hay desarrollo que amerite ese nombre si no se impulsa desde un sistema de auténtica (aunque sea imperfecta, pero no fingida) justicia social.

Lo curioso es que parecen no ser pocos los que creen que mediante este engendro se nos está allanando el camino hacia la libertad. Y entre quienes así piensan están, por supuesto, los dueños de restaurantes particulares para turistas y nuevos ricos, junto a muchos intelectuales y artistas, entre otras especies trepadoras que no casualmente son comensales asiduos de los tales restaurantes.

Perdidos en el llano, como piojos sobre la cabeza de un calvo, pero además exhibiendo su despiste a plena luz, como todo ignorante que ignora que lo es, la mayoría de estos flamantes “hombres de negocio” se ven a sí mismos como la avanzada del cambio en la Isla, los hermanos pinzones del nuevo descubrimiento.

Hasta tal punto carecen de cacumen que a ninguno de ellos se les ha ocurrido abrir un restaurante de comidas baratas, al estilo de las antiguas fondas habaneras, en cualquiera de nuestros barrios pobres. Y no es únicamente -como justifican algunos- debido al alto precio de los suministros y a la inexistencia de un mercado mayorista. También, y sobre todo, es que por no saber, ni siquiera saben cómo hacerse ricos al modo en que enseñaban los chinos de La Habana, lentos pero aplastantes y gloriosos estrategas de la multiplicación del centavo.

Y no sólo es que no sepan hacerlo. Tampoco quieren. No entra en sus planes nada que no sea ganar dinero fácil, aunque resulte poco, y a través del menor esfuerzo. Son parte indisoluble del hombre nuevo creado por el totalitarismo fidelista. El hecho de que estén intentando escapar mansamente del rebaño, no los hace menos típicos: conservadores, timoratos, cerrados de mollera y muy especialmente equivocados en cuanto al capitalismo y sus preceptos económicos, otro efecto del adoctrinamiento ideológico, que en su caso actúa al revés, limándole las garras a la hora de luchar y afilándoselas para el egoísmo y la indolencia.

Justo por pertenecer a la manada del hombre nuevo fidelista, son –da igual si consciente o instintivamente- propensos a la conducta corrupta. Y hasta un colmo que quizá mueran de aburrimiento el día en que al fin el régimen consiga (si es que lo consigue) establecer un mercado mayorista capaz de cubrir sus necesidades de víveres sin que tengan que proveerse del robo y de lo mal habido.

Preocupa pensar que estos paisanos fundamentan en buena medida la irrupción de lo que tal vez muy pronto sea la nueva clase media cubana, la cual se supone que debiera asumir un rol protagónico en la defensa del progreso y del apego a los ideales democráticos. Bien arreglados nos veríamos si nos ponemos a esperar algo bueno del conformismo cobarde y de la indolencia barrigona de esta nueva claque, cuyo ascenso hoy propicia astutamente la dictadura.

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