7 de marzo de 2013

EN EL 60 ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE OTRO DICTADOR


En  el 60 aniversario
de la muerte de otro dictador


El 5 de marzo de 1953, «a las 21,50 horas (hora española: 19,50), dando síntomas de creciente insuficiencia cardiovascular y respiratorias, J.V. Stalin falleció», rezaba el dictamen transmitido por Radio Moscú. Habían pasado cuatro largos días desde que encontraran al dictador ruso de 73 años tendido sobre la alfombra de sus habitaciones en la «dacha» (casa de campo) de Kuntzevo, cercana a Moscú. Había sufrido una hemorragia cerebral, pero nadie le atendió durante horas por el terror que les infundía y aún después ni los médicos se atrevieron a tratarlo para que no les culparan de su muerte. 

El 28 de febrero había invitado al ministro de asuntos interiores Lavrentiy Beria y a los futuros primeros ministros Georgy Malenkov, Nikolai Bulganin y Nikita Kruschev a una de sus habituales sesiones cinematográficas cuyas listas de invitados indicaban el favor del tirano soviético. La cena que siguió a la proyección de la película se alargó hasta que a las cuatro de la madrugada Stalin se retiró a sus aposentos. 

Los guardias no advirtieron ningún movimiento en el estudio y las habitaciones de Stalin hasta que hacia las seis y media de la tarde se encendieron las luces, pero nada más. Pasaron las horas y la preocupación de su guardia personal fue en aumento mientras discutían entre ellos si alguno debía ir a ver a Stalin. Con el pretexto de entregarle el correo, el comandante delegado de la dacha, P.Lozgachev, entró y encontró a Stalin tendido. «¿Qué pasa, Camarada Stalin? En respuesta oí un sonido incoherente», relató después este empleado que llamó con urgencia a otros guardias. Entre todos lo tendieron en un sofá y lo arroparon. «Debía de haber estado tirado allí, desamparado, desde las 7 ó las 8 p.m.», reveló después Lozgachev quien se quedó junto a Stalin hasta que a las tres de la mañana oyó un coche que se acercaba. «Me sentí mejor, creí que al fin habían llegado los médicos y podría dejar a Stalin en sus manos. Pero me equivocaba: eran Beria y Malenkov». 

Beria aseguró entonces que Stalin dormía y ordenó que dejaran de molestarle, según los testimonios que recogió Vladimir Soloviov. El historiador ruso reflexionaba en 1993 en ABC: «Ninguno de los allegados a Stalin quería salvarlo. Todos querían que muriera. ¿Miedo? ¿Paranoia? ¿O no era más que la apreciación sensata y equilibrada de la situación? ¿Simple instinto de supervivencia?». 

No han faltado desde entonces teorías que implican a Beria en un complot para provocar su muerte. Unas creen que no enviaron ayuda inmediatamente de forma intencionada. Según el historiador ruso Vladimir P. Naumov y Johathan Brent (Universidad de Yale), Stalin habría sido envenenado con warfarina, un matarratas que le habría provocado la apoplejía. Kruschev afirmó en sus memorias que Beria llegó a alardear de haberlo matado diciendo: «¡Yo lo maté! Los salvé a todos ustedes». Al parecer, Beria temía ser eliminado en una de las purgas de Stalin. 

Hasta el día siguiente no llegaron los médicos. «Estaban enormemente nerviosos. Sus manos temblaban muchísimo, no podían quitarle la camisa al paciente y tuvieron que cortarla con tijeras. Luego de echar un vistazo, diagnosticaron una hemorragia interna. Empezaron a tratarlo: una dosis de alcanfor, lixiviaciones, oxígeno. Ni pensar en tratamiento quirúrgico. ¿Qué cirujano habría cargado con semejante responsabilidad cuando Beria no dejaba de hacer preguntas como: «¿Garantiza que el camarada Stalin vivirá?», se preguntaba Lozgachev.

Ninguno de los doctores conocía a Stalin. Era la primera vez que lo examinaban y no era de extrañar su temor. «Todos los médicos del Kremlin estaban tras las rejas para entonces», relataba Soloviov.

Vasily, el hijo de Stalin que «como de costumbre estaba achispado», según el historiador ruso, al enterarse del tiempo que se había tardado en atender a su padre gritó: «¡Ustedes mataron a mi padre, hijos de puta!» 

 Antes de que Stalin falleciera, sus sucesores ya se repartieron los puestos que ocupaba el dictador. Su hija, Svetlana Alliluyeva que se cambiaría el nombre por el de Lana Peters,  censuró después el comportamiento de Beria. «¿Cuáles eran sus pasiones? La ambición, la crueldad y el poder, el poder el poder...», señalaba al recordar cómo escupía para luego mostrarse como el más leal y más atento en los momentos en que Stalin recobraba la consciencia. 

Casi al final, el tirano abrió los ojos. «Era una mirada horrible, llena de locura o de horror ante la muerte», relató Svetlana Alliluyeva. «Levantó su mano izquierda, que aún podía mover y no sé si señaló vagamente por encima de nosotros o nos amenazó a todos. El gesto era incomprensible pero amenazador, y no sé a quién o a qué se dirigía. Un momento después su alma, con un esfuerzo final, se libró de su cuerpo». Para Kruschev, Stalin señaló un cuadro con una niña que alimentaba a un corderito refiriéndose a él mismo, que en esos momentos era alimentado con una cuchara.

El cuerpo de Stalin fue embalsamado y colocado en el mausoleo de Lenin hasta que en 1961 fue retirado y enterrado junto a la muralla del Kremlin.

Reproducido de ABC, Madrid

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