En los pasillos del Cónclave
Juan Vicente Boo / Corresponsal en el vaticano
ABC, Madrid
Dentro de la Capilla Sixtina, el Cónclave
es lento. Muy lento. No hay discursos, no hay debate, no hay corrillos. El
ambiente no se parece en nada a un congreso electoral sino a un lentísimo acto
litúrgico.
Los 115 cardenales estarán sentados y callados
durante ratos interminables, escuchando como cada uno de ellos pronuncia el
juramento completo, en latín, antes de depositar su voto en la urna. Es
monótono casi hasta la crueldad. Cada escrutinio es también lento pero, al
menos, tiene emoción. Muchos cardenales van marcando los votos en unos impresos
con todos los nombres y una marca en el «listón» de los dos tercios.
En realidad, la elección del Papa se
perfila esta semana en las «reuniones generales» de cardenales y se ultima,
durante el Cónclave, en las comidas y cenas en la Casa Santa Marta: los únicos
momentos en que pueden hablar en privado o en grupos.
La rigidez del mecanismo exige llegar al Cónclave
con los «deberes hechos»: una idea clara de la persona que hay que votar. Por
eso son tan importantes las «reuniones generales» de todos los cardenales
–incluidos los de más de 80 años- que empiezan el lunes. Ahí jugará un papel
clave el cardenal Julian Herranz, investigador de «Vatileaks»,
autorizado por Benedicto XVI a
responder a dudas de los cardenales.
Aunque la Curia vaticana les robará mucho tiempo
con informes aburridos, los cardenales podrán tomar la palabra en público para
exponer las prioridades que debe abordar el próximo Papa. Pero, sobre todo,
comentarán entre ellos en privado quién es la persona más adecuada para asumir
esas tareas. Buscan un papa espiritual, misionero, buen organizador y joven,
quizá no tanto en años como en espíritu positivo y capacidad de comunicar con
el mundo contemporáneo.
Los
«posibles» y los «imposibles»
Desde la inesperada renuncia de Benedicto XVI, el
cardenal canadiense Marc Ouellet, de 68 años, prefecto de la
Congregación de los Obispos, ha mantenido el silencio. Está preocupado, y con
razón, pues es muy «papable». Puede que esté disfrutando los últimos días de
vida normal antes de que caiga sobre sus hombros un peso abrumador. Para muchos
observadores es «el mejor de los posibles» entre todos los candidatos.
El cardenal de Boston, Seán O´Malley, de 68 años, bloguero y tuitero veterano, ha reducido al mínimo sus palabras, víctima del
mismo temor. El capuchino de la barba blanca, que ha hecho limpieza en varias
diócesis podridas por abusos sexuales, es un pastor, un apóstol, un políglota y
un intelectual.
O'Malley
tiene el valor para hacer la reforma de la Curia Vaticana
Para muchos es, sencillamente, «el mejor de los
imposibles», ya que resulta peligroso para algunos grandes burócratas con mando
en plaza. O’Malley tiene la capacidad intelectual, el valor y la energía para
hacer la reforma de la Curia vaticana, podando la hojarasca inútil y poniendo
el resto a trabajar al servicio de los misioneros de la vanguardia. Una
«vanguardia» que hoy por hoy no está sólo en tierras lejanas sino también en
las grandes ciudades de Occidente, necesitadas de una «Nueva Evangelización» en
la que se juega el futuro de la fe.
El bullicioso cardenal de Nueva York, Timothy Dolan, de 60 años, disfruta como nadie en Roma, pues está
seguro de no ser elegido. Reconoce que «estoy en la lista de papables de mi
madre», pero en ninguna más, pues quien le considere como tal «ha fumado
marihuana».
Dolan ha abierto la posibilidad real de elegir a
un «Papa norteamericano», pero sabe que no va a ser él pues hay un candidato
muy bueno para la primera ronda y otro para la segunda.
A su vez, el extraordinario cardenal de Manila, Luis
Antonio Tagle, de 55 años, ha abierto la posibilidad de elegir a un Papa
asiático. Pero el «Wojtyla de Asia», con más de cien mil seguidores en varias
redes sociales, sabe que es demasiado joven. Se limitará a asumir una posición
de liderazgo intelectual como ya hizo en el Sínodo de la Nueva Evangelización.
Favoritos
y «elegibles»
Muchos cardenales electores llegarán al Cónclave
con un claro favorito en mente, y escribirán ese nombre en la papeleta. Pero
sólo el primer escrutinio permitirá ver si su candidato resulta «elegible» o
tendrán que apoyar a otro. En abril del 2005, tan sólo dos cardenales tenían
experiencia de haber participado en un Cónclave. Ahora son nada menos que
cincuenta, los que han visto desde dentro las reglas del juego.
El primer día del Cónclave tiene una parte
pública por la mañana. Es la misa «por la elección del Papa», en la basílica de
San Pedro, con participación de todos los cardenales, incluidos los
octogenarios, y homilía a cargo del Decano, Ángelo Sodano, que no
participará en el Conclave pues tiene ya 85 años.
El programa de la tarde incluye la procesión
hasta la Capilla Sixtina, el primer juramento de cada uno de los cardenales y,
a continuación, la famosa frase del maestro de ceremonias: «Extra omnes!» (“¡Todos fuera!”) antes de
cerrar con llave, «cum clave», el viejo portón de madera.
La única votación de esa tarde tiene importancia
decisiva pues revela quiénes resultan elegibles y quiénes no.
En abril del 2005, el cardenal Dionigi
Tettamanzi era el gran «papabile» de los italianos, e incluso dejó en su
hotel una nota muy edificante en caso de ser elegido. Pero la primera votación
-según fuentes anónimas que han violado el secreto y no son, pues, demasiado de
fiar- arrojó un panorama completamente distinto.
«Como los
garbanzos en agua hirviendo»
Joseph Ratzinger recibió 47 votos; el cardenal de
Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, 10 votos; el legendario Carlo María
Martini, 9 votos; el vicario de Roma, Camillo Ruini, 6 votos; el secretario de
Estado, Ángelo Sodano, 4 votos; el hondureño Oscar Rodriguez Maradiaga, 3
votos; y el cardenal de Milán, Dionigi Tettamanzi, 2 votos.
Esos números dejaban en la pista sólo dos
candidatos reales, y la segunda votación fue de 65 a 35 en favor de Ratzinger
sobre Bergoglio. Martini y Ruini ya no sacaron ningún voto. Habían pasado a ser
«grandes electores» y orientaban a sus seguidores hacia uno de los dos
finalistas.
La tercera votación aumentó la ventaja de
Ratzinger por 72 a 40, pero sin llegar al listón de los dos tercios de los
votos, que entonces eran 77 sobre 115 electores.
Tan sólo al cuarto escrutinio, en que recibió 84
votos, Ratzinger resultó elegido Papa. No se produjo el «efecto avalancha» de
los dos escrutinios finales del 1978, que dieron 99 votos a Albino Luciani y 98
a Karol Wojtyla, de un total de 111 electores.
El Cónclave más largo de la segunda mitad del
siglo XX fue el de 1958, que requirió cuatro días y once escrutinios para
elegir a Ángelo Roncalli. Romper el secreto se castiga con la excomunión, pero
el buen Juan XXIII, reveló que su principal rival había sido el armenio
nacionalizado italiano Krikor Bedros Agagianian. Durante una visita al
Colegio Armenio de Roma, les dijo sin más a los sacerdotes: «¿Sabíais que
vuestro cardenal y yo estábamos empatados en el Cónclave del pasado mes de
octubre? Nuestros nombres se alternaban, subiendo y bajando, como los garbanzos
en el agua hirviendo…».
Candidatos
de reserva
Si ninguno de los dos favoritos consigue los dos
tercios de los votos, la única salida es echar mano de «candidatos de reserva»
y empezar a hacer pruebas.
En ese momento pasarían a primer plano el
cardenal de Washington, Donald Wuerl, de 72 años, y el cardenal de
Budapest, Peter Erdö, de sólo 60 aunque parece mucho mayor. Ambos han
evitado llamar la atención pero tienen todas las condiciones para el cargo.
También las tiene el cardenal de Lyon y primado de las Galias, Philippe
Barbarin, de 62 años, que no quiere ni oír hablar de esa posibilidad.
En caso necesario pueden ser llamados al terreno
de juego tanto el cardenal de Viena Christoph Schoenborn, de 68 años,
como el de Sao Paulo, Odilo Scherer, de 63, que son también personajes
extraordinarios. El cardenal de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, de
76 años, volverá a recibir votos, pero está fuera de las quinielas.
Lo más llamativo es el silencio de los italianos,
que dominan la Curia vaticana y tienen una presencia masiva de 28 cardenales
electores. Su gran candidato es el cardenal de Milán, Ángelo Scola, de
71 años. Su estrategia consiste en sacar como «finalistas» a Ouellet y Scola en
la primera votación. Si Scola no resulta elegido, Ouellet es perfectamente aceptable.
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